Cuatro años buscando maneras de ser más sostenibles

Hoy hace 4 años que empecé a escribir este blog. Todo surgió de la necesidad de compartir información que permitiera a las personas ser más sostenibles, en especial, en el día a día de un ciudadano normal, y que esa información sirviera de reflexión sobre el trato que damos a nuestro planeta. Y sobre todo, quería que fuera información que pudiera llegar a todos los públicos, sin tintes ideológicos y sin posicionamientos extremos. Sin esoterismos, ni hippismos, ni bohochiquismos. Que lo que aquí se leyera lo pudiera aplicar cualquier, desde mi madre hasta el vecino del quinto. Desde el votante del PP al de Podemos. Desde los padres con niños a los solteros empedernidos. Desde el del sueldo mínimo hasta el multimillonario.

Porque creo, sinceramente, que si la información sobre sostenibilidad se sesga por ideologías, estilos de vida, poder adquisitivo y otras consideraciones, no lograremos alcanzar el que sería el objetivo: evitar seguir degradando nuestro planeta. Y porque creo que no tenemos que plantearnos prácticas conscientes, como el consumo responsable, la reducción de residuos, el reciclaje o la movilidad sensata como una moda. No son moda, tienen que ser un hábito.

No sé si he conseguido mi propósito en este sentido, aunque espero que alguno de los posts de este blog haya cambiado las costumbres de alguno de mis lectores, con especial énfasis en los que, antes de caer aquí, no se habían planteado nunca la sostenibilidad. O que al menos, les haya servido para reflexionar aunque solo sea unos minutos, sobre nuestro papel como habitantes de este planeta y sobre nuestra responsabilidad a la hora de cuidarlo.

Con este post solo quiero agradecer a todas aquellas personas que se han acercado a cotillear por este blog. En cuatro años, hemos pasado de apenas mil visitas al año a casi 27.000. Gracias a esos 23.000 visitantes que os tomáis la molestia de leerme.
Una de las páginas más vistas es El Armario de S&S y eso me enorgullece especialmente, porque en un  mundo digital en el que los bloggers venden sus opiniones positivas por un regalito cualquiera, he conseguido que esa sección sea atractiva aplicando una política de solo mencionar a aquellas tiendas/proveedores que conozco, que he visitado y a los que he comprado. Sin regalos ni prebendas. Porque ser sostenible también implica dar información honesta y comprobada.

En estos cuatro años el blog ha pasado a formar parte del Colectivo Hola Eco, y ha colaborado con todos aquellos que han solicitado ayuda relacionada con la sostenibilidad, y así seguirá su desarrollo.

Y también seguirá el compromiso de publicar solo información que me resulte realmente interesante o sorprendente, aunque ello implique no publicar todo el rato, ni cada semana, sino una o dos veces al mes como mucho. Internet ya está bastante lleno de información vacía. El caso es seguir dando buenos consejos, con la única esperanza de que calen en los espíritus de los lectores. Lo que tengo claro es que esto lo hago por compromiso, no porque aspire a que sea mi medio de vida.

Como blog inclusivo que es, sigo abierta a colaboraciones y a propuestas.  Porque como decía al principio de este post, cuantos más seamos, mejor podremos preservar la salud de nuestro planeta.

 

Bioemprendedores IV: Gotaskaen, la segunda vida de lo que otros no quieren

Dicen que París es una ciudad inspiradora, y al menos para Yarismar, que a través de lo que vio y vivió en la capital francesa decidió iniciar un proyecto de upcycling que convierte lo que otros no quieren en bolsos y carteras llenas de arte y de originalidad.

Pero, ¿qué es el upcycling? Se trata de reciclar y reaprovechar elementos que están destinados a convertirse en residuos para crear nuevos objetos. En pocas palabras, dar una nueva vida a lo que en condiciones normales sería basura.

Yarismar usa para sus bolsos de Gotaskaen cámaras de bicis, banderolas, tela de descarte, ropa en desuso, madera, metacrilato, restos de rebajes de piel… La intención es que prácticamente nada de lo que se usa para crear los bolsos sea de nueva producción.

15219482_1810041995948100_8298225634682778136_nY no son simplemente bolsos, porque además tienen una inspiración artística que los hace muy especiales: «Nos gusta tener una identidad sevillana en la marca, y Sevilla es una ciudad muy barroca en donde Francisco de Zurbaran  creó escuela, y de donde nace Gotaskaen, en el Museo de Bellas Artes de Sevilla se pueden apreciar las obras de este artista y gozan de unos estampados en sus ropas que es casi necesario sacarlos del museo. Y Jackson Pollock  por la fuerza visual  del expresionismo abstracto, aparte del amor que se le tiene a aquel continente, es como un “no te olvido”. Ambos pintores son antagónicos,  el barroco muy racional y el expresionismo irracional, son elementos artísticos  que le añaden ese valor añadido (necesario para el upcycling) a cada pieza que sale del taller de Gotaskaen», nos cuenta Yarismar. Arte, elegancia y originalidad, hacen de estos complementos una compañía indispensable para darle un toque distinto a tu estilo, tanto de diario como en ocasiones especiales.

Los bolsos de Gotaskaen se fabrican en Sevilla, de la mano de los diseños de Yarismar y de la habilidad de una costurera que le apoya en sus creaciones. Además también cuenta con el apoyo de un taller artesano de la piel para algunas de las partes de sus originales complementos.

Además, y como nos gusta en SyS, es un proyecto asequible a todos los bolsillos. Los bolsos, carteras y monederos de Gotaskaen van de los 20 a los 50 euros, e incluso en ocasiones especiales como en BioCultura, disponían de bolsos de antiguas temporadas por solo 10 euros. Para poder comprar, basta con ver el complemento que te gusta en su web, y contactar con ellos para que te indiquen si disponen de él y que te lo envíen.

 

El ‘mito’ de que lo ecológico es más caro: El café

restaurant-beans-coffee-cupNo es la primera vez que hablamos de los precios de lo ecológico o del comercio justo y de cómo y por qué estos son superiores a los precios de los productos convencionales. Pero entendemos que hasta ahora lo hemos hecho apelando a que nuestro lector entendiera que el precio superior llevaba implicada toda una filosofía de consumo, protección del medio ambiente y respeto a los productores.

Pero, ¿y si nos saltamos toda la parte filosófica? ¿Hay productos ecológicos (o de comercio justo) que simplemente son más baratos? Algunos hay, y además, con una diferencia abismal. Es el caso del café. Más concretamente del café en cápsulas.

Dicen los muy cafeteros que el café de las cápsulas es mucho más bueno que cualquier otro. Personalmente, no sé si lo comparan con el aguachirri de una cafetera americana o con el soluble (no creo que lo comparen con un buen café de máquina de expresso), pero vamos a darles el beneficio de la duda. Digamos que sí, que el café de cápsulas es mucho mejor que cualquier otro.

Solo faltaría, sobre todo, porque a día de hoy, los consumidores de cápsulas de Nespresso, de la gama más económica, están pagando su café a 65 euros el kilo (cada cápsula, de 0,36 euros, contiene 5.5 gramos de café). Y los que se decantan por los cafés considerados edición limitada, lo están pagando a 83 euros el kilo (cada cápsula de 0,46 euros contiene 5.5 gramos de café).  En España, en 2009 se vendieron la friolera de 600.000 máquinas de café Nespresso, la marca líder del mercado, a partir de los 90 euros (a veces con descuentos o parte del dinero «devuelto» en cápsulas pueden encontrarse por a partir de 50 euros), por lo que podemos considerar que, actualmente, las cápsulas de café son de consumo masivo.

También es cierto que no todo el mundo compra las cápsulas originales, y algunos apuestan por marcas blancas como Bellarom, cuyo precio por kilo es de 32,7 euros (0,18 por cápsula de 5.5 gramos). Considerablemente menos, aunque siempre bajo la sospecha de la venta a pérdidas, pero aún bastante más de lo que nos costaría un buen café ecológico y/o de comercio justo.

A día de hoy no resulta complicado encontrar cafés ecológicos y de comercio justo a partir de los 10 euros y algo el kilo, como por ejemplo, el que comercializa Intermón Oxfam, cuyo paquete de 250 gramos nos cuesta 2,59 euros. El margen que nos da el impresionante precio del kilo de café en cápsula nos permitiría incluso darnos un gusto y regalarnos tazas de café ecológico gourmet, a unos 24 euros el kilo (11,6 euros el paquete de medio kilo molido), o este también de Intermón. Una cafetera expresso medianamente aceptable se puede encontrar desde los 80 euros, más o menos, siendo las de a partir de 100 euros las que ya dan un resultado francamente bueno. Solo a modo de pincelada, en 2013, un productor brasileño de café convencional vendía los 60 kilos a 106 dólares, o lo que es lo mismo, a 1,7 dólares el kilo, al cambio actual 1,50 euros el kilo.

Entonces, vamos a seguir echando cuentas, así a lo bruto. Imaginemos -obviamente para teorizar y hablar en las mismas condiciones- que una máquina de expresso y una de cápsulas duran 1.000 cafés. Por tanto, pongamos 10 céntimos de gasto de la máquina (de precio medio 100 euros), más pongamos otros 10 de agua y otros 10 de electricidad. 30 céntimos de «gastos externos». Una cápsula 36 céntimos, por tanto un café 66 céntimos. 
Con los mismo datos 10 céntimos de máquina, 10 de agua y 10 de electricidad, sumemos ahora el coste de 10 gramos de café molido, ya que las máquinas expresso suelen requerir algo más de cantidad, o sea 10 céntimos más (10 euros kilo). En total, 40 céntimos por café.

Vale, aceptamos que hemos hecho un poco de «trampa». Hemos comparado café de cápsula contra café molido. Cierto es que el café molido convencional puede ser más barato que el ecológico, aunque no siempre, y en muchos casos el precio es similar. Pero cuando leemos que se venden 600.000 cafeteras en un año,  y además, valoramos el comportamiento de nuestro entorno, llegamos a la conclusión de que, a día de hoy prácticamente están más extendidas las cápsulas que el café molido «suelto». Y, además, por puros principios de nuestro blog, aunque existen opciones de cápsulas con café ecológico (a precios prácticamente iguales, o incluso inferiores a las convencionales), no podemos promocionar un tipo de consumo que genera una cantidad inmensa de residuos innecesarios.

El argumento «de peso» de los usuarios de cápsulas es por un lado, la calidad del café, y el hecho de que sea más barato que en el bar. Cualquier café hecho en casa va a ser más barato que un bar, ya que te lo haces tú, no te lo hace otro que recibe un sueldo por ello, no hay costes de licencias, ni impuestos ni gastos implicados en el precio de un café de bar, aunque es cierto que es uno de los productos que más margen dejan a los hosteleros. Y también hay que decir que, en los lugares decentes, la calidad de la cafetera, su nivel de presión y la habilidad del camarero dan un café de una calidad que merece ser pagada. Claro, que hay lugares donde, llevados por un cierto postureo cobran los cafés a precio de oro, incluso a más euros por kilo que las cápsulas.

En resumen, que el café es uno de los productos en los que, víctimas de un excelente posicionamiento y un marketing para quitarse el sombrero, estamos pagando más caro sin ni siquiera plantearnos otra opción.  A 30 cafés por mes -y sin contar gastos externos-, con cápsulas nos gastamos 10,8 euros (gama baja de marca, 3 paquetes de 10 cápsulas), mientras que con café molido ecológico y de comercio justo nos gastamos 3,30 (10grx30 tazas=300 gramos, a 10 euros/kg =3.30 euros).

Con esos casi 6 euros que nos sobran, ya tenemos para pagar parte del «extra» de esas verduras ecológicas por las que no estamos dispuestos a pagar 6 veces más como, cómo hemos visto, hacemos con otros productos.

Los españoles, campeones en reducir el uso de materiales

En España estamos de enhorabuena. Encabezamos la clasificación de países que más han reducido su uso de materiales y que más han reducido sus residuos.

Según este artículo de Papel, el suplemento de El Mundo, España encabeza el ránking de los países europeos en los que más ha descendido el consumo de materiales. Y no es un dato puntual, afecta a toda la última década. ¿Crisis o conciencia?mercadillo-2-1238190-639x411

Seremos optimistas, y aunque, obviamente, la caída drástica de la capacidad adquisitiva de los hogares ha provocado un descenso del consumo, también es cierto que poco a poco está cuajando toda la una conciencia de la durabilidad de las cosas. Es decir, una conciencia de que (casi) todo se puede reparar y que (casi) todo tiene una segunda vida.

A veces el impulso para entrar en esta conciencia es económico. Ahí tenemos el éxito de aplicaciones como Wallapop, que han conseguido que todos saquemos unos durillos por aquellas cosas que ya no usamos y que hace apenas unos años, casi con total seguridad, hubieran acabado en la basura (y ni siquiera en un punto limpio). Tengo que reconocer que soy la primera que de un tiempo a esta parte, cuando necesito algo, primero echo un vistazo en Wallapop (o en Vibbo) por si alguien está vendiendo algo que pueda satisfacer mi necesidad sin tirar de productos nuevos.

No solo internet ha facilitado eso. Mucha gente que, por desgracia, ha tenido que ir a casas de empeños (de las clásicas o tipo CashConverters) para conseguir algo de dinero por objetos preciados ha descubierto que ahí también existe la posibilidad de comprar cosas necesarias de segunda mano por menos dinero.

Efectivamente, la crisis ha colaborado, porque la falta de dinero ha agudizado el ingenio, pero también nos ha despertado para darnos cuenta de que hay otra forma de consumir. Y toda una generación de personas de, más o menos, a partir de 20 años, ha vuelto a recuperar el gusto por la segunda mano, las habilidades manuales y el Hazlo tu Mismo, el Rastro y ha puesto en marcha iniciativas de reutilización de objetos. Y eso lo que nos hace pensar, que tras la crisis, algunos de los «buenos hábitos» a los que nos hemos visto obligados en épocas de vacas flacas han venido para quedarse.

La economía y el consumo colaborativos han pasado de tabla de salvación a hábito. Y eso una noticia estupenda para la sostenibilidad de nuestras ciudades. En Madrid, hay ejemplos en muchos barrios. Uno de ellos es la página de Facebook La Guindalera Reutiliza, en la que los vecinos del barrio cuelgan fotos de productos y materiales que ya no utilizan para que otros vecinos puedan usarlos. Hicimos la comprobación, y la verdad es que funciona perfectamente. Y qué cierto es que lo que a uno ya no le sirve, a otro le salva el plan.

Junto a esta reducción de consumo de materiales, viene ligada una reducción de generación de residuos. Si reaprovechamos, tiramos menos, y también en eso España está a la cabeza de Europa.

Además, este reaprovechamiento no tiene porque empobrecer a nuestra economía. Al contrario, personalmente creo que refuerza a la producción local, a menor escala, porque se revaloriza la calidad y la duración de los productos. Y eso acaba con la sobreproducción de cacharros inútiles. También recupera algunos oficios que estaban al borde de la desaparición, como todo lo relacionado con las reparaciones, zapateros, modistas, relojeros, etc. Incluso en una época de obsolescencia programada, consumir colaborativamente puede luchar contra el desgaste prematuro.

Pero tampoco seamos optimistas hasta la ingenuidad. Queda mucho por hacer. Hay sectores, como el de la moda, en el que esta tendencia no se tiene tan clara, y aún se sobre consume, arrastrados por los inputs publicitarios, las modas, las tendencias y el culto a la imagen. Pero se abren fisuras, por ejemplo, en el terreno de la ropa infantil, en la que ya son muchas las mamás que recurren a la compra colaborativa, a la segunda mano y a la reutilización.  Igual no triunfaremos en todos los frentes, pero si la tendencia se va incorporando a nuestro día a día, además de reutilizar y compartir, seguramente educaremos a nuestra mente en la toma de decisiones de compra responsables.

Hoteles: Los reyes de los residuos evitables

De un tiempo a esta parte he tenido la oportunidad, por ocio y por negocio, de visitar muchos hoteles de la geografía peninsular. De cadenas y categorías diversas, pero principalmente de cuatro estrellas. Y si hay un denominador común -sobre todo a medida que aumentan las estrellas o el «nivel» de la cadena-  es el nivel absurdo de residuos y derroche a los que invitan los responsables de los hoteles.do-not-disturb-1417223-1599x2404

Vamos a hacer un repaso de ese absurdo dispendio y de qué podemos hacer los clientes concienciados para evitarlo.

  1. Los amenities. Es el objeto de deseo, sobre todo de aquellas personas que no suelen ir a hoteles. Los pequeños botecitos de gel, champú, body milk, jaboncitos, gorritos de baño, peines, cepillos de dientes y otras tontadas que nos ofrecen los hoteles para hacer nuestra estancia más cómoda. Es cierto que resulta más cómodo usar esas amenities que cargar con un neceser, pero ¿Es necesario que los hoteles las cambien cada vez que arreglan la habitación, y se lleven las que están mediadas?¿Es necesario poner minijaboncitos que nadie, pero nadie acaba, y que acaban en la basura, cuando podrían poner un dispensador de jabón líquido? Hay hoteles, que ya usan este sistema, el de los dispensadores automáticos, y me parece estupendo, la verdad. Y en todo caso, ¿qué nos cuesta llevar un pequeño neceser? Empresas como Muji ofrecen botellitas de tamaño mini que puedes rellenar en casa en cada viaje, y llevar tu propio champú o gel (que en el caso de las personas conciencias será biodegradable). Y, de verdad ¿para qué llevárselos? En casa no los usamos casi nunca, y al final son un montón de botecitos (cuyo producto suele ser bastante infecto) que se acumulan y acaban en la basura en la primera limpieza general.
  2. Las toallas. ¿De verdad es necesario cambiarlas cada día? Algunas cadenas ya ponen carteles en la habitación sugiriendo que los clientes usen varias veces las toallas,  pero otras, aunque tienen el cartel puesto y aunque tu sigas las instrucciones, cambian las toallas igualmente. No es necesario, es nuestro cuerpo, y supongo que a nadie le molestará secarse dos veces con la misma toalla. No son solo los cambios, es el sensacional derroche de toallas. Para una sola persona podemos llegar a encontrarnos, dos albornoces, dos toallas grandes de baño, dos pequeñas, dos de tocador y una toalla/alfombra para salir del baño. Totalmente desmesurado.
    La única manera en la que he conseguido usar dos veces las mismas toallas en este tipo de hoteles ha sido, o bien dejando una nota a la camarera de piso indicando específicamente que no las cambiara (y no siempre funciona) o bien escondiendo las usadas, y luego usándolas y dejando sin tocar las que habían puesto nuevas.
  3. Luces a destajo. ¿Por qué los hoteles suelen dejar las habitaciones con todas las luces encendidas? Cuando insertas la tarjeta en el interruptor, de repente es como una epifanía. ¿No sería suficiente con la luz del pasillo, y ya iremos encendiendo las que necesitemos? Además, por qué tantas lámparas y tantos juegos de luz, cuando, en general, basta con una general y una de mesilla de noche (o de mesilla de trabajo si la hay) y la del baño. No entro ya en la carencia generalizada de LEDs y el abuso de las feas, calurosas y derrochadoras halógenas.
    Por cierto, si abrieran esas pesadísimas cortinas antiluz durante el día, a muchas habitaciones se podría acceder sin siquiera usar el interruptor.
  4. ¿Una habitación o un horno? No consigo entender por qué la calefacción está puesta tan a muerte en los hoteles. Sobre todo, porque existe una regulación en cuanto a temperaturas que muy a menudo dudo que se cumpla. Y en segundo lugar, porque me resulta francamente tonto estar en un habitación, durmiendo en invierno, con la calefacción a tope, pero solo una sábana para taparse.  Hay hoteles que ponen una funda nórdica. Es verdad que ahí tendríamos que ver qué supone la limpieza de estos elementos y cuál de las dos vías  produce menos huella ecológica, pero soy de esas personas que piensa que si hace frío me tapo, no convierto la sala en una playa tropical.
    Si te encuentras en una de estas habitaciones, baja la temperatura del termostato, o mejor aún, pide una manta y duerme tapadito.
    ¡Ah! Y no olvidemos hacer un consumo responsable de agua. Eso viene de nuestra cuenta. No dejar grifos abiertos porque «no pagamos nosotros». Ojalá los hoteles empezaran a reciclar el agua usada para las cisternas, porque así dolería menos la tentación de pegarse un baño en la bañera (que, hombre, de vez en cuando y en ciudades que no tengan carestía de agua, tampoco es pecado), pero de momento, usemos los grifos como los usaríamos en casa, cerrando cada vez que no necesitemos el agua.
  5. Los televisores puñeteros. Por favor, señores hoteleros, por ecología y por molestar menos a los clientes, compren teles en las que se pueda apagar la lucecita del standby.
  6. La bendita moqueta. A día de hoy, existen muchos tipos de suelos laminados, de madera (mejor FSC), y sobre todo de bambú, que dan un excelente resultado visual y de comportamiento. Y además, son relativamente fáciles de limpiar. No acabo de entender por qué los hoteles se empeñan en seguir enmoquetando, con el inmenso gasto energético y de producto que representa limpiar la moqueta.
  7. Bolígrafos, caramelitos, bombones, papeles, y otros cachivaches innecesarios. No hacen falta, de verdad. Quiero dormir. Listo, si necesito algo lo pido en recepción. Y qué decir de las zapatillas de toalla, de fabricación china, de ínfima calidad y envueltas en plástico térmico. Es el ejemplo claro del derroche absoluto. Aquí es donde nuestra actitud es fundamental. Si pensamos que en un hotel tienen que tratarnos como marajás y darnos absurdos caprichos, poco evolucionaremos. Un hotel es un lugar para dormir y asearse, en las mejores condiciones posibles, y si estamos de vacaciones ya nos ahorramos limpiar, y podemos descansar con otro rollo, pero no entiendo a qué necesitamos tantas cosas superfluas para decir que un hotel está bien.
  8. El desayuno ¡ah, el desayuno! Yo soy de desayunar fuerte, muy fuerte, en casa y fuera. Y cuando voy a un hotel no cambio mis costumbres. Agradezco que existan los bufés de desayuno, y los uso con criterio, comiendo lo mismo que comería en casa, ahorrándome cocinarlo. Pero hay mucha gente que llega a un bufé como un toro a una cacharrería y llena el plato con los ojos. Hasta arriba. Y obviamente, al no estar acostumbrado a desayunar así, se deja la mitad. Lo bueno de bufé es que puedes ir tantas veces como quieras con tu platito, así que coge lo que realmente te vayas a comer. Y señores del hotel, hay cosas perecederas que saben que no se acaban. ¿Cuánto tardan en hacer unos huevos revueltos? Tres minutos que yo creo que el cliente esperará encantado para comerlos recién hechos. Y así no tendré que ver como se tiran bandejas enteras de huevos tras un desayuno con clientes frugales (y aplíquese al resto de cosas calientes perecederas). Os aseguro que he visto tirar bandejas enteras, sin que nadie las hubiera tocado. Y me duele en el alma.
    Por cierto, por ese mismo motivo, suele ser absurdamente caro. Si estás en una ciudad, es casi seguro que por mucho menos podrás desayunar estupendamente en la calle, y además, disfrutarás del pálpito de los ciudadanos y del despertar del día, y no estarás encerrado en un (probablemente) sótano impersonal e igual al de mil hoteles del mundo con gente con caras de sueño y aspecto amarillento.
  9. El todo-incluido. En línea con el desayuno, pasa algo semejante con el todo-incluido. Tengo que reconocer que en este caso hablo de oídas, porque no lo he usado nunca (y no creo que lo use). Pero quien ha pasado una temporadita en la Riviera Maya o similares, no duda en jactarse de decir que «con la pulserita», en cuanto se calentaba la cerveza se pedía otra. O que pedía un cóctel y si no le gustaba, lo dejaba entero y pedía otro. Total, está todo incluido y no pagas más. Poco importa que tu capricho genere derroche y residuos ¿verdad? Echa cuentas, si de verdad haces un consumo responsable ¿sale rentable el todo incluido? Seguramente no, que los hoteles no son tontos.
  10. El minibar. En resumen, no sirve para nada. Hay cosas que jamás comprarías tú si necesitaras tomar un piscolabis, y además tienen precios absolutamente exorbitantes.  No tiene ningún sentido tener una nevera gastando electricidad en cada habitación, cuando cuesta lo mismo una botella de agua en el minibar que en el servicio de habitaciones (o a veces más).  Llamas al room service que te la traigan y listo. Se ahorrarían, además, tirar productos que estoy convencida de que se caducan, porque la gente, en general, no está dispuesta a pagar 5 euros por un snack que en cualquier parte vale 1. Y no entro a hablar de los hoteles que no se fían de ti y dejan el minibar vacío (pero con la nevera funcionando).

Estoy segura que si los hoteles dejaran de querer comprarnos con mimos innecesarios ( y nosotros dejáramos de vendernos por tan bajo precio), no solo tendríamos hoteles más respetuosos, sino que incluso podrían ser asequibles a más bolsillos.
Es cierto que hay cadenas que están empezando a tomar medidas (en algunos casos solo lo hace una de las marcas de la cadena, pero no todas, con lo que huele a greenwashing a la legua), pero, como siempre decimos en SyS, los consumidores somos los primeros que tenemos que imponer nuestras reglas. Después, si quieren que consumamos su producto, se tendrán que adaptar a nosotros.