Nos consideramos éticos, consumimos sin escrúpulos

ethical consumerism consumo ético y responsable

ethical consumerism consumo ético y responsable¿Por qué miles de personas salen a manifestarse a favor de los agricultores españoles pero todo el mundo compra naranjas marroquíes o argentinas? ¿Por qué en las asambleas del 15-M se criticaba el sistema financiero pero casi ninguno de los asambleístas tenía su dinero en la Banca Ética? ¿Por qué nos llevamos las manos a la cabeza cuando sabemos de un incendio en una fábrica de ropa en Bangladesh o se libera a ciudadanos chinos explotados en talleres textiles, pero seguimos comprando en las grandes cadenas que producen en esos lugares? ¿Que nos lleva a dar lecciones con nuestra opinión y a suspender el examen con nuestro comportamiento?

Actualmente diversas universidades de todo el mundo estudian precisamente este fenómeno. Somos más éticos «de boquilla», pero no actuamos en consecuencia. Sabemos lo que es políticamente correcto opinar, y en muchos casos coincidimos con esa opinión de forma expresa, no solo por convención, pero a la hora de actuar «algo» nos frena. Cuando se nos pregunta sobre nuestras convicciones, coincidimos en considerar intolerable la explotación infantil o la explotación de trabajadores, mostramos preocupación por la contaminación o el medioambiente, nos concierne la durabilidad y calidad de los productos, el crecimiento de la economía local… Pero a la hora de coger el cesto de la compra no nos informamos de si lo que compramos cumple con esas convicciones y simplemente, nos dejamos llevar por otras circunstancias.

El tema de este post surgió de una conversación con nuestros amigos de Biocottoniers, que reconocían que, si bien se detecta más interés en la moda ética, cuesta venderla, aunque los precios sean más o menos competitivos. Clientes potenciales por su discurso no acaban finalmente comprando la ropa que sería coherente con sus convicciones.

¿Dónde está la fractura? ¿Qué nos frena? Comienza a haber estudios sobre el perfil de los comportamientos de consumo, como el publicado en el Journal of Business Ethics y conducido por Oliver M. Freestone y Peter J. McGoldrick , Motivations of the Ethical Consumer, que estudia las convicciones y las motivaciones negativas y positivas que se producen en el proceso que va desde el convencimiento «mental» hasta la compra efectiva. Aunque lo hemos leído bastante en diagonal (la falta de conocimientos y de tiempo no nos permite hacer un análisis más profundo) , sí que hemos podido observar algunas datos sobre qué elementos son los que más contribuyen a no completar el proceso. Entre ellos destacan que el hecho de tener que discernir qué productos son éticos hace menos cómoda la compra, o incluso que el acto de ir de compras es  menos divertido si se tienen que tener en cuenta variables como el país de producción, el material que se usa, etc.

Hay otros elementos más sociales, como la creencia de que intentar presionar a las grandes empresas para que tengan en cuenta estos elementos no conduce a ninguna parte, que sería una molestia tener que preocuparse de esas cosas cuando estamos comprando, o que nuestro entorno puede pensar que somos poco modernos por pensar en estas cosas. Tampoco parece tener demasiada aceptación un escenario en el que se limitara o prohibiera la comercialización de productos que no tuvieran en cuenta cuestiones como el comercio justo, la sostenibilidad, la dignidad laboral, etc.

Ethical intentions, unethical shopping baskets, de Carrington, Neville y Whitwell, de la Universidad de Melbourne, apunta a una serie de condicionantes, entre ellos el contexto situacional que incluye elementos como el entorno físico, el entorno social, la perspectiva temporal, la definición de tareas o situaciones del momento (como el estado de ánimo o la presencia o ausencia de capacidad económica).

Estos estudios se enfocan en definir los comportamientos con la intención de abrir el camino hacia nuevos trabajos que pueda identificar las causas exactas, donde se rompe la cadena. En el de Freestone y McGoldrick ya se apunta que se puede hablar de un punto crítico en el que las motivaciones positivas superan a las negativas, pero ¿cómo lograr llegar a ese punto cuando los condicionantes exteriores se antojan tan poderosos, según Carrington, Neville y Withwell?

En este punto, en Sentido y Sostenibilidad somos del parecer que hay varios factores a tener en cuenta. Por un lado, ser autocríticos.  Poniéndonos del lado del consumidor no ético, la industria ética y el consumo responsable aún arrastra vicios de un pasado en el que el público objetivo de estos bienes estaba enmarcado en una forma de pensar, actuar y vivir muy concreta y, en cierto modo, aislada del resto de la sociedad en tanto en cuanto despreciaba los comportamientos de la misma.

O lo que es lo mismo, aún a día de hoy hay demasiada ropa de comercio justo o ropa ética con aspecto «etniquero» o que desprende aroma a hippy, aún hay mucho bio vinculado a vegetarianismo y veganismo, y no se ha hecho, probablemente por falta de recursos, buenas campañas de marketing para desvincular estas cuestiones de viejos estereotipos (quien más y quien menos, al revelar que consume alimentos ecológicos o compra algodón orgánico acaba con el sambenito de vegetariano). Parte del trabajo que tenemos que hacer industria y consumidores es romper con esos clichés y contribuir a la normalización del uso de este tipo de productos.

Hay también un elemento educativo que está totalmente descuidado. En ningún momento de nuestro desarrollo personal (desde la infancia en adelante) se nos conciencia seriamente de algo tan simple como leer una etiqueta. Esto va vinculado, en el caso de España, pero también en otros países, a una carencia de promoción de la creación de opinión crítica entre los escolares. Eso se trasluce en cuestiones como el desinterés por la información o la política en muchos de nuestros jóvenes, pero también en cosas tan mundanas como el enfoque crítico a la hora de comprar. Ahí se muestra bien el gap entre intención y comportamiento, porque si bien se emiten mensajes que indican que la explotación infantil está mal o que los pesticidas contaminan el agua,  a la vez no se fomenta que se haga una interpretación crítica del momento de compra de, por ejemplo, unas zapatillas deportivas de marca, porque no se enseña a descifrar la información más allá de la campaña publicitaria.

De ahí se desprende también una selección de prioridades que, dados estos ‘contextos situacionales’ lleven al consumidor a poner por delante cuestiones como la proximidad, la comodidad o el precio por delante de otros como la justicia en la producción, la durabilidad o el reciclaje/biodegradabilidad, etc. No se nos malentienda. Obviamente, en una situación económica apretada hay retos de la sostenibilidad que es prácticamente imposible afrontar, pero hay otros que claman al cielo. Por ejemplo, comprar camisetas de 3-10 euros, comprar muchas y cambiarlas cada año, en lugar de optar por una sola, de 40 euros que tenga una mayor duración. O comprar leche a 50 céntimos, sin tener en cuenta ni la producción, ni la procedencia ni las condiciones del ganadero y llevar en el bolsillo un móvil de 600 euros. El factor económico puede influir, pero no es para nada definitivo.

Quizás lo más grave de todo esto es que una parte de las personas que verbalmente militan por cuestiones como la justicia social, laboral, etc., de ninguna manera estarían dispuestas a renunciar a algunas de, las llamémosle comodidades, que nos ofrece la vida actual en los países desarrollados. Que sigue habiendo gestos, como por ejemplo, cambiar de banco, que mucha gente que se lamenta del sistema financiero no hará porque el cajero de su banco le pilla más cerca de casa o porque le van a regalar una tablet o una vajilla (que, por otra parte, obviamente pagará). Y que, en realidad, no les supondría ningún coste y probablemente, mucha menos molestia de la que creen. Que aún hay mucha gente que apela a que consumir biológico es más caro sin haberlo comprobado, y que mientras nosotros compramos calcetines por 5.95€, ellos los comprarán por 6€ (o más, y por poner un ejemplo simple) por el simple hecho de no haberse tomado la molestia de moverse para encontrar un producto adaptado sus posibilidades económicas y para intentar ser coherentes con sus actos (aunque no lleven el último grito en calcetines que, por otro lado, estarán pasados de moda al mes siguiente).

Y por supuesto, es fundamental que las administraciones se tomen más en serio estas cuestiones y no las vean como una especie de «obligación» ligada a mantener el status de país desarrollado. No es una cuestión de chapa y pintura, sino una reparación que debe hacerse a fondo y desde el convencimiento, facilitando la comercialización, reduciendo las cargas impositivas proporcionalmente a la reducción del impacto en la degradación del entorno y de la mejora de la salud que supone este tipo de industria, promocionando su uso y siendo mucho más estricto en el control de procedencia de los productos comercializados, exigiendo etiquetajes completos, claros y transparentes, y persiguiendo la entrada de productos incontrolados procedentes de países que no respetan ningún tipo de normativa laboral, sanitaria o medioambiental.

Después de este chorreo, también cabe reconocer que la cosa ya no es negra negra, que poco a poco el gris va ganando terreno. Según el informe Ethical Consumer Markets de 2012, 9 de cada 10 británicos reconoce el sello Fairtrade, que cataloga a los productos procedentes del comercio justo y el 50% de los huevos que se venden en el Reino Unido proceden de gallinas no enjauladas (camperas/ecológicas). El informe también revela que se incrementa el consumo de comercio justo, de micro producción energética propia y la compra en comercio local y de proximidad. Muy poco a poco, el bichito de la sensibilidad por un consumo responsable se va inoculando en la sangre de los consumidores británicos, y confiemos, que en los del resto de países europeos, haciendo de nuestro continente una punta lanza y un ejemplo de desarrollo sostenible. Al fin y al cabo, hemos sido en buena medida culpables de la degradación.

Greenpeace lanza una campaña para sensibilizar sobre la contaminación del sector textil

Sobreproducción, explotación agrícola para la fabricación de fibras, abusos laborales de los trabajadores… y también contaminación con tóxicos en acuíferos. Comprar ropa fabricada de forma consciente es un gesto que va mucho más allá de ser simplemente responsable.

Greenpeace nos explica los efectos del mundo de la moda en el medioambiente y lanza la campaña #Detox para concienciar de la necesidad de eliminar el uso de químicos contaminantes en la fabricación de prendas.

 

http://www.youtube.com/watch?v=0Ty9kIeMaDQ

No es orgánico todo lo que reluce

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Hace unos días en una droguería de barrio de las de toda la vida -esas en las que nos pirra comprar, porque ayudan a mantener y cuidar el comercio local-  fuimos a comprar una mopa. Las había de las clásicas, más conocidas como «de pelo de cordero» y otras, muy bonitas, de colores chillones y, aparentemente, de microfibra. El buen hombre, en su ánimo de ofrecernos el mejor servicio, y de paso, vendernos la mopa más cara, nos dijo algo así como «puede elegir la mopa de siempre o la ecológica».

Obviamente, al instante, cogimos la mopa de microfibra y nos leímos cuidadosamente la etiqueta. No había «ecología» por ningún lado, es decir, ni los productos con los que estaba realizada la mopa eran reciclados, ni el mango o o los enganches reutilizados, ni siquiera la microfibra era de tejido procedente de materiales obsoletos. Entonces ¿qué tenía de ecológico? Probablemente, lo único que pudiera argumentarse es que con la microfibra, supuestamente, se gasta menos agua y menos productos químicos.

No es la primera vez que nos encontramos ante el alegre uso del concepto ecológico, o eco, que las marcas ya han detectado que genera interés entre un sector amplio de los consumidores.

En su momento, se reguló el uso de la palabra Bio (lo que hizo que diversas marcas tuvieran que cambiar sus nombres) pero ha quedado una especie de vacío raro con los conceptos ecológico y su diminutivo eco.+ y orgánico.

Pongámoslo negro sobre blanco. Por ejemplo, el desodorante Byly orgánico. Nos pusimos muy contentos cuando vimos que en el sector de la higiene/cosmética se empezaban a plantear los asuntos de la sostenibilidad. Y obviamente, lo metimos rápidamente en nuestro carrito de la compra. Al llegar a casa, le echamos un vistazo a la etiqueta y por ningún lado apareció ningún sello que certificará su «organicidad», ni tampoco ningún asterisco que nos haga pensar que los productos vegetales que usan sean de procedencia orgánica. Y, ojo, no decimos que no lo sean, decimos que no tenemos ninguna posibilidad de comprobarlo, por lo que no tenemos por qué creérnoslo. Parece normal que si una empresa opta por esa línea de negocio, haga públicas sus certificaciones.

Es solo un ejemplo, pero nos lo hemos encontrado más veces, incluso en tiendas especializadas. Productos que, sin ningún tipo de certificado, se venden por acción u omisión, bajo el calificativo «eco», «bio»… Porque, además, nos encontramos algunos productos donde el prefijo «eco» no quiere referirse a que sea ecológico, sino a que es la versión «económica». Claro, razón tienen, pero ¡ay del que no se lea la etiqueta! Se va a casa tan ricamente, pensando que es la mar de sostenible.

En otros sectores, como por ejemplo, el de la moda, se juega un poco también con el concepto. Hay grandes cadenas que ofrecen ropa fabricada con algodón orgánico -a menudo «tienes que creerles» porque no aparece la certificación por ningún lado- y no decimos que no sea orgánico, sino que comprar con responsabilidad implica algo más que la materia prima, por ejemplo, los derechos de los trabajadores y sus condiciones laborales. Y en muchas ocasiones basta con ver el precio de la prenda para darse cuenta de que difícilmente esas condiciones sean ideales.  Tampoco nos acaba de convencer mucho la aplicación de vocablos como sostenible en productos como vaqueros en los que se ha reducido el consumo de agua en su fabricación (lo cuál está requetebién) pero que siguen haciéndose con algodón producido masivamente, con pesticidas o modificación genética o usando técnicas tan agresivas para los trabajadores como el sandblasting.

De la misma manera, somos un poco puñeteros a la hora de dar la bienvenida al concepto de sostenibilidad a aquellos productos que se vanaglorian de ser biodegradables y libres de BPA, pero están producidos con materia prima nueva cuando se podrían haber producido con materia prima reciclada. Hubiera sido infinítamente mejor que para hacerlos hubiera reutilizado materiales, porque al final, en el mundo, a día de hoy, hay materia -y sobre todo de deshecho- como para producir años y años.  Por eso, os recomendamos que leáis siempre la etiqueta, que valoréis si su carácter «bio» se refiere a un proceso productivo con un concepto de sostenibilidad global o simplemente es solo un pequeño detalle.  Y recordad que cualquier ahorro (energético, reducción de uso de químicos, reducción de uso de agua, etc.)  implica responsabilidad, pero que en el mercado ya haya suficiente variedad como para, en lo posible, dar siempre un pasito más.
[y sí, hilamos muy fino, pero como siempre decimos, cada cuál que asuma al nivel que pueda]

A modo de conclusión, desde S&S queremos decir que cualquier iniciativa que vaya en favor de ampliar el mercado de productos responsables nos parece una fantástica iniciativa, incluso si se trata solo de pequeños pasitos. Pero que no vamos a permitir que se use el esfuerzo de muchos empresarios conscientes que han dado prestigio y vigor al mercado ecológico para sacar cuatro euros más a los incautos con buena fe y ganas de hacer las cosas bien.

¿Cómo ser sostenible con un presupuesto en crisis? (I)

Help the EarthHay quien pone como excusa el alto precio de los productos ecológicos para no asumir gestos sostenibles en su día a día. Es cierto que la compra bio resulta más cara  -aunque tiene otros beneficios que, puestos en la balanza, equilibran bastante el coste- pero es que tener un estilo de vida sostenible no se reduce a comprar bio. De hecho, solo comprando bio nuestra aportación real a reducir nuestra huella ecológica y acabar con las desigualdades laborales y sociales es relativamente pequeña.

¿Qué puedo hacer sin gastar demasiado dinero y que sea beneficioso para el entorno? Muchas cosas, que no solo revertirán en nuestro medioambiente y en la vida de los que no rodean, sino que, en muchos casos, nos permitirán ahorrar unos cuantos eurillos… Mira, igual los podemos dedicar a comprar alguna cosita bio de vez en cuando

En este post y otros que vendrán iremos añadiendo nuevos pequeños gestos que nos permitirán, sin coste, y poco a poco, cambiar nuestras costumbres.

En casa:
– Cambia progresivamente tus bombillas a las de bajo consumo o a las LED.  Sube las persianas y deja entrar la luz natural, intenta no encender la artificial hasta entrada la tarde.
-Apaga siempre todos los electrodomésticos después de su uso, no dejes la tele o el DVD en stand by, si tienes vitro, apaga un rato antes de acabar la cocción para aprovechar el calor acumulado.
-Asegúrate que tus ventanas y puertas exteriores están bien aisladas. Puedes mejorar el aislamiento con cintas aislantes o bien colocando toallas o mantas en invierno en los resquicios para evitar que se cuele el frío. De esta forma, podrás tardar más en tener que activar calefactores y estufas, y el calor que estas generen se mantendrá por más tiempo en tus habitaciones.
-Cómprate una buena chaqueta de lana, un buen jersey o calentadores, y con eso y una mantita, puedes pasar la tarde en el sofá sin pasar frío y sin usar calefactores.
-En verano, abre puertas y ventanas, viste ropa ligera por casa, y usa abanicos y otros sistemas para ahorrar en aire acondicionado.
– Regula la temperatura de la nevera según las necesidades reales de tus alimentos. En invierno no es necesario que esté a toda potencia, por ejemplo.
-Procura no tener la nevera totalmente vacía. Si llega fin de mes y queda poca cosa, rellena con botellas de agua, así también gastas menos. Tampoco pongas cosas calientes, espera a que se enfríen al natural antes de introducirlas en el frigorífico ¡Y abre y cierra la puerta rápido!
-Lava la ropa siempre que puedas con agua fría.
-Controla tu gasto de agua. Cierra los grifos cuando no los uses, cambia el botón de la cisterna por uno de dos intensidades, no te afeites o depiles dentro de la ducha (usa la pila o un barreño), al lavarte los dientes, usa un vaso para enjuagarte al lavarte los dientes.  Pon un filtro reductor de caudal en los grifos para aumentar la presión del agua, reduciendo consumo.

En la compra:
– Intenta comprar los productos frescos de forma más periódica (cada día, cada semana) en lugar de hacer una gran compra mensual. Así calcularás mejor lo que te hace falta y se estropeará menos la comida, generando menos residuos y desaprovechando menos los alimentos.
-Si algo está empezando a estropearse, cocínalo (hiérvelo, hazlo al vapor, etc.) y congélalo. Te durará un poco más y tirarás menos comida.
– A la hora de comprar, selecciona productos con caducidad lo más larga posible, y recuerda, la fecha de consumo preferente no indica que el producto no se pueda consumir, sino que habrá perdido alguna de sus propiedades organolépticas pero seguirá siendo consumible.
– Pregunta siempre de dónde proceden los alimentos que compras. Cuanto más lejos, más huella ecológica. Resulta sorprendente que en una país como España, rico en vegetales y frutas, por ejemplo, consumamos naranjas turcas o manzanas chilenas, en resumen, comida que ha viajado más que nosotros. Si puedes, compra productos lo más locales posibles. Lo ideal es que hubieran podido viajar en Cercanías o en un bus interurbano.
-Si en el paquete no indica de dónde procede el alimento o qué empresa lo fabrica (típico en las marcas blancas), podéis consultarlo a través de su número de registro sanitario.
– Compra en los pequeños comercios de tu barrio. Igual el precio es un poco más caro que en las grandes superficies, pero verás la diferencia en el servicio, en la confianza y en los pequeños detalles que tendrán contigo. Además, alimentaras el tejido comercial de tu zona.
– Lleva tu propia bolsa (una plegable en el bolso, por ejemplo), y ahorrás en dinero y en residuos.
-Lo mismo que es aplicable a la alimentación, lo es también al resto de productos (ropa, calzado, etc.), lo ideal es buscar el «made in Spain», o al menos, de países de la UE. No es fácil, pero vale la pena ante sucesos como los de Bangladesh. Nadie quiere vestir ropa manchada de sangre.

En la ciudad:
-Utiliza el transporte público. Ahorrarás en contaminación, en estrés, en dinero… Aunque a veces el trayecto sea más largo, le sacarás más provecho.
– Sé cívico. Respeta el mobiliario urbano, respeta el orden en las filas, sonríe, saluda a tus conocidos y vecinos, cumple con las normativas, no tires papeles al suelo, no abuses del uso de lo que la ciudad pone a tu disposición, comparte… Parece que eso no tienen nada que ver con la sostenibilidad, pero el respeto con tu entorno no puede limitarse a lo material. También lo inmaterial como la amabilidad y la educación mejoran nuestra calidad de vida.
-Haz deporte. Cuida tu salud y tu cuerpo y contribuirás a la reducción tanto del estrés como de los problemas de salud en la ciudad, contribuyendo al ahorro del sistema sanitario, a la vez que, obviamente, tú te sientes infinitamente mejor.
-Anima a tu municipio a promocionar que taxistas y transportistas usen medios menos contaminantes.
-Pon flores y plantas en tus balcones, alegra tu barrio y contribuye a aportar algo de oxígeno.
-Enrólate en actividades de barrio. Te ayudará a mejorarlo, a conocerlo y amarlo… Y las cosas que se aman se cuidan mejor.
– Separa los residuos en casa y lleva cada uno a su contenedor. Recuerda que hay cosas que hay que llevar al punto limpio, es verdad que suelen estar lejos y es un poco coñazo, pero vale la pena.

En el trabajo:
– Propón usar material reciclado como material de oficina. Probarlo al menos no cuesta nada.
– Reduce tu consumo de papel, imprimiendo a dos caras, asegurándote de que necesitas lo que imprimes, pasando documentos en pdf a tu ebook, por ejemplo…
– Apaga siempre el ordenador al irte, así como las luces, climatización, etc.
– Mantén limpio tu puesto de trabajo. Facilitarás la labor del personal de mantenimiento y limpieza, tendrás siempre a mano lo que necesites, no gastarás material extra porque no encuentres el otro…
– Si trabaja sentado, tómate un par de minutos de vez en cuando para estirar las piernas, cerrar un poco los ojos, etc… Cuanto más cansado o estresado estés, rendirás menos y estarás de peor humor lo que generará mal ambiente. Obviamente, uno hace lo que puede, pero tiene que lidiar con el resto. De todas formas, que por ti no quede.
-Usa vasos reutilizables, estilo Keep Cup, para tus cafés, o si tienes máquina de vending, sugiere que se provea de café y azúcar de comercio justo.

Vídeo

¿Qué sabemos de la producción alimentaria?

http://www.youtube.com/watch?v=rl41nR6GmcQ

Este documental de Robert Kenner desvela cómo han cambiado los procesos de fabricación de los alimentos en Norteamérica y muestra cómo actualmente la comida se genera de forma industrial.
Es una buena manera de ver de manera crítica los lineales de los supermercados y entender por qué es cada vez más necesario volver a sistemas de producción sostenibles, saludables y justos con productores y consumidores.
Si aún no os habéis animado a dar el paso a la producción ecológica y sostenible, vale la pena que le echéis un vistazo a este vídeo.