La gentrificación contamina

Gentriificación contamina

Se conoce como gentrificación el proceso por el cual un barrio normal se convierte en un barrio de moda a través de la llegada de colectivos que modifican el paisaje urbano, bien sea a través de la apertura de nuevos comercios y servicios o directamente actuando sobre la fisonomía del barrio.

En general, este proceso se vive en barrios céntricos de bajo nivel adquisitivo, que por obra y gracia de la llegada de modernos -atraídos por los bajos precios de la vivienda- se convierten en zonas de moda, momento en el que suben los precios de la vivienda y de los productos y los antiguos inquilinos, los originales que tenían allí su hogar, (con poder adquisitivo bajo) son expulsados al no poder afrontar los gastos.

En Barcelona, este fenómeno ha sucedido en zonas como El Raval o Poble-sec, y en Madrid en Malasaña, Lavapiés o Chueca, y aunque todo indicaba que el siguiente barrio a sacrificar sería Bellas Vistas, en Tetuán, mi experiencia me dice que el nuevo barrio sacrificado será Chamberí, y más concretamente, la zona norte (barrios de Vallehermoso y Ríos Rosas, principalmente). Será un nuevo tipo de gentrificación, porque ya no se trata de barrios superasequibles, pero sí de zonas del distrito que estaban más apagadas comercialmente y donde aún se podían encontrar pisos y alquileres razonables.

Como habitante (por poco tiempo) de esas nuevas zonas en proceso de gentrificación quiero hacer una reflexión sobre el impacto que tienen estos nuevos barrios modernos en el entorno urbano.

A pesar de que estos nuevos habitantes modernos tienden a moverse en bicicleta (mientras esté de moda, claro), y suelen alinearse con el consumo ecológico (ídem de ídem con las modas), su papel en los barrios que ocupan genera un impacto elevado que no siempre se tiene en cuenta, en mor, una vez más, de las modas.

Es el caso, por ejemplo, del impacto acústico. La apertura de más locales de ocio, la música de estos locales, el «ambiente» que se genera al entrar y salir el público de estos nuevos comercios lúdicos convierte a barrios previamente tranquilos, en lugares ruidosos.  Además, los inquilinos originales, cuando deciden tomar medidas al respecto se encuentran con la lentitud burocrática de los Ayuntamientos y con la insolidaridad de los dueños de los locales, que ven a estos vecinos como viejos retrógrados que no entienden que los bares de ahora «son así» o que solo quieren «fastidiar» porque les molesta que venga gente nueva al barrio, etc.  El gentrificador se adueña de su nuevo entorno.

Algo parecido sucede con la contaminación lumínica (por ejemplo, carteles encendidos las 24 horas del día, porque «están diseñados así» o «porque hay que tener visibilidad»), o la sobreproducción y el consumo poco responsable.
Si bien es cierto que un fenómeno común a la gentrificación es la aparición de comercios de comida ecológica, restaurantes «sostenibles» y panaderías orgánicas, también aparecen tiendas de gadgets inútiles, marcas de ropa de elevado precio y fabricación de origen dudoso, y otros comercios, a priori, no básicos y orientados al sobreconsumo (y por tanto, a la sobre generación de residuos). Además, el asociacionismo barrial se diluye, pierde fuerza «ideológica» para convertirse en un dotador de actividades culturales adaptadas a los gustos y necesidades de los nuevos vecinos. Ya no se reclaman mejoras urbanas -porque, ¡ay el encanto de la decrepitud!-, ya no se presiona para lograr mejores servicios sociales, porque los nuevos vecinos no los necesitan y los que nlos necesitan ya han sido expulsados, y al final todo se reduce a tener un cine-club, talleres de lana y tejidos y lo último en muffins,

Podríamos decir que si bien, el nuevo modelo de ciudadano que viene a ocupar estos barrios usa conceptos sostenibles, en general lo hace desde una perspectiva de Greenwashing, más que desde un cambio real del enfoque vital cotidiano. Y todo esto, al alto precio de expulsar a los habitantes originales de su barrio (y a los comerciantes originales de sus comercios) porque la hipsterización de los barrios trae vinculada un aumento del precio de venta y alquiler de las viviendas y del precio de los productos de consumo.  Por ejemplo, un café en un bar Pepe de toda la vida puede costar 1,20 €-1,30€ y un café en un bar hipster gentrificado 2,5€ (y a lo mejor ni siquiera te lo sirven en la mesa).

Otro ejemplo de los efectos de la gentrificación en un barrio y del impacto en el medioambiente del entorno que ésta puede tener es la reconversión de los mercados. Los mercados de abastos tradicionales dejan de tener tiendas «normales» para tener tiendas específicas de productos gourmet o exóticos. Tan hiperespecializados que ya no es posible hacer la compra en el barrio, sino que hay que desplazarse fuera de la zona porque van cerrando las pollerías y las charcuterías para que abran tiendas especializadas en productos selectos. Esto obliga a los ciudadanos a hacer un desplazamiento (en Madrid principalmente en coche) a zonas alejadas, con la consiguiente huella ecológica.

Y lo dicho con la comida se puede extender a otro tipo de comercios. El incremento de los alquileres (especialmente con el fin de las rentas antiguas) hace desaparecer a los artesanos (zapateros, modistas, peluqueras de toda la vida…), y elimina otros comercios de uso diario en favor de más bares con paredes de piedra vista y sillas desparejadas, salones de belleza y spas y más tiendas especializadas con productos caros. Incluso las grandes superficies acaban optando por sus versiones de «supermercado de proximidad» que implican menos tamaño, menos variedad y precios más elevados de los mismos productos (comparad cualquier hipermercado con un súper de barrio de la misma cadena y veréis la diferencia de precio).

Obviamente, el mayor impacto es que se pierde la personalidad y en las personas tradicionales del barrio. Y aunque se gane en espacios o en inversión municipal (presionada por estos nuevos vecinos), se desfigura una zona, como si, por ejemplo, fuera malo tener fama de barrio canalla. Todo se convierte en una gran decorado sin demasiada alma. Porque, está claro, que cuando el barrio pase de moda, toda esta «iniciativa» se irá a otro barrio, sin dejar nada,  ya que la propia configuración de los negocios que se implantan está pensada a corto-medio plazo por emprendedores que vienen de las escuelas de negocio y cuya idea es sacar beneficio de un nicho de mercado (esa ultraespecialización de la que hablábamos antes), no dotar de un servicio a un barrio.

Los barrios de las ciudades con auténtico espíritu sostenible son inclusivos, permiten la llegada de nuevos vecinos y el mantenimiento de los antiguos, respetan el entorno, permiten la generación de una red comercial que permita el consumo de proximidad y generan asociacionismo, que crea redes sociales entre los vecinos y moviliza al barrio en busca de lograr objetivos que lo conviertan en un lugar habitable para todos.