Ahora que somos más bio, seamos más responsables

Después de unos meses sin contenidos actualizados -por lo que os pedimos disculpas- retomamos la publicación de información y reflexiones sobre sostenibilidad con el gancho de la celebración de la 34 edición de la feria Biocultura en Madrid, un referente en lo que se refiere al estado de salud del sector ecológico en nuestro país y que el año pasado reunió a más de 74.000 personas en Ifema.

La buena noticia es que el mercado de la producción ecológica, tanto en el sector de la alimentación y de la cosmética está en buena forma. En esta edición ha participado 750 expositores principalmente del sector alimentario, pero con interesante crecimiento de las empresas de cosmética natural. En cambio, la presencia del sector de la moda ecológica, a nuestro parecer, ha sufrido un cierto retroceso. Probablemente no en cantidad pero sí en calidad. Y no porque la ropa presente no esté hecha con cariño y con una firme apuesta ecológica, sino porque, una vez más, las propuestas que se exponen en Biocultura son poco inclusivas, es decir, son un estilo de ropa que está dirigido a un perfil muy concreto de usuarios y que, probablemente, no seleccionaría el público general, por lo que dificulta la asunción de gestos sostenibles en la selección de vestuario  para aquellos que se están iniciando en uno modo de vida más responsable.

Precisamente, esta orientación menos inclusiva presente en Biocultura es una de las noticias menos buenas de la feria. Si bien es cierto que la parte de la muestra que se orientaba a disciplinas alternativas se ha reducido considerablemente, lo cual contribuye a reducir el cliché por el que mucha gente no se anima a dar el paso hacia la sostenibilidad, aún hay una presencia importante de propuestas de difícil sustento científico, en especial en los talleres, que, en muchas ocasiones, sirven de excusa a los más reacios a cambiar de rutinas alimentarias o vitales para restar credibilidad al movimiento sostenible. También hemos echado en falta otras propuestas vinculadas a la sostenibilidad, como más presencia de soluciones energéticas o habitacionales, finanzas éticas y comercio justo.

Otro aspecto que nos sigue sorprendiendo, un poco para mal, es que muchas empresas que se dedican a producir sosteniblemente se empeñan en centrar su mensaje y su marketing en la salud. Entendemos que es un punto importante para convencer a los visitantes y clientes, pero no siempre es demostrable. En cambio, el impacto positivo en el medio ambiente de este tipo de producción sí es demostrable y también contribuye a la salud, pero a menudo o se obvia o se deja en segundo plano. En según qué productos, no podemos evitar preguntarnos si efectivamente son tan sostenibles como deberían ser o están más pensados para el mensaje de salud, con el objetivo de vender más. A modo de ejemplo, nos sorprendió mucho ver cuántas empresas de cosmética ecológica usaban plástico para sus envases.

Una vuelta de tuerca

Sea como sea, Biocultura crece en número de expositores y de visitantes, y eso quiere decir que el consumo de productos de fabricación ecológica y sostenible también crece en los hogares españoles. De hecho, una buena muestra de ello es el interés de las grandes marcas y de las grandes distribuidoras por ofrecer alternativas ecológicas a sus productos (ya hay yogures de marca comercial ecológicos, cafés de marca comercial ecológicos, sopas y cremas, e incluso marcas blancas bio de gran distribución). Si a los grandes les interesa, señal de que son productos que tienen salida.

Y, obviamente, eso es muy positivo, porque las grandes marcas y los grandes distribuidores pueden poner precios más competitivos que permitan que el gran público se acerque a la alimentación o la limpieza ecológicas, superen el cliché y los prejuicios, y valoren el informarse y sumergirse cada vez más en el modelo de alimentación bio.

Pero los que ya llevamos tiempo en esto tenemos que estar alerta y ayudar a los nuevos consumidores en otro aspecto fundamental: la producción sostenible y responsable de los productos. Uno de los riesgos de la producción biológica en masa para la gran distribución es que, al final, los productores sean ecológicos pero acaben siendo explotados por un sistema de producción injusto. Por eso, el siguiente paso es procurar asegurarnos que lo que consumimos se produce de manera sostenible y justa. Que el boom de lo bio no implica destrucción de zonas boscosas para incrementar la producción ecológica ni implica que los agricultores tengan que producir y vender en condiciones draconianas para que cuadren los números.

No debemos olvidar que sostenibilidad no implica solo el concepto de ecológico o bio, sino que implica que, principalmente, un consumo responsable e informado, unas condiciones de producción seguras para el medio ambiente, que respeten la biodiversidad y la flora y la fauna de los países y que aseguren una vida digna a los productores. Sin eso, permitiremos que el sistema se adueñe de nuestro movimiento, lo convierta en lo que convierte todo, una forma perversa de ganar dinero sin pensar en nada ni en nadie.

Optar por la sostenibilidad, implica cambiar el sistema. Es lento y farragoso y habrá mil obstáculos, pero es importante no perder de vista nuestro objetivo.

 

Cuatro años buscando maneras de ser más sostenibles

Hoy hace 4 años que empecé a escribir este blog. Todo surgió de la necesidad de compartir información que permitiera a las personas ser más sostenibles, en especial, en el día a día de un ciudadano normal, y que esa información sirviera de reflexión sobre el trato que damos a nuestro planeta. Y sobre todo, quería que fuera información que pudiera llegar a todos los públicos, sin tintes ideológicos y sin posicionamientos extremos. Sin esoterismos, ni hippismos, ni bohochiquismos. Que lo que aquí se leyera lo pudiera aplicar cualquier, desde mi madre hasta el vecino del quinto. Desde el votante del PP al de Podemos. Desde los padres con niños a los solteros empedernidos. Desde el del sueldo mínimo hasta el multimillonario.

Porque creo, sinceramente, que si la información sobre sostenibilidad se sesga por ideologías, estilos de vida, poder adquisitivo y otras consideraciones, no lograremos alcanzar el que sería el objetivo: evitar seguir degradando nuestro planeta. Y porque creo que no tenemos que plantearnos prácticas conscientes, como el consumo responsable, la reducción de residuos, el reciclaje o la movilidad sensata como una moda. No son moda, tienen que ser un hábito.

No sé si he conseguido mi propósito en este sentido, aunque espero que alguno de los posts de este blog haya cambiado las costumbres de alguno de mis lectores, con especial énfasis en los que, antes de caer aquí, no se habían planteado nunca la sostenibilidad. O que al menos, les haya servido para reflexionar aunque solo sea unos minutos, sobre nuestro papel como habitantes de este planeta y sobre nuestra responsabilidad a la hora de cuidarlo.

Con este post solo quiero agradecer a todas aquellas personas que se han acercado a cotillear por este blog. En cuatro años, hemos pasado de apenas mil visitas al año a casi 27.000. Gracias a esos 23.000 visitantes que os tomáis la molestia de leerme.
Una de las páginas más vistas es El Armario de S&S y eso me enorgullece especialmente, porque en un  mundo digital en el que los bloggers venden sus opiniones positivas por un regalito cualquiera, he conseguido que esa sección sea atractiva aplicando una política de solo mencionar a aquellas tiendas/proveedores que conozco, que he visitado y a los que he comprado. Sin regalos ni prebendas. Porque ser sostenible también implica dar información honesta y comprobada.

En estos cuatro años el blog ha pasado a formar parte del Colectivo Hola Eco, y ha colaborado con todos aquellos que han solicitado ayuda relacionada con la sostenibilidad, y así seguirá su desarrollo.

Y también seguirá el compromiso de publicar solo información que me resulte realmente interesante o sorprendente, aunque ello implique no publicar todo el rato, ni cada semana, sino una o dos veces al mes como mucho. Internet ya está bastante lleno de información vacía. El caso es seguir dando buenos consejos, con la única esperanza de que calen en los espíritus de los lectores. Lo que tengo claro es que esto lo hago por compromiso, no porque aspire a que sea mi medio de vida.

Como blog inclusivo que es, sigo abierta a colaboraciones y a propuestas.  Porque como decía al principio de este post, cuantos más seamos, mejor podremos preservar la salud de nuestro planeta.

 

El ‘mito’ de que lo ecológico es más caro: El café

restaurant-beans-coffee-cupNo es la primera vez que hablamos de los precios de lo ecológico o del comercio justo y de cómo y por qué estos son superiores a los precios de los productos convencionales. Pero entendemos que hasta ahora lo hemos hecho apelando a que nuestro lector entendiera que el precio superior llevaba implicada toda una filosofía de consumo, protección del medio ambiente y respeto a los productores.

Pero, ¿y si nos saltamos toda la parte filosófica? ¿Hay productos ecológicos (o de comercio justo) que simplemente son más baratos? Algunos hay, y además, con una diferencia abismal. Es el caso del café. Más concretamente del café en cápsulas.

Dicen los muy cafeteros que el café de las cápsulas es mucho más bueno que cualquier otro. Personalmente, no sé si lo comparan con el aguachirri de una cafetera americana o con el soluble (no creo que lo comparen con un buen café de máquina de expresso), pero vamos a darles el beneficio de la duda. Digamos que sí, que el café de cápsulas es mucho mejor que cualquier otro.

Solo faltaría, sobre todo, porque a día de hoy, los consumidores de cápsulas de Nespresso, de la gama más económica, están pagando su café a 65 euros el kilo (cada cápsula, de 0,36 euros, contiene 5.5 gramos de café). Y los que se decantan por los cafés considerados edición limitada, lo están pagando a 83 euros el kilo (cada cápsula de 0,46 euros contiene 5.5 gramos de café).  En España, en 2009 se vendieron la friolera de 600.000 máquinas de café Nespresso, la marca líder del mercado, a partir de los 90 euros (a veces con descuentos o parte del dinero «devuelto» en cápsulas pueden encontrarse por a partir de 50 euros), por lo que podemos considerar que, actualmente, las cápsulas de café son de consumo masivo.

También es cierto que no todo el mundo compra las cápsulas originales, y algunos apuestan por marcas blancas como Bellarom, cuyo precio por kilo es de 32,7 euros (0,18 por cápsula de 5.5 gramos). Considerablemente menos, aunque siempre bajo la sospecha de la venta a pérdidas, pero aún bastante más de lo que nos costaría un buen café ecológico y/o de comercio justo.

A día de hoy no resulta complicado encontrar cafés ecológicos y de comercio justo a partir de los 10 euros y algo el kilo, como por ejemplo, el que comercializa Intermón Oxfam, cuyo paquete de 250 gramos nos cuesta 2,59 euros. El margen que nos da el impresionante precio del kilo de café en cápsula nos permitiría incluso darnos un gusto y regalarnos tazas de café ecológico gourmet, a unos 24 euros el kilo (11,6 euros el paquete de medio kilo molido), o este también de Intermón. Una cafetera expresso medianamente aceptable se puede encontrar desde los 80 euros, más o menos, siendo las de a partir de 100 euros las que ya dan un resultado francamente bueno. Solo a modo de pincelada, en 2013, un productor brasileño de café convencional vendía los 60 kilos a 106 dólares, o lo que es lo mismo, a 1,7 dólares el kilo, al cambio actual 1,50 euros el kilo.

Entonces, vamos a seguir echando cuentas, así a lo bruto. Imaginemos -obviamente para teorizar y hablar en las mismas condiciones- que una máquina de expresso y una de cápsulas duran 1.000 cafés. Por tanto, pongamos 10 céntimos de gasto de la máquina (de precio medio 100 euros), más pongamos otros 10 de agua y otros 10 de electricidad. 30 céntimos de «gastos externos». Una cápsula 36 céntimos, por tanto un café 66 céntimos. 
Con los mismo datos 10 céntimos de máquina, 10 de agua y 10 de electricidad, sumemos ahora el coste de 10 gramos de café molido, ya que las máquinas expresso suelen requerir algo más de cantidad, o sea 10 céntimos más (10 euros kilo). En total, 40 céntimos por café.

Vale, aceptamos que hemos hecho un poco de «trampa». Hemos comparado café de cápsula contra café molido. Cierto es que el café molido convencional puede ser más barato que el ecológico, aunque no siempre, y en muchos casos el precio es similar. Pero cuando leemos que se venden 600.000 cafeteras en un año,  y además, valoramos el comportamiento de nuestro entorno, llegamos a la conclusión de que, a día de hoy prácticamente están más extendidas las cápsulas que el café molido «suelto». Y, además, por puros principios de nuestro blog, aunque existen opciones de cápsulas con café ecológico (a precios prácticamente iguales, o incluso inferiores a las convencionales), no podemos promocionar un tipo de consumo que genera una cantidad inmensa de residuos innecesarios.

El argumento «de peso» de los usuarios de cápsulas es por un lado, la calidad del café, y el hecho de que sea más barato que en el bar. Cualquier café hecho en casa va a ser más barato que un bar, ya que te lo haces tú, no te lo hace otro que recibe un sueldo por ello, no hay costes de licencias, ni impuestos ni gastos implicados en el precio de un café de bar, aunque es cierto que es uno de los productos que más margen dejan a los hosteleros. Y también hay que decir que, en los lugares decentes, la calidad de la cafetera, su nivel de presión y la habilidad del camarero dan un café de una calidad que merece ser pagada. Claro, que hay lugares donde, llevados por un cierto postureo cobran los cafés a precio de oro, incluso a más euros por kilo que las cápsulas.

En resumen, que el café es uno de los productos en los que, víctimas de un excelente posicionamiento y un marketing para quitarse el sombrero, estamos pagando más caro sin ni siquiera plantearnos otra opción.  A 30 cafés por mes -y sin contar gastos externos-, con cápsulas nos gastamos 10,8 euros (gama baja de marca, 3 paquetes de 10 cápsulas), mientras que con café molido ecológico y de comercio justo nos gastamos 3,30 (10grx30 tazas=300 gramos, a 10 euros/kg =3.30 euros).

Con esos casi 6 euros que nos sobran, ya tenemos para pagar parte del «extra» de esas verduras ecológicas por las que no estamos dispuestos a pagar 6 veces más como, cómo hemos visto, hacemos con otros productos.

Hoteles: Los reyes de los residuos evitables

De un tiempo a esta parte he tenido la oportunidad, por ocio y por negocio, de visitar muchos hoteles de la geografía peninsular. De cadenas y categorías diversas, pero principalmente de cuatro estrellas. Y si hay un denominador común -sobre todo a medida que aumentan las estrellas o el «nivel» de la cadena-  es el nivel absurdo de residuos y derroche a los que invitan los responsables de los hoteles.do-not-disturb-1417223-1599x2404

Vamos a hacer un repaso de ese absurdo dispendio y de qué podemos hacer los clientes concienciados para evitarlo.

  1. Los amenities. Es el objeto de deseo, sobre todo de aquellas personas que no suelen ir a hoteles. Los pequeños botecitos de gel, champú, body milk, jaboncitos, gorritos de baño, peines, cepillos de dientes y otras tontadas que nos ofrecen los hoteles para hacer nuestra estancia más cómoda. Es cierto que resulta más cómodo usar esas amenities que cargar con un neceser, pero ¿Es necesario que los hoteles las cambien cada vez que arreglan la habitación, y se lleven las que están mediadas?¿Es necesario poner minijaboncitos que nadie, pero nadie acaba, y que acaban en la basura, cuando podrían poner un dispensador de jabón líquido? Hay hoteles, que ya usan este sistema, el de los dispensadores automáticos, y me parece estupendo, la verdad. Y en todo caso, ¿qué nos cuesta llevar un pequeño neceser? Empresas como Muji ofrecen botellitas de tamaño mini que puedes rellenar en casa en cada viaje, y llevar tu propio champú o gel (que en el caso de las personas conciencias será biodegradable). Y, de verdad ¿para qué llevárselos? En casa no los usamos casi nunca, y al final son un montón de botecitos (cuyo producto suele ser bastante infecto) que se acumulan y acaban en la basura en la primera limpieza general.
  2. Las toallas. ¿De verdad es necesario cambiarlas cada día? Algunas cadenas ya ponen carteles en la habitación sugiriendo que los clientes usen varias veces las toallas,  pero otras, aunque tienen el cartel puesto y aunque tu sigas las instrucciones, cambian las toallas igualmente. No es necesario, es nuestro cuerpo, y supongo que a nadie le molestará secarse dos veces con la misma toalla. No son solo los cambios, es el sensacional derroche de toallas. Para una sola persona podemos llegar a encontrarnos, dos albornoces, dos toallas grandes de baño, dos pequeñas, dos de tocador y una toalla/alfombra para salir del baño. Totalmente desmesurado.
    La única manera en la que he conseguido usar dos veces las mismas toallas en este tipo de hoteles ha sido, o bien dejando una nota a la camarera de piso indicando específicamente que no las cambiara (y no siempre funciona) o bien escondiendo las usadas, y luego usándolas y dejando sin tocar las que habían puesto nuevas.
  3. Luces a destajo. ¿Por qué los hoteles suelen dejar las habitaciones con todas las luces encendidas? Cuando insertas la tarjeta en el interruptor, de repente es como una epifanía. ¿No sería suficiente con la luz del pasillo, y ya iremos encendiendo las que necesitemos? Además, por qué tantas lámparas y tantos juegos de luz, cuando, en general, basta con una general y una de mesilla de noche (o de mesilla de trabajo si la hay) y la del baño. No entro ya en la carencia generalizada de LEDs y el abuso de las feas, calurosas y derrochadoras halógenas.
    Por cierto, si abrieran esas pesadísimas cortinas antiluz durante el día, a muchas habitaciones se podría acceder sin siquiera usar el interruptor.
  4. ¿Una habitación o un horno? No consigo entender por qué la calefacción está puesta tan a muerte en los hoteles. Sobre todo, porque existe una regulación en cuanto a temperaturas que muy a menudo dudo que se cumpla. Y en segundo lugar, porque me resulta francamente tonto estar en un habitación, durmiendo en invierno, con la calefacción a tope, pero solo una sábana para taparse.  Hay hoteles que ponen una funda nórdica. Es verdad que ahí tendríamos que ver qué supone la limpieza de estos elementos y cuál de las dos vías  produce menos huella ecológica, pero soy de esas personas que piensa que si hace frío me tapo, no convierto la sala en una playa tropical.
    Si te encuentras en una de estas habitaciones, baja la temperatura del termostato, o mejor aún, pide una manta y duerme tapadito.
    ¡Ah! Y no olvidemos hacer un consumo responsable de agua. Eso viene de nuestra cuenta. No dejar grifos abiertos porque «no pagamos nosotros». Ojalá los hoteles empezaran a reciclar el agua usada para las cisternas, porque así dolería menos la tentación de pegarse un baño en la bañera (que, hombre, de vez en cuando y en ciudades que no tengan carestía de agua, tampoco es pecado), pero de momento, usemos los grifos como los usaríamos en casa, cerrando cada vez que no necesitemos el agua.
  5. Los televisores puñeteros. Por favor, señores hoteleros, por ecología y por molestar menos a los clientes, compren teles en las que se pueda apagar la lucecita del standby.
  6. La bendita moqueta. A día de hoy, existen muchos tipos de suelos laminados, de madera (mejor FSC), y sobre todo de bambú, que dan un excelente resultado visual y de comportamiento. Y además, son relativamente fáciles de limpiar. No acabo de entender por qué los hoteles se empeñan en seguir enmoquetando, con el inmenso gasto energético y de producto que representa limpiar la moqueta.
  7. Bolígrafos, caramelitos, bombones, papeles, y otros cachivaches innecesarios. No hacen falta, de verdad. Quiero dormir. Listo, si necesito algo lo pido en recepción. Y qué decir de las zapatillas de toalla, de fabricación china, de ínfima calidad y envueltas en plástico térmico. Es el ejemplo claro del derroche absoluto. Aquí es donde nuestra actitud es fundamental. Si pensamos que en un hotel tienen que tratarnos como marajás y darnos absurdos caprichos, poco evolucionaremos. Un hotel es un lugar para dormir y asearse, en las mejores condiciones posibles, y si estamos de vacaciones ya nos ahorramos limpiar, y podemos descansar con otro rollo, pero no entiendo a qué necesitamos tantas cosas superfluas para decir que un hotel está bien.
  8. El desayuno ¡ah, el desayuno! Yo soy de desayunar fuerte, muy fuerte, en casa y fuera. Y cuando voy a un hotel no cambio mis costumbres. Agradezco que existan los bufés de desayuno, y los uso con criterio, comiendo lo mismo que comería en casa, ahorrándome cocinarlo. Pero hay mucha gente que llega a un bufé como un toro a una cacharrería y llena el plato con los ojos. Hasta arriba. Y obviamente, al no estar acostumbrado a desayunar así, se deja la mitad. Lo bueno de bufé es que puedes ir tantas veces como quieras con tu platito, así que coge lo que realmente te vayas a comer. Y señores del hotel, hay cosas perecederas que saben que no se acaban. ¿Cuánto tardan en hacer unos huevos revueltos? Tres minutos que yo creo que el cliente esperará encantado para comerlos recién hechos. Y así no tendré que ver como se tiran bandejas enteras de huevos tras un desayuno con clientes frugales (y aplíquese al resto de cosas calientes perecederas). Os aseguro que he visto tirar bandejas enteras, sin que nadie las hubiera tocado. Y me duele en el alma.
    Por cierto, por ese mismo motivo, suele ser absurdamente caro. Si estás en una ciudad, es casi seguro que por mucho menos podrás desayunar estupendamente en la calle, y además, disfrutarás del pálpito de los ciudadanos y del despertar del día, y no estarás encerrado en un (probablemente) sótano impersonal e igual al de mil hoteles del mundo con gente con caras de sueño y aspecto amarillento.
  9. El todo-incluido. En línea con el desayuno, pasa algo semejante con el todo-incluido. Tengo que reconocer que en este caso hablo de oídas, porque no lo he usado nunca (y no creo que lo use). Pero quien ha pasado una temporadita en la Riviera Maya o similares, no duda en jactarse de decir que «con la pulserita», en cuanto se calentaba la cerveza se pedía otra. O que pedía un cóctel y si no le gustaba, lo dejaba entero y pedía otro. Total, está todo incluido y no pagas más. Poco importa que tu capricho genere derroche y residuos ¿verdad? Echa cuentas, si de verdad haces un consumo responsable ¿sale rentable el todo incluido? Seguramente no, que los hoteles no son tontos.
  10. El minibar. En resumen, no sirve para nada. Hay cosas que jamás comprarías tú si necesitaras tomar un piscolabis, y además tienen precios absolutamente exorbitantes.  No tiene ningún sentido tener una nevera gastando electricidad en cada habitación, cuando cuesta lo mismo una botella de agua en el minibar que en el servicio de habitaciones (o a veces más).  Llamas al room service que te la traigan y listo. Se ahorrarían, además, tirar productos que estoy convencida de que se caducan, porque la gente, en general, no está dispuesta a pagar 5 euros por un snack que en cualquier parte vale 1. Y no entro a hablar de los hoteles que no se fían de ti y dejan el minibar vacío (pero con la nevera funcionando).

Estoy segura que si los hoteles dejaran de querer comprarnos con mimos innecesarios ( y nosotros dejáramos de vendernos por tan bajo precio), no solo tendríamos hoteles más respetuosos, sino que incluso podrían ser asequibles a más bolsillos.
Es cierto que hay cadenas que están empezando a tomar medidas (en algunos casos solo lo hace una de las marcas de la cadena, pero no todas, con lo que huele a greenwashing a la legua), pero, como siempre decimos en SyS, los consumidores somos los primeros que tenemos que imponer nuestras reglas. Después, si quieren que consumamos su producto, se tendrán que adaptar a nosotros.

 

La gentrificación contamina

Gentriificación contamina

Se conoce como gentrificación el proceso por el cual un barrio normal se convierte en un barrio de moda a través de la llegada de colectivos que modifican el paisaje urbano, bien sea a través de la apertura de nuevos comercios y servicios o directamente actuando sobre la fisonomía del barrio.

En general, este proceso se vive en barrios céntricos de bajo nivel adquisitivo, que por obra y gracia de la llegada de modernos -atraídos por los bajos precios de la vivienda- se convierten en zonas de moda, momento en el que suben los precios de la vivienda y de los productos y los antiguos inquilinos, los originales que tenían allí su hogar, (con poder adquisitivo bajo) son expulsados al no poder afrontar los gastos.

En Barcelona, este fenómeno ha sucedido en zonas como El Raval o Poble-sec, y en Madrid en Malasaña, Lavapiés o Chueca, y aunque todo indicaba que el siguiente barrio a sacrificar sería Bellas Vistas, en Tetuán, mi experiencia me dice que el nuevo barrio sacrificado será Chamberí, y más concretamente, la zona norte (barrios de Vallehermoso y Ríos Rosas, principalmente). Será un nuevo tipo de gentrificación, porque ya no se trata de barrios superasequibles, pero sí de zonas del distrito que estaban más apagadas comercialmente y donde aún se podían encontrar pisos y alquileres razonables.

Como habitante (por poco tiempo) de esas nuevas zonas en proceso de gentrificación quiero hacer una reflexión sobre el impacto que tienen estos nuevos barrios modernos en el entorno urbano.

A pesar de que estos nuevos habitantes modernos tienden a moverse en bicicleta (mientras esté de moda, claro), y suelen alinearse con el consumo ecológico (ídem de ídem con las modas), su papel en los barrios que ocupan genera un impacto elevado que no siempre se tiene en cuenta, en mor, una vez más, de las modas.

Es el caso, por ejemplo, del impacto acústico. La apertura de más locales de ocio, la música de estos locales, el «ambiente» que se genera al entrar y salir el público de estos nuevos comercios lúdicos convierte a barrios previamente tranquilos, en lugares ruidosos.  Además, los inquilinos originales, cuando deciden tomar medidas al respecto se encuentran con la lentitud burocrática de los Ayuntamientos y con la insolidaridad de los dueños de los locales, que ven a estos vecinos como viejos retrógrados que no entienden que los bares de ahora «son así» o que solo quieren «fastidiar» porque les molesta que venga gente nueva al barrio, etc.  El gentrificador se adueña de su nuevo entorno.

Algo parecido sucede con la contaminación lumínica (por ejemplo, carteles encendidos las 24 horas del día, porque «están diseñados así» o «porque hay que tener visibilidad»), o la sobreproducción y el consumo poco responsable.
Si bien es cierto que un fenómeno común a la gentrificación es la aparición de comercios de comida ecológica, restaurantes «sostenibles» y panaderías orgánicas, también aparecen tiendas de gadgets inútiles, marcas de ropa de elevado precio y fabricación de origen dudoso, y otros comercios, a priori, no básicos y orientados al sobreconsumo (y por tanto, a la sobre generación de residuos). Además, el asociacionismo barrial se diluye, pierde fuerza «ideológica» para convertirse en un dotador de actividades culturales adaptadas a los gustos y necesidades de los nuevos vecinos. Ya no se reclaman mejoras urbanas -porque, ¡ay el encanto de la decrepitud!-, ya no se presiona para lograr mejores servicios sociales, porque los nuevos vecinos no los necesitan y los que nlos necesitan ya han sido expulsados, y al final todo se reduce a tener un cine-club, talleres de lana y tejidos y lo último en muffins,

Podríamos decir que si bien, el nuevo modelo de ciudadano que viene a ocupar estos barrios usa conceptos sostenibles, en general lo hace desde una perspectiva de Greenwashing, más que desde un cambio real del enfoque vital cotidiano. Y todo esto, al alto precio de expulsar a los habitantes originales de su barrio (y a los comerciantes originales de sus comercios) porque la hipsterización de los barrios trae vinculada un aumento del precio de venta y alquiler de las viviendas y del precio de los productos de consumo.  Por ejemplo, un café en un bar Pepe de toda la vida puede costar 1,20 €-1,30€ y un café en un bar hipster gentrificado 2,5€ (y a lo mejor ni siquiera te lo sirven en la mesa).

Otro ejemplo de los efectos de la gentrificación en un barrio y del impacto en el medioambiente del entorno que ésta puede tener es la reconversión de los mercados. Los mercados de abastos tradicionales dejan de tener tiendas «normales» para tener tiendas específicas de productos gourmet o exóticos. Tan hiperespecializados que ya no es posible hacer la compra en el barrio, sino que hay que desplazarse fuera de la zona porque van cerrando las pollerías y las charcuterías para que abran tiendas especializadas en productos selectos. Esto obliga a los ciudadanos a hacer un desplazamiento (en Madrid principalmente en coche) a zonas alejadas, con la consiguiente huella ecológica.

Y lo dicho con la comida se puede extender a otro tipo de comercios. El incremento de los alquileres (especialmente con el fin de las rentas antiguas) hace desaparecer a los artesanos (zapateros, modistas, peluqueras de toda la vida…), y elimina otros comercios de uso diario en favor de más bares con paredes de piedra vista y sillas desparejadas, salones de belleza y spas y más tiendas especializadas con productos caros. Incluso las grandes superficies acaban optando por sus versiones de «supermercado de proximidad» que implican menos tamaño, menos variedad y precios más elevados de los mismos productos (comparad cualquier hipermercado con un súper de barrio de la misma cadena y veréis la diferencia de precio).

Obviamente, el mayor impacto es que se pierde la personalidad y en las personas tradicionales del barrio. Y aunque se gane en espacios o en inversión municipal (presionada por estos nuevos vecinos), se desfigura una zona, como si, por ejemplo, fuera malo tener fama de barrio canalla. Todo se convierte en una gran decorado sin demasiada alma. Porque, está claro, que cuando el barrio pase de moda, toda esta «iniciativa» se irá a otro barrio, sin dejar nada,  ya que la propia configuración de los negocios que se implantan está pensada a corto-medio plazo por emprendedores que vienen de las escuelas de negocio y cuya idea es sacar beneficio de un nicho de mercado (esa ultraespecialización de la que hablábamos antes), no dotar de un servicio a un barrio.

Los barrios de las ciudades con auténtico espíritu sostenible son inclusivos, permiten la llegada de nuevos vecinos y el mantenimiento de los antiguos, respetan el entorno, permiten la generación de una red comercial que permita el consumo de proximidad y generan asociacionismo, que crea redes sociales entre los vecinos y moviliza al barrio en busca de lograr objetivos que lo conviertan en un lugar habitable para todos.