Cuatro años buscando maneras de ser más sostenibles

Hoy hace 4 años que empecé a escribir este blog. Todo surgió de la necesidad de compartir información que permitiera a las personas ser más sostenibles, en especial, en el día a día de un ciudadano normal, y que esa información sirviera de reflexión sobre el trato que damos a nuestro planeta. Y sobre todo, quería que fuera información que pudiera llegar a todos los públicos, sin tintes ideológicos y sin posicionamientos extremos. Sin esoterismos, ni hippismos, ni bohochiquismos. Que lo que aquí se leyera lo pudiera aplicar cualquier, desde mi madre hasta el vecino del quinto. Desde el votante del PP al de Podemos. Desde los padres con niños a los solteros empedernidos. Desde el del sueldo mínimo hasta el multimillonario.

Porque creo, sinceramente, que si la información sobre sostenibilidad se sesga por ideologías, estilos de vida, poder adquisitivo y otras consideraciones, no lograremos alcanzar el que sería el objetivo: evitar seguir degradando nuestro planeta. Y porque creo que no tenemos que plantearnos prácticas conscientes, como el consumo responsable, la reducción de residuos, el reciclaje o la movilidad sensata como una moda. No son moda, tienen que ser un hábito.

No sé si he conseguido mi propósito en este sentido, aunque espero que alguno de los posts de este blog haya cambiado las costumbres de alguno de mis lectores, con especial énfasis en los que, antes de caer aquí, no se habían planteado nunca la sostenibilidad. O que al menos, les haya servido para reflexionar aunque solo sea unos minutos, sobre nuestro papel como habitantes de este planeta y sobre nuestra responsabilidad a la hora de cuidarlo.

Con este post solo quiero agradecer a todas aquellas personas que se han acercado a cotillear por este blog. En cuatro años, hemos pasado de apenas mil visitas al año a casi 27.000. Gracias a esos 23.000 visitantes que os tomáis la molestia de leerme.
Una de las páginas más vistas es El Armario de S&S y eso me enorgullece especialmente, porque en un  mundo digital en el que los bloggers venden sus opiniones positivas por un regalito cualquiera, he conseguido que esa sección sea atractiva aplicando una política de solo mencionar a aquellas tiendas/proveedores que conozco, que he visitado y a los que he comprado. Sin regalos ni prebendas. Porque ser sostenible también implica dar información honesta y comprobada.

En estos cuatro años el blog ha pasado a formar parte del Colectivo Hola Eco, y ha colaborado con todos aquellos que han solicitado ayuda relacionada con la sostenibilidad, y así seguirá su desarrollo.

Y también seguirá el compromiso de publicar solo información que me resulte realmente interesante o sorprendente, aunque ello implique no publicar todo el rato, ni cada semana, sino una o dos veces al mes como mucho. Internet ya está bastante lleno de información vacía. El caso es seguir dando buenos consejos, con la única esperanza de que calen en los espíritus de los lectores. Lo que tengo claro es que esto lo hago por compromiso, no porque aspire a que sea mi medio de vida.

Como blog inclusivo que es, sigo abierta a colaboraciones y a propuestas.  Porque como decía al principio de este post, cuantos más seamos, mejor podremos preservar la salud de nuestro planeta.

 

Hoteles: Los reyes de los residuos evitables

De un tiempo a esta parte he tenido la oportunidad, por ocio y por negocio, de visitar muchos hoteles de la geografía peninsular. De cadenas y categorías diversas, pero principalmente de cuatro estrellas. Y si hay un denominador común -sobre todo a medida que aumentan las estrellas o el «nivel» de la cadena-  es el nivel absurdo de residuos y derroche a los que invitan los responsables de los hoteles.do-not-disturb-1417223-1599x2404

Vamos a hacer un repaso de ese absurdo dispendio y de qué podemos hacer los clientes concienciados para evitarlo.

  1. Los amenities. Es el objeto de deseo, sobre todo de aquellas personas que no suelen ir a hoteles. Los pequeños botecitos de gel, champú, body milk, jaboncitos, gorritos de baño, peines, cepillos de dientes y otras tontadas que nos ofrecen los hoteles para hacer nuestra estancia más cómoda. Es cierto que resulta más cómodo usar esas amenities que cargar con un neceser, pero ¿Es necesario que los hoteles las cambien cada vez que arreglan la habitación, y se lleven las que están mediadas?¿Es necesario poner minijaboncitos que nadie, pero nadie acaba, y que acaban en la basura, cuando podrían poner un dispensador de jabón líquido? Hay hoteles, que ya usan este sistema, el de los dispensadores automáticos, y me parece estupendo, la verdad. Y en todo caso, ¿qué nos cuesta llevar un pequeño neceser? Empresas como Muji ofrecen botellitas de tamaño mini que puedes rellenar en casa en cada viaje, y llevar tu propio champú o gel (que en el caso de las personas conciencias será biodegradable). Y, de verdad ¿para qué llevárselos? En casa no los usamos casi nunca, y al final son un montón de botecitos (cuyo producto suele ser bastante infecto) que se acumulan y acaban en la basura en la primera limpieza general.
  2. Las toallas. ¿De verdad es necesario cambiarlas cada día? Algunas cadenas ya ponen carteles en la habitación sugiriendo que los clientes usen varias veces las toallas,  pero otras, aunque tienen el cartel puesto y aunque tu sigas las instrucciones, cambian las toallas igualmente. No es necesario, es nuestro cuerpo, y supongo que a nadie le molestará secarse dos veces con la misma toalla. No son solo los cambios, es el sensacional derroche de toallas. Para una sola persona podemos llegar a encontrarnos, dos albornoces, dos toallas grandes de baño, dos pequeñas, dos de tocador y una toalla/alfombra para salir del baño. Totalmente desmesurado.
    La única manera en la que he conseguido usar dos veces las mismas toallas en este tipo de hoteles ha sido, o bien dejando una nota a la camarera de piso indicando específicamente que no las cambiara (y no siempre funciona) o bien escondiendo las usadas, y luego usándolas y dejando sin tocar las que habían puesto nuevas.
  3. Luces a destajo. ¿Por qué los hoteles suelen dejar las habitaciones con todas las luces encendidas? Cuando insertas la tarjeta en el interruptor, de repente es como una epifanía. ¿No sería suficiente con la luz del pasillo, y ya iremos encendiendo las que necesitemos? Además, por qué tantas lámparas y tantos juegos de luz, cuando, en general, basta con una general y una de mesilla de noche (o de mesilla de trabajo si la hay) y la del baño. No entro ya en la carencia generalizada de LEDs y el abuso de las feas, calurosas y derrochadoras halógenas.
    Por cierto, si abrieran esas pesadísimas cortinas antiluz durante el día, a muchas habitaciones se podría acceder sin siquiera usar el interruptor.
  4. ¿Una habitación o un horno? No consigo entender por qué la calefacción está puesta tan a muerte en los hoteles. Sobre todo, porque existe una regulación en cuanto a temperaturas que muy a menudo dudo que se cumpla. Y en segundo lugar, porque me resulta francamente tonto estar en un habitación, durmiendo en invierno, con la calefacción a tope, pero solo una sábana para taparse.  Hay hoteles que ponen una funda nórdica. Es verdad que ahí tendríamos que ver qué supone la limpieza de estos elementos y cuál de las dos vías  produce menos huella ecológica, pero soy de esas personas que piensa que si hace frío me tapo, no convierto la sala en una playa tropical.
    Si te encuentras en una de estas habitaciones, baja la temperatura del termostato, o mejor aún, pide una manta y duerme tapadito.
    ¡Ah! Y no olvidemos hacer un consumo responsable de agua. Eso viene de nuestra cuenta. No dejar grifos abiertos porque «no pagamos nosotros». Ojalá los hoteles empezaran a reciclar el agua usada para las cisternas, porque así dolería menos la tentación de pegarse un baño en la bañera (que, hombre, de vez en cuando y en ciudades que no tengan carestía de agua, tampoco es pecado), pero de momento, usemos los grifos como los usaríamos en casa, cerrando cada vez que no necesitemos el agua.
  5. Los televisores puñeteros. Por favor, señores hoteleros, por ecología y por molestar menos a los clientes, compren teles en las que se pueda apagar la lucecita del standby.
  6. La bendita moqueta. A día de hoy, existen muchos tipos de suelos laminados, de madera (mejor FSC), y sobre todo de bambú, que dan un excelente resultado visual y de comportamiento. Y además, son relativamente fáciles de limpiar. No acabo de entender por qué los hoteles se empeñan en seguir enmoquetando, con el inmenso gasto energético y de producto que representa limpiar la moqueta.
  7. Bolígrafos, caramelitos, bombones, papeles, y otros cachivaches innecesarios. No hacen falta, de verdad. Quiero dormir. Listo, si necesito algo lo pido en recepción. Y qué decir de las zapatillas de toalla, de fabricación china, de ínfima calidad y envueltas en plástico térmico. Es el ejemplo claro del derroche absoluto. Aquí es donde nuestra actitud es fundamental. Si pensamos que en un hotel tienen que tratarnos como marajás y darnos absurdos caprichos, poco evolucionaremos. Un hotel es un lugar para dormir y asearse, en las mejores condiciones posibles, y si estamos de vacaciones ya nos ahorramos limpiar, y podemos descansar con otro rollo, pero no entiendo a qué necesitamos tantas cosas superfluas para decir que un hotel está bien.
  8. El desayuno ¡ah, el desayuno! Yo soy de desayunar fuerte, muy fuerte, en casa y fuera. Y cuando voy a un hotel no cambio mis costumbres. Agradezco que existan los bufés de desayuno, y los uso con criterio, comiendo lo mismo que comería en casa, ahorrándome cocinarlo. Pero hay mucha gente que llega a un bufé como un toro a una cacharrería y llena el plato con los ojos. Hasta arriba. Y obviamente, al no estar acostumbrado a desayunar así, se deja la mitad. Lo bueno de bufé es que puedes ir tantas veces como quieras con tu platito, así que coge lo que realmente te vayas a comer. Y señores del hotel, hay cosas perecederas que saben que no se acaban. ¿Cuánto tardan en hacer unos huevos revueltos? Tres minutos que yo creo que el cliente esperará encantado para comerlos recién hechos. Y así no tendré que ver como se tiran bandejas enteras de huevos tras un desayuno con clientes frugales (y aplíquese al resto de cosas calientes perecederas). Os aseguro que he visto tirar bandejas enteras, sin que nadie las hubiera tocado. Y me duele en el alma.
    Por cierto, por ese mismo motivo, suele ser absurdamente caro. Si estás en una ciudad, es casi seguro que por mucho menos podrás desayunar estupendamente en la calle, y además, disfrutarás del pálpito de los ciudadanos y del despertar del día, y no estarás encerrado en un (probablemente) sótano impersonal e igual al de mil hoteles del mundo con gente con caras de sueño y aspecto amarillento.
  9. El todo-incluido. En línea con el desayuno, pasa algo semejante con el todo-incluido. Tengo que reconocer que en este caso hablo de oídas, porque no lo he usado nunca (y no creo que lo use). Pero quien ha pasado una temporadita en la Riviera Maya o similares, no duda en jactarse de decir que «con la pulserita», en cuanto se calentaba la cerveza se pedía otra. O que pedía un cóctel y si no le gustaba, lo dejaba entero y pedía otro. Total, está todo incluido y no pagas más. Poco importa que tu capricho genere derroche y residuos ¿verdad? Echa cuentas, si de verdad haces un consumo responsable ¿sale rentable el todo incluido? Seguramente no, que los hoteles no son tontos.
  10. El minibar. En resumen, no sirve para nada. Hay cosas que jamás comprarías tú si necesitaras tomar un piscolabis, y además tienen precios absolutamente exorbitantes.  No tiene ningún sentido tener una nevera gastando electricidad en cada habitación, cuando cuesta lo mismo una botella de agua en el minibar que en el servicio de habitaciones (o a veces más).  Llamas al room service que te la traigan y listo. Se ahorrarían, además, tirar productos que estoy convencida de que se caducan, porque la gente, en general, no está dispuesta a pagar 5 euros por un snack que en cualquier parte vale 1. Y no entro a hablar de los hoteles que no se fían de ti y dejan el minibar vacío (pero con la nevera funcionando).

Estoy segura que si los hoteles dejaran de querer comprarnos con mimos innecesarios ( y nosotros dejáramos de vendernos por tan bajo precio), no solo tendríamos hoteles más respetuosos, sino que incluso podrían ser asequibles a más bolsillos.
Es cierto que hay cadenas que están empezando a tomar medidas (en algunos casos solo lo hace una de las marcas de la cadena, pero no todas, con lo que huele a greenwashing a la legua), pero, como siempre decimos en SyS, los consumidores somos los primeros que tenemos que imponer nuestras reglas. Después, si quieren que consumamos su producto, se tendrán que adaptar a nosotros.

 

Tu hijo nunca cuidará el planeta

Screentime lo llaman en inglés. Tiempo de pantalla, para que nos entendamos, el tiempo que pasan los niños frente a pantallas diversas.

Antes era solo la televisión, pero ahora tenemos niños frente a tablets, smartphones, ordenadores… Niños de apenas 7 u 8 años que pasan más de 5 horas al día manejando estos dispositivos.

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Anissa Thompson, freeimages.com

¿Más de cinco horas?  Calculemos. Si un niño de primaria entra a las 9 al cole, y sale a las 5, y pongamos que se acuesta  (o que debería acostarse) como muy tarde a las 10… ¿Se pasa el resto del tiempo del día, de media, frente a una pantalla? Eso, sin contar la parte del día que puedan estar frente a una pantalla durante la escolarización.

Más datos: hay padres y madres que ponen a sus hijos frente a dispositivos antes de los dos años. Vaya, que como inventen el iPezón ya directamente los amamantará un smartphone.

Cuando se habla del excesivo tiempo de pantalla de nuestros chavales, generalmente se alerta de riesgos como la obesidad infantil por la falta de actividad física, el retraso cognitivo por usar dispositivos que facilitan la realización de tareas que el niño debería aprender por sí mismo, etc. Y en este vídeo os explican un poco todo esto, desde el punto de vista de la sociedad chilena (es el más completo que hemos encontrado).

Pero hay un elemento que se nos olvida. Una marca de cereales de dudoso prestigio nutritivo, que no se comercializan en España y que tiene serios problemas con la administración por autodenominar sus productos como «100% naturales», ha usado precisamente este elemento para hacer una campaña: Los niños pegados a una pantalla ya no juegan como los de antes. Y los niños de antes, sobre todo fuera de las grandes ciudades, jugaban en la naturaleza.

Preguntadle a cualquier adulto de alrededor de 30 años que haya vivido en un pueblo cómo se divertían. No nos podemos imaginar la infancia de un par de amiguetes extremeños que tenemos por ahí sin pasar la tarde en el río o en las pozas, o jugando en el bosque, o yendo a ayudar a la huerta y viendo crecer a las verduras y a los animales.

Los que nos hemos criado en ciudad también tenemos nuestra pequeña parte de crecimiento y juego en parques, algunos pequeños y otros grandes parques en los que veíamos animales urbanos y plantas, en los que plantábamos semillas sin consultar a nadie, solo por ver cómo crecía una planta que luego traía de cabeza al jardinero municipal. Y los que tuvimos la suerte de crecer en ciudades con bosques cerca, podíamos pasar los domingos yendo a por setas, a pescar, o simplemente paseando por la naturaleza.

Había tiempo para salir y entrar en contacto con el entorno, y eso,  a quien más y a quien menos le ha enseñado a amar a los bosques, a los ríos, a los campos y a los animales, pero ¿qué amarán los niños que en su ocio no son capaces de hacer otra cosa que sentarse frente a una pantalla?

Para amar, antes hay que conocer. Si nuestros hijos, los que heredarán este planeta ya maltrecho, tienen cero contacto diario con la naturaleza, con el entorno… ¿Cómo les va a preocupar cuidarlo?

Si no saben que los pollos no nacen pelados y asados  o que la leche no viene de un tarro, sino de un animal, ¿cómo van garantizar la integridad de nuestro planeta? Y sí, se les puede explicar que la leche viene de una vaca, incluso se les puede explicar con un app, pero hasta que no estás en contacto con la vaca, con el lechero y su vida, no entiendes que eso es un animal y no una herramienta de «dar leche».

Es fundamental que nuestros hijos vayan al monte, se bañen en río, se magullen subiendo a un árbol y que les salga un sarpullido por tocar una ortiga.

A día de hoy, nos da la impresión que la vida de los niños está hiperplanificada y superprotegida. Cada día tienen una agenda llena de extraescolares en las que se les pide que sean excelentes, que les agobian y que no les dejan desarrollarse como los niños que son, a su ritmo natural. Se les sobreprotege como si el dolor, los rasguños o la pena no tuvieran que formar parte de su educación (léase jabones desinfectantes dignos de un laboratorio de la NASA, terror a que rueden por el suelo, se embarren o que ni siquiera pensar en que salgan a la calle con el pelo húmedo, imposibilidad de negarse a sus deseos aunque sean claramente negativos para su educación personal y sentimental….) Y para postre, el sistema educativo cada vez se orienta más hacía lo que implica tecnología y ciencia, dejando de un lado asignaturas humanistas cuyo valor reside en hacer crecer intelectualmente a los niños, dotarles de la capacidad de pensar y tener una opinión crítica propia y tener una mejor conciencia de su papel en el mundo.

Estos niños que no han tenido tiempo de meterse una galleta por tropezar con una rama, estos niños que no han cogido caquitas de cabra para jugar con ellas como si fueran canicas, estos niños cuya vida está orientada a crear empleaditos o jefecitos diseñados a medida y orientados al éxito profesional, a los que raramente se les conciencia de las implicaciones que tiene el deseo de poseer que se les genera y a los que rara vez se les muestra que uno puede ser feliz sin ser rico y famoso, no tendrán las bases para decir basta. No saldrá de ellos de forma natural el negarse a según qué tipos de consumo, si su deseo es tener lo que ese consumo les ofrece: no valorarán la vida de un bosque sí ahí pueden construir el chalé adosado impersonal de sus sueños que un cierto tipo de prestigio social le ha metido en la cabeza, no optarán por un coche eléctrico si lo que requiere su status es un cuatro por cuatro de gran cilindrada y mayor consumo.

Kjell-Einar Pettersen, Freeimages.com
Kjell-Einar Pettersen, Freeimages.com

Por eso es fundamental que hoy, desde ya, les enseñemos a nuestros hijos, sobrinos, amigos, alumnos, la importancia de lo que nos rodea. Que nos los llevemos al campo, y que se rasguñen y pinchen todo lo que quieran. Que se tiren al río hasta con ropa, que ya les secaremos y les daremos una sopa caliente. Que corran bajo la lluvia, que pisen charcos, que jueguen con las hojas del otoño, que acaricien animales más allá del zoo y que no piensen que todos los peces son como Nemo, porque cuando crezcan y se den cuenta de que Nemo no existe de verdad, no tendrán problema para seguir llenando el océano de mierda.

Biocultura empieza a acabar con los «ismos»

ECATALOGO EXPOSITORES MADRID WEB (3)ste fin de semana se celebró BioCultura en Madrid. La verdad, fue un placer ver el pabellón número 9 de Ifema lleno de gente, y quizá lo más placentero fue verlo lleno de gente de todo tipo: desde familias progres hasta señores engominados, tirando de estereotipo.
Y nos gustó mucho ver propuestas más cercanas a todos los públicos, sobre todo en el apartado de cosmética y en algunos aspectos del de moda y agricultura.

Pero aún nos queda mucho para hacer llegar la sostenibilidad y el consumo responsable al gran público, porque, a nuestro modo de ver, aún quedan muchos tics de un pasado que no facilita que el ciudadano medio se acerque a una nueva forma de pensar, actuar y consumir.

Nos sigue pareciendo preocupante la presencia en estos foros de cuestiones más cercanas al esoterismo que a la sostenibilidad y nos preocupa mucho que, a modo de herramienta chapucera de marketing, las propuestas se vendan como «salud» en lugar de como conciencia.  Al final, cambiar el concepto para que sea más vendible no nos acerca a modificar los hábitos sino a reforzar hábitos que «teóricamente» queremos erradicar.  Porque… ¿queremos vender más o queremos un mundo mejor?

Nos gustó ver ropa «ponible» junto a las prendas más de aires orientales, y nos gustó ver zapatos «ponibles» al lado de las antiguas propuestas de calzado más cercano a un elfo que a un humano. Porque creemos que si queremos que el día a día de los ciudadanos sea consciente, sostenible y responsable, y esa es la misión de este blog, hace falta acercarnos al ciudadano con ideas que pueda aplicar en su día a día. Partamos de que todos, incluso los de los zapatos élficos, tenemos una cierta rutina, unas costumbres, un estilo de comer, de vestir… Si queremos convertir eso en una apuesta sostenible, no deberíamos empujar a la gente a cambiarlo, si no darle la opción de mantener eso sin afectar al planeta, ni a las condiciones laborales de los trabajadores, etc. Y BioCultura es un punto de encuentro de los que ya lo practicamos, pero también una oportunidad fantástica de acercar la sostenibilidad a los que aún no están metidos en el ajo y, sinceramente, creemos que los viejos estereotipos no ayudan a hacer el cambio de chip.

Sin embargo, nos fuimos más bien contentos de BioCultura. Porque lo visitaron 70.000 personas, porque nos pudimos comer un bocata de longaniza (ecológica) de carne y no de seitán, porque junto a los zumos de hierbas con propiedades dudosas y casi milagrosas, los inciensos y las piedras energéticas, cada vez hay más propuestas para todos los públicos. Cada vez hay menos tofús y más aceite de oliva ecológica de cooperativas responsables, más agricultura sostenible que recupera variedades, más empresas que cambian su forma de fabricar su producto para adaptarlo a las necesidades de un consumidor comprometido. Y además, cada vez a precios que abren más el abanico de ciudadanos que pueden acceder a todo esto. Y queda esnobismo, misticismo y elitismo, y desde Sentido y Sostenibilidad vamos a seguir intentando acabar con estos ismos que no hacen más que alejarnos de nuestro objetivo: conseguir un mundo más comprometido, responsable, equitativo, sostenible y por tanto, mejor para todos.

La huella del consumo irresponsable

Leíamos hoy en YoDona, un estudio realizado por Vaselina sobre el uso de los cosméticos.  Según este informe, cada mujer malgasta durante su vida 5197 productos cosméticos, desde nutritivas, hasta barras de labios o lacas de uñas. Que levante la mano quien nunca ha tirado una laca porque de no usarla se ha secado.

broken-blush-and-makeup-brush-909989-mAdemás de suponer un derroche de unos 131.000 euros durante la vida, dato que también facilita el estudio, vayamos un poco más allá y pensemos en magnitudes de derroche.

5197 productos cosméticos tirado a la basura suponen, calculando una media de 50 ml. por cada producto, prácticamente 300.000 ml de productos desperdiciados, es decir 300.000 ml (o 300 litros) por mujer (occidental, suponemos, ya que no se especifica en el artículo). Teniendo en cuenta que el mundo más desarrollado en 2005, según datos del Population Reference Bureau, había 622 millones de mujeres, tenemos un total de 186.600 millones de litros de producto desperdiciado. Además de los envases, obviamente, cuyo volumen plástico es difícil de calcular, pero imaginemos que fueran 10 gramos por envase:

10gr x 5197 productos x 622.000.000 de mujeres= 32.325 millones de kilos de plástico desperdiciado.

Si, para rizar el rizo, tenemos en cuenta que buena parte de los cosméticos que se comercializan actualmente tienen como base componentes procedentes del petróleo, y los envases del plástico son básicamente petróleo, podemos hacernos una idea del impacto que tiene sobre un bien escaso y no renovable nuestra poca cabeza a la hora de adquirir productos de belleza.

¿Podemos hacer algo al respecto? Obviamente, aplicar los principios del consumo responsable.

1. Coge papel y lápiz y escribe cuáles son los productos que siempre, sí o sí, utilizas.

En nuestro caso, por ejemplo, sería el jabón corporal, el champú, la crema hidratante, la limpiadora, la exfoliante, la pasta de dientes, el desodorante, el lápiz de ojos, la sombra de ojos, la máscara de pestañas, el colorete, el lápiz de labios, la laca de uñas y el corrector.  En verano, factor de protección solar e hidratante corporal.

2. Añade aquellos productos que utilizas en ocasiones especiales, pero realmente utilizas.

Por ejemplo, la base de maquillaje o los polvos, la mascarilla facial, alguna sombra de ojos de fantasía o algún complemento del peinado (espumas, lacas, geles).

3. De todas esta lista, piensa qué cosas podrías sustituir usando productos caseros. 

Nosotros hemos cambiado el champú tradicional por una infusión de saponaria y hammamelis, que guardamos en una botella reutilizada. La exfoliante la hacemos a veces con un producto hecho de polvo de hueso de albaricoque, a veces con azúcar.  Para el desodorante combinamos uno de base de alcohol, con el bicarbonato sódico. El acondicionador del pelo lo hemos sustituido por yogur (que usamos si se ha caducado). Y en el jabón corporal, hemos sustituido el gel por un jabón natural con productos biodegradables en pastilla, que, entre otras cosas, ahorra envases.
El resto de productos, manufacturados, son de ecológicos con certificados Ecocert, Biocosmetic u otros.

4. Revisa tus cajones y mira qué tienes en casa que puedes reaprovechar.

No descartes, por ejemplo, las sombras de ojos, coloretes o polvos que se han roto. Puedes repararlos. Lo mismo sucede con las máscaras de pestañas secas.

5. Sé sincera contigo misma y valora cuáles son las marcas que te han funcionado siempre bien y los colores que te favorecen.

Compara los componentes de esas marcas y cosméticos con otros de origen ecológico. Hay artículos y páginas web que explican las características de las diversas sustancias que usa la industria y sus propiedades y páginas donde se explica cómo lograr esas mismas propiedades con productos naturales. Recuerda que muchos de los componentes de la industria tradicional son tóxicos, no en las cantidades que se usan en cada cosmético a nivel individual, pero no se sabe qué efectos tendrán sobre nuestro cuerpo con la acumulación a lo largo de los años.
Opta siempre que puedas por productos biodegradables.

6. Crea una nueva lista con los productos que van a ser los fijos en tu baño/tocador. Estrena filosofía de consumo responsable.

  • No compres un envase nuevo hasta que el viejo no esté a punto de acabarse.  Si puedes, recicla el envase, bien en su contenedor o bien usando productos cuyas empresas recojan los envases usados.
  • Compra solo lo que necesites.
  • Procura no dejarte llevar por la tentación de las modas.  Al final, solo unos cuantos colores te sientan bien, y cada cara tiene un tipo de maquillaje que le conviene.
  • Cuidado con los consejos cuando vas a un centro de estética. Muchos son bienintencionados, pero muchos solo son una forma de venderte el producto de la casa. Recuerda que tú ya tienes una lista de productos que te funcionan. Y no es una lista cerrada, puede cambiar, pero no cambies hasta que no hayas acabado el producto anterior.
  • No te creas eso de que hay que ir cambiando de producto para que la piel/pelo no se acostumbre. Eso no tiene base científica y no es más que un bulo para evitar la fidelización a un solo producto.
  • A medida que te vas conociendo mejor y vas conociendo otras formas naturales y caseras de cuidarte, reduce tu consumo de cosméticos.

La intención no es acabar con la industria cosmética. Es poco a poco, forzar a que sea un industria responsable, consciente y respetuosa con el medio ambiente, y sobre todo con sus usuarios. Piensa que cada input que te invita a comprarte un nuevo cosmético no es más que un mensaje que intenta decirte que no estás a la altura, que no cumples unos cánones de belleza.
Los cosméticos son una herramienta para cuidar nuestro cuerpo y tener buen aspecto. Nada más. Todo lo demás (modas, looks, etc.) no son más que fórmulas que quieren empujarnos a consumir más y más.  Y a aumentar aún más el volumen de cosméticos desechados, de residuos y de contaminación.