Hoteles: Los reyes de los residuos evitables

De un tiempo a esta parte he tenido la oportunidad, por ocio y por negocio, de visitar muchos hoteles de la geografía peninsular. De cadenas y categorías diversas, pero principalmente de cuatro estrellas. Y si hay un denominador común -sobre todo a medida que aumentan las estrellas o el «nivel» de la cadena-  es el nivel absurdo de residuos y derroche a los que invitan los responsables de los hoteles.do-not-disturb-1417223-1599x2404

Vamos a hacer un repaso de ese absurdo dispendio y de qué podemos hacer los clientes concienciados para evitarlo.

  1. Los amenities. Es el objeto de deseo, sobre todo de aquellas personas que no suelen ir a hoteles. Los pequeños botecitos de gel, champú, body milk, jaboncitos, gorritos de baño, peines, cepillos de dientes y otras tontadas que nos ofrecen los hoteles para hacer nuestra estancia más cómoda. Es cierto que resulta más cómodo usar esas amenities que cargar con un neceser, pero ¿Es necesario que los hoteles las cambien cada vez que arreglan la habitación, y se lleven las que están mediadas?¿Es necesario poner minijaboncitos que nadie, pero nadie acaba, y que acaban en la basura, cuando podrían poner un dispensador de jabón líquido? Hay hoteles, que ya usan este sistema, el de los dispensadores automáticos, y me parece estupendo, la verdad. Y en todo caso, ¿qué nos cuesta llevar un pequeño neceser? Empresas como Muji ofrecen botellitas de tamaño mini que puedes rellenar en casa en cada viaje, y llevar tu propio champú o gel (que en el caso de las personas conciencias será biodegradable). Y, de verdad ¿para qué llevárselos? En casa no los usamos casi nunca, y al final son un montón de botecitos (cuyo producto suele ser bastante infecto) que se acumulan y acaban en la basura en la primera limpieza general.
  2. Las toallas. ¿De verdad es necesario cambiarlas cada día? Algunas cadenas ya ponen carteles en la habitación sugiriendo que los clientes usen varias veces las toallas,  pero otras, aunque tienen el cartel puesto y aunque tu sigas las instrucciones, cambian las toallas igualmente. No es necesario, es nuestro cuerpo, y supongo que a nadie le molestará secarse dos veces con la misma toalla. No son solo los cambios, es el sensacional derroche de toallas. Para una sola persona podemos llegar a encontrarnos, dos albornoces, dos toallas grandes de baño, dos pequeñas, dos de tocador y una toalla/alfombra para salir del baño. Totalmente desmesurado.
    La única manera en la que he conseguido usar dos veces las mismas toallas en este tipo de hoteles ha sido, o bien dejando una nota a la camarera de piso indicando específicamente que no las cambiara (y no siempre funciona) o bien escondiendo las usadas, y luego usándolas y dejando sin tocar las que habían puesto nuevas.
  3. Luces a destajo. ¿Por qué los hoteles suelen dejar las habitaciones con todas las luces encendidas? Cuando insertas la tarjeta en el interruptor, de repente es como una epifanía. ¿No sería suficiente con la luz del pasillo, y ya iremos encendiendo las que necesitemos? Además, por qué tantas lámparas y tantos juegos de luz, cuando, en general, basta con una general y una de mesilla de noche (o de mesilla de trabajo si la hay) y la del baño. No entro ya en la carencia generalizada de LEDs y el abuso de las feas, calurosas y derrochadoras halógenas.
    Por cierto, si abrieran esas pesadísimas cortinas antiluz durante el día, a muchas habitaciones se podría acceder sin siquiera usar el interruptor.
  4. ¿Una habitación o un horno? No consigo entender por qué la calefacción está puesta tan a muerte en los hoteles. Sobre todo, porque existe una regulación en cuanto a temperaturas que muy a menudo dudo que se cumpla. Y en segundo lugar, porque me resulta francamente tonto estar en un habitación, durmiendo en invierno, con la calefacción a tope, pero solo una sábana para taparse.  Hay hoteles que ponen una funda nórdica. Es verdad que ahí tendríamos que ver qué supone la limpieza de estos elementos y cuál de las dos vías  produce menos huella ecológica, pero soy de esas personas que piensa que si hace frío me tapo, no convierto la sala en una playa tropical.
    Si te encuentras en una de estas habitaciones, baja la temperatura del termostato, o mejor aún, pide una manta y duerme tapadito.
    ¡Ah! Y no olvidemos hacer un consumo responsable de agua. Eso viene de nuestra cuenta. No dejar grifos abiertos porque «no pagamos nosotros». Ojalá los hoteles empezaran a reciclar el agua usada para las cisternas, porque así dolería menos la tentación de pegarse un baño en la bañera (que, hombre, de vez en cuando y en ciudades que no tengan carestía de agua, tampoco es pecado), pero de momento, usemos los grifos como los usaríamos en casa, cerrando cada vez que no necesitemos el agua.
  5. Los televisores puñeteros. Por favor, señores hoteleros, por ecología y por molestar menos a los clientes, compren teles en las que se pueda apagar la lucecita del standby.
  6. La bendita moqueta. A día de hoy, existen muchos tipos de suelos laminados, de madera (mejor FSC), y sobre todo de bambú, que dan un excelente resultado visual y de comportamiento. Y además, son relativamente fáciles de limpiar. No acabo de entender por qué los hoteles se empeñan en seguir enmoquetando, con el inmenso gasto energético y de producto que representa limpiar la moqueta.
  7. Bolígrafos, caramelitos, bombones, papeles, y otros cachivaches innecesarios. No hacen falta, de verdad. Quiero dormir. Listo, si necesito algo lo pido en recepción. Y qué decir de las zapatillas de toalla, de fabricación china, de ínfima calidad y envueltas en plástico térmico. Es el ejemplo claro del derroche absoluto. Aquí es donde nuestra actitud es fundamental. Si pensamos que en un hotel tienen que tratarnos como marajás y darnos absurdos caprichos, poco evolucionaremos. Un hotel es un lugar para dormir y asearse, en las mejores condiciones posibles, y si estamos de vacaciones ya nos ahorramos limpiar, y podemos descansar con otro rollo, pero no entiendo a qué necesitamos tantas cosas superfluas para decir que un hotel está bien.
  8. El desayuno ¡ah, el desayuno! Yo soy de desayunar fuerte, muy fuerte, en casa y fuera. Y cuando voy a un hotel no cambio mis costumbres. Agradezco que existan los bufés de desayuno, y los uso con criterio, comiendo lo mismo que comería en casa, ahorrándome cocinarlo. Pero hay mucha gente que llega a un bufé como un toro a una cacharrería y llena el plato con los ojos. Hasta arriba. Y obviamente, al no estar acostumbrado a desayunar así, se deja la mitad. Lo bueno de bufé es que puedes ir tantas veces como quieras con tu platito, así que coge lo que realmente te vayas a comer. Y señores del hotel, hay cosas perecederas que saben que no se acaban. ¿Cuánto tardan en hacer unos huevos revueltos? Tres minutos que yo creo que el cliente esperará encantado para comerlos recién hechos. Y así no tendré que ver como se tiran bandejas enteras de huevos tras un desayuno con clientes frugales (y aplíquese al resto de cosas calientes perecederas). Os aseguro que he visto tirar bandejas enteras, sin que nadie las hubiera tocado. Y me duele en el alma.
    Por cierto, por ese mismo motivo, suele ser absurdamente caro. Si estás en una ciudad, es casi seguro que por mucho menos podrás desayunar estupendamente en la calle, y además, disfrutarás del pálpito de los ciudadanos y del despertar del día, y no estarás encerrado en un (probablemente) sótano impersonal e igual al de mil hoteles del mundo con gente con caras de sueño y aspecto amarillento.
  9. El todo-incluido. En línea con el desayuno, pasa algo semejante con el todo-incluido. Tengo que reconocer que en este caso hablo de oídas, porque no lo he usado nunca (y no creo que lo use). Pero quien ha pasado una temporadita en la Riviera Maya o similares, no duda en jactarse de decir que «con la pulserita», en cuanto se calentaba la cerveza se pedía otra. O que pedía un cóctel y si no le gustaba, lo dejaba entero y pedía otro. Total, está todo incluido y no pagas más. Poco importa que tu capricho genere derroche y residuos ¿verdad? Echa cuentas, si de verdad haces un consumo responsable ¿sale rentable el todo incluido? Seguramente no, que los hoteles no son tontos.
  10. El minibar. En resumen, no sirve para nada. Hay cosas que jamás comprarías tú si necesitaras tomar un piscolabis, y además tienen precios absolutamente exorbitantes.  No tiene ningún sentido tener una nevera gastando electricidad en cada habitación, cuando cuesta lo mismo una botella de agua en el minibar que en el servicio de habitaciones (o a veces más).  Llamas al room service que te la traigan y listo. Se ahorrarían, además, tirar productos que estoy convencida de que se caducan, porque la gente, en general, no está dispuesta a pagar 5 euros por un snack que en cualquier parte vale 1. Y no entro a hablar de los hoteles que no se fían de ti y dejan el minibar vacío (pero con la nevera funcionando).

Estoy segura que si los hoteles dejaran de querer comprarnos con mimos innecesarios ( y nosotros dejáramos de vendernos por tan bajo precio), no solo tendríamos hoteles más respetuosos, sino que incluso podrían ser asequibles a más bolsillos.
Es cierto que hay cadenas que están empezando a tomar medidas (en algunos casos solo lo hace una de las marcas de la cadena, pero no todas, con lo que huele a greenwashing a la legua), pero, como siempre decimos en SyS, los consumidores somos los primeros que tenemos que imponer nuestras reglas. Después, si quieren que consumamos su producto, se tendrán que adaptar a nosotros.

 

La gentrificación contamina

Gentriificación contamina

Se conoce como gentrificación el proceso por el cual un barrio normal se convierte en un barrio de moda a través de la llegada de colectivos que modifican el paisaje urbano, bien sea a través de la apertura de nuevos comercios y servicios o directamente actuando sobre la fisonomía del barrio.

En general, este proceso se vive en barrios céntricos de bajo nivel adquisitivo, que por obra y gracia de la llegada de modernos -atraídos por los bajos precios de la vivienda- se convierten en zonas de moda, momento en el que suben los precios de la vivienda y de los productos y los antiguos inquilinos, los originales que tenían allí su hogar, (con poder adquisitivo bajo) son expulsados al no poder afrontar los gastos.

En Barcelona, este fenómeno ha sucedido en zonas como El Raval o Poble-sec, y en Madrid en Malasaña, Lavapiés o Chueca, y aunque todo indicaba que el siguiente barrio a sacrificar sería Bellas Vistas, en Tetuán, mi experiencia me dice que el nuevo barrio sacrificado será Chamberí, y más concretamente, la zona norte (barrios de Vallehermoso y Ríos Rosas, principalmente). Será un nuevo tipo de gentrificación, porque ya no se trata de barrios superasequibles, pero sí de zonas del distrito que estaban más apagadas comercialmente y donde aún se podían encontrar pisos y alquileres razonables.

Como habitante (por poco tiempo) de esas nuevas zonas en proceso de gentrificación quiero hacer una reflexión sobre el impacto que tienen estos nuevos barrios modernos en el entorno urbano.

A pesar de que estos nuevos habitantes modernos tienden a moverse en bicicleta (mientras esté de moda, claro), y suelen alinearse con el consumo ecológico (ídem de ídem con las modas), su papel en los barrios que ocupan genera un impacto elevado que no siempre se tiene en cuenta, en mor, una vez más, de las modas.

Es el caso, por ejemplo, del impacto acústico. La apertura de más locales de ocio, la música de estos locales, el «ambiente» que se genera al entrar y salir el público de estos nuevos comercios lúdicos convierte a barrios previamente tranquilos, en lugares ruidosos.  Además, los inquilinos originales, cuando deciden tomar medidas al respecto se encuentran con la lentitud burocrática de los Ayuntamientos y con la insolidaridad de los dueños de los locales, que ven a estos vecinos como viejos retrógrados que no entienden que los bares de ahora «son así» o que solo quieren «fastidiar» porque les molesta que venga gente nueva al barrio, etc.  El gentrificador se adueña de su nuevo entorno.

Algo parecido sucede con la contaminación lumínica (por ejemplo, carteles encendidos las 24 horas del día, porque «están diseñados así» o «porque hay que tener visibilidad»), o la sobreproducción y el consumo poco responsable.
Si bien es cierto que un fenómeno común a la gentrificación es la aparición de comercios de comida ecológica, restaurantes «sostenibles» y panaderías orgánicas, también aparecen tiendas de gadgets inútiles, marcas de ropa de elevado precio y fabricación de origen dudoso, y otros comercios, a priori, no básicos y orientados al sobreconsumo (y por tanto, a la sobre generación de residuos). Además, el asociacionismo barrial se diluye, pierde fuerza «ideológica» para convertirse en un dotador de actividades culturales adaptadas a los gustos y necesidades de los nuevos vecinos. Ya no se reclaman mejoras urbanas -porque, ¡ay el encanto de la decrepitud!-, ya no se presiona para lograr mejores servicios sociales, porque los nuevos vecinos no los necesitan y los que nlos necesitan ya han sido expulsados, y al final todo se reduce a tener un cine-club, talleres de lana y tejidos y lo último en muffins,

Podríamos decir que si bien, el nuevo modelo de ciudadano que viene a ocupar estos barrios usa conceptos sostenibles, en general lo hace desde una perspectiva de Greenwashing, más que desde un cambio real del enfoque vital cotidiano. Y todo esto, al alto precio de expulsar a los habitantes originales de su barrio (y a los comerciantes originales de sus comercios) porque la hipsterización de los barrios trae vinculada un aumento del precio de venta y alquiler de las viviendas y del precio de los productos de consumo.  Por ejemplo, un café en un bar Pepe de toda la vida puede costar 1,20 €-1,30€ y un café en un bar hipster gentrificado 2,5€ (y a lo mejor ni siquiera te lo sirven en la mesa).

Otro ejemplo de los efectos de la gentrificación en un barrio y del impacto en el medioambiente del entorno que ésta puede tener es la reconversión de los mercados. Los mercados de abastos tradicionales dejan de tener tiendas «normales» para tener tiendas específicas de productos gourmet o exóticos. Tan hiperespecializados que ya no es posible hacer la compra en el barrio, sino que hay que desplazarse fuera de la zona porque van cerrando las pollerías y las charcuterías para que abran tiendas especializadas en productos selectos. Esto obliga a los ciudadanos a hacer un desplazamiento (en Madrid principalmente en coche) a zonas alejadas, con la consiguiente huella ecológica.

Y lo dicho con la comida se puede extender a otro tipo de comercios. El incremento de los alquileres (especialmente con el fin de las rentas antiguas) hace desaparecer a los artesanos (zapateros, modistas, peluqueras de toda la vida…), y elimina otros comercios de uso diario en favor de más bares con paredes de piedra vista y sillas desparejadas, salones de belleza y spas y más tiendas especializadas con productos caros. Incluso las grandes superficies acaban optando por sus versiones de «supermercado de proximidad» que implican menos tamaño, menos variedad y precios más elevados de los mismos productos (comparad cualquier hipermercado con un súper de barrio de la misma cadena y veréis la diferencia de precio).

Obviamente, el mayor impacto es que se pierde la personalidad y en las personas tradicionales del barrio. Y aunque se gane en espacios o en inversión municipal (presionada por estos nuevos vecinos), se desfigura una zona, como si, por ejemplo, fuera malo tener fama de barrio canalla. Todo se convierte en una gran decorado sin demasiada alma. Porque, está claro, que cuando el barrio pase de moda, toda esta «iniciativa» se irá a otro barrio, sin dejar nada,  ya que la propia configuración de los negocios que se implantan está pensada a corto-medio plazo por emprendedores que vienen de las escuelas de negocio y cuya idea es sacar beneficio de un nicho de mercado (esa ultraespecialización de la que hablábamos antes), no dotar de un servicio a un barrio.

Los barrios de las ciudades con auténtico espíritu sostenible son inclusivos, permiten la llegada de nuevos vecinos y el mantenimiento de los antiguos, respetan el entorno, permiten la generación de una red comercial que permita el consumo de proximidad y generan asociacionismo, que crea redes sociales entre los vecinos y moviliza al barrio en busca de lograr objetivos que lo conviertan en un lugar habitable para todos.

La sostenibilidad, el pequeño gran olvido de los grandes eventos

Hace unos días tuve la oportunidad de partbaseball-park-fans-1033829-micipar, desde dentro,  en un gran evento deportivo que se llevó a cabo en diversas sedes de todo el territorio español. Y si una cosa me llamó la atención es el poco enfoque sostenible que se da en este tipo de grandes celebraciones en las que, quitémonos las caretas, tras una excusa deportiva se buscan objetivos básicamente comerciales.

Partamos de esa premisa, totalmente respetable, a la hora de analizar la falta de interés en la sostenibilidad de los grandes eventos (deportivos, comerciales, nacionales, etc.) ¿Por qué reducir residuos, evitar la sobre producción, usar materiales reciclables, etc., no es aún un pilar básico a la hora de diseñar la celebración? ¿En serio que no sobre producir o no derrochar comida pueden generar un impacto negativo comercialmente hablando?

Ni los festivales de rock, ni las bodas reales, ni las celebraciones nacionales y ni siquiera los Juegos Olímpicos de Sydney, que en su momento fueron considerados unos juegos «verdes» por el enfoque que se hizo de la organización, se escaparon de cometer atropellos medioambientales y sociales. Y se siguen repitiendo a día de hoy, llevados por una especie de «obligaciones» impuestas por años de una tradición de celebración de eventos marcados por el dispendio, y dicho de forma coloquial, el marcar paquete.

Desde S&S proponemos unas cuantas medidas sencillas que permitirían reducir considerablemente la huella de los grandes eventos, pero que, sobre todo, emitirían un mensaje a la sociedad a través de algunas de las manifestaciones sociales más atractivas para los ciudadanos. Pero ante todo, y antes que tomar medidas «estéticas» como pueden llegar a ser las que proponemos, lo fundamental es partir de un enfoque del evento que tenga como objetivo estratégico el causar el menor impacto social y medioambiental.

  • Coches oficiales eléctricos o híbridos, y recálculo de la cantidad de vehículos necesarios basándose en las premisas del carsharing.
  • Transporte de atletas en autobuses GNC, o en autobuses urbanos de hidrógeno.
  • Construcción y uso de instalaciones polivalentes, realizadas con criterios de sostenibilidad y ahorro energético, que puedan reutilizarse y no quedarse como feos mamotretos fantasma en las ciudades.
  • Reutilización de instalaciones ya existentes.
  • Reducción drástica de la producción de material de merchandising oficial, enfoque del mismo a la utilidad (que permita su uso y reutilización posterior) y que esté fabricado en empresas que garanticen las condiciones laborales de los trabajadores. Donación de los sobrantes a entidades que puedan sacarles provecho lúdico o didáctico.
  • Reducción drástica de material publicitario, y en todo caso, selección de formatos que permitan ser reutilizados/donados durante y tras el evento.
  • Uniformes y otras equipaciones realizados en tejidos sostenibles (lyocell, modal, polyester reciclado, algodón orgánico, etc.) y diseñados de manera que puedan ser reutilizados  tras el evento.
  • Caterings sin envases ni envoltorios, cocinados con productos ecológicos y Km. 0.
  • Supresión de buffets libres y bebidas y snacks de cortesía que solo conducen a un consumo irresponsable y compulsivo bajo la premisa de que es gratis.
  • Uso de vasos y recipientes reutilizables en los servicios de hostelería vinculados al público del evento.
  • Reutilización de toallas, sábanas y otros enseres y garantía de fabricación sostenible de los mismos.
  • Reciclaje de residuos tanto de los generados por el público como por la misma organización. Exposición pública del reciclaje y los resultados de reutilización.
  • Instalación de LED en todas aquellos elementos que lo permitan, apagado generalizado de luces en horas sin evento y rechazo frontal a elementos decorativos luminosos.
  • Reducción drástica del volumen de música, megafonía, etc.
  • Reducción drástica del uso de papel. Uso  exclusivo y controlado de papel y material reciclado y madera FSC en construcciones, material de oficina, papel higiénico…
  • Sustitución de los productos de limpieza químicos por otros biodegradables con tensioactivos reducidos.
  • Reducción drástica de uso de plásticos y recuperación de elementos.
  • Reutilización de materiales de otros eventos (por ejemplo, las banderas, el material deportivo de uso competitivo, etc.).
  • Evitar la movilización de público y organización a parajes naturales de equilibrio delicado, y asegurarse que sea donde sea que se celebre el evento, como dirían los Boy Scouts, «el lugar quede mejor de como lo encontramos».
  • Emisión de mensajes de concienciación al público en cuestiones como reducción de gasto energético,  reciclaje, etc.
  • Reducción de consumos de agua y electricidad, así como supresión del uso de climatización con amplia emisión de gases.
  • Contrataciones laborales justas en toda la cadena productiva y organizativa del evento, y gestión de voluntariado responsable.
  • Consulta ciudadana sobre la idoneidad de realizar el evento (si se trata de un evento que modifique la cotidianeidad) y recogida de ideas y soluciones.
  • Colaboración con los agentes sociales y las asociaciones locales para implicar a la ciudad y ampliar el eco y participación del evento.
  • Cálculo de la huella de carbono del evento y compensación inmediata en la(s) localidad(es) en las que se realice.
  • Emisión de una Memoria de Sostenibilidad transparente del evento con pautas de mejora para futuras ediciones.

Seguramente todas estas medidas encarecerán el evento, porque muchas de ellas implican un mayor desembolso, pero una vez más, si tenemos la sostenibilidad como eje organizativo de nuestro evento comprobaremos que no resulta difícil reequilibrar el presupuesto si, a cambio de mejorar nuestro desempeño en sostenibilidad, reducimos las ingentes cantidades de dinero que se gastan en cuestiones puramente estéticas y que no son más que rémoras que arrastramos de las costumbres establecidas sobre organización de eventos. Y si no preguntémonos… ¿quién a día de hoy quiere una pegatina de un evento o marca? ¿Quien se lee un flyer? ¿Quien se pone de forma habitual en casa o en la calle una camiseta publicitaria?

 

PD de la autora: Todas estas medidas que hemos comentado para grandes eventos pueden (y deberían) aplicarse a cualquier evento de cualquier tamaño, desde una celebración empresarial, hasta un bautizo o una boda. Fijaos bien en la cantidad de comida que desperdiciamos en nuestras celebraciones familiares o el mal uso del papel y los regalitos «de recuerdo» que hacemos y nos daremos cuenta de cómo nosotros también estamos contribuyendo a mantener unas costumbres sin sentido que nos conducen a un comportamiento irresponsable en cuanto a sostenibilidad.

Sonríe, es sostenible

respeta a tu ciudad y a los ciudadanos. Esto también es sostenibilidad.

En adelante en este blog vamos a hablar de muchos temas relacionados con la sostenibilidad. Van a salir desde alimentos hasta propuestas de construcción o de movilidad.

Pero hay algo que a menudo se nos olvida y que es fundamental para que este planeta nuestro se mantenga en mejores condiciones: el civismo.

respeta a tu ciudad y a los ciudadanos. Esto también es sostenibilidad.Estamos en una sociedad que ha avanzado mucho y ha generado grandes inventos que nos han permitido vivir una vida más cómoda. Pero tenemos que cuidarlos, sobre todo, aquellos que compartimos con el resto de ciudadanos. Que existan y formen parte de nuestro día a día, no significa que sean nuestros.
Cuanto más los cuidemos, más durarán. Cuanto más duren y en mejores condiciones estén, menos huella ecológica dejarán (no habrá que construir nuevos, ni generar repuestos o piezas que a la larga no hacen más que ser pequeños nuevos ingredientes en la emisión de CO2).

Respetar el uso de los objetos, tratarlos con cuidado, no abusar de sus características -por ejemplo, respetar los transportes públicos, no romper sus elementos, respetar el mobiliario urbano, etc.- también es una gran manera de contribuir a un desarrollo sostenible.

E igual que cuidamos las cosas, ¿por qué no tratar con cariño también a nuestros conciudadanos? Seguramente, la ciudad ganaría en habitabilidad si los ciudadanos fuéramos respetuosos entre nosotros, fuéramos cívicos no solo al cuidar lo que la ciudad nos pone al alcance, sino también cívicos con nuestros conciudadanos. Respetar una cola,  saludar, ceder el paso, levantarse del asiento cuando otra persona lo necesita, contestar una pregunta, preguntar con un por favor y un gracias. Una sonrisa puede ser nuestra mejor arma para ser sostenibles.
Una ciudad cívica y educada es más habitable. Una ciudad más habitable es más creativa, más consciente y orgullosa de sí misma.

Para ser sostenible no hace falta gastarse dinero, pero no hay que ahorrar en educación, respeto y sonrisas.