Tu hijo nunca cuidará el planeta

Screentime lo llaman en inglés. Tiempo de pantalla, para que nos entendamos, el tiempo que pasan los niños frente a pantallas diversas.

Antes era solo la televisión, pero ahora tenemos niños frente a tablets, smartphones, ordenadores… Niños de apenas 7 u 8 años que pasan más de 5 horas al día manejando estos dispositivos.

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Anissa Thompson, freeimages.com

¿Más de cinco horas?  Calculemos. Si un niño de primaria entra a las 9 al cole, y sale a las 5, y pongamos que se acuesta  (o que debería acostarse) como muy tarde a las 10… ¿Se pasa el resto del tiempo del día, de media, frente a una pantalla? Eso, sin contar la parte del día que puedan estar frente a una pantalla durante la escolarización.

Más datos: hay padres y madres que ponen a sus hijos frente a dispositivos antes de los dos años. Vaya, que como inventen el iPezón ya directamente los amamantará un smartphone.

Cuando se habla del excesivo tiempo de pantalla de nuestros chavales, generalmente se alerta de riesgos como la obesidad infantil por la falta de actividad física, el retraso cognitivo por usar dispositivos que facilitan la realización de tareas que el niño debería aprender por sí mismo, etc. Y en este vídeo os explican un poco todo esto, desde el punto de vista de la sociedad chilena (es el más completo que hemos encontrado).

Pero hay un elemento que se nos olvida. Una marca de cereales de dudoso prestigio nutritivo, que no se comercializan en España y que tiene serios problemas con la administración por autodenominar sus productos como «100% naturales», ha usado precisamente este elemento para hacer una campaña: Los niños pegados a una pantalla ya no juegan como los de antes. Y los niños de antes, sobre todo fuera de las grandes ciudades, jugaban en la naturaleza.

Preguntadle a cualquier adulto de alrededor de 30 años que haya vivido en un pueblo cómo se divertían. No nos podemos imaginar la infancia de un par de amiguetes extremeños que tenemos por ahí sin pasar la tarde en el río o en las pozas, o jugando en el bosque, o yendo a ayudar a la huerta y viendo crecer a las verduras y a los animales.

Los que nos hemos criado en ciudad también tenemos nuestra pequeña parte de crecimiento y juego en parques, algunos pequeños y otros grandes parques en los que veíamos animales urbanos y plantas, en los que plantábamos semillas sin consultar a nadie, solo por ver cómo crecía una planta que luego traía de cabeza al jardinero municipal. Y los que tuvimos la suerte de crecer en ciudades con bosques cerca, podíamos pasar los domingos yendo a por setas, a pescar, o simplemente paseando por la naturaleza.

Había tiempo para salir y entrar en contacto con el entorno, y eso,  a quien más y a quien menos le ha enseñado a amar a los bosques, a los ríos, a los campos y a los animales, pero ¿qué amarán los niños que en su ocio no son capaces de hacer otra cosa que sentarse frente a una pantalla?

Para amar, antes hay que conocer. Si nuestros hijos, los que heredarán este planeta ya maltrecho, tienen cero contacto diario con la naturaleza, con el entorno… ¿Cómo les va a preocupar cuidarlo?

Si no saben que los pollos no nacen pelados y asados  o que la leche no viene de un tarro, sino de un animal, ¿cómo van garantizar la integridad de nuestro planeta? Y sí, se les puede explicar que la leche viene de una vaca, incluso se les puede explicar con un app, pero hasta que no estás en contacto con la vaca, con el lechero y su vida, no entiendes que eso es un animal y no una herramienta de «dar leche».

Es fundamental que nuestros hijos vayan al monte, se bañen en río, se magullen subiendo a un árbol y que les salga un sarpullido por tocar una ortiga.

A día de hoy, nos da la impresión que la vida de los niños está hiperplanificada y superprotegida. Cada día tienen una agenda llena de extraescolares en las que se les pide que sean excelentes, que les agobian y que no les dejan desarrollarse como los niños que son, a su ritmo natural. Se les sobreprotege como si el dolor, los rasguños o la pena no tuvieran que formar parte de su educación (léase jabones desinfectantes dignos de un laboratorio de la NASA, terror a que rueden por el suelo, se embarren o que ni siquiera pensar en que salgan a la calle con el pelo húmedo, imposibilidad de negarse a sus deseos aunque sean claramente negativos para su educación personal y sentimental….) Y para postre, el sistema educativo cada vez se orienta más hacía lo que implica tecnología y ciencia, dejando de un lado asignaturas humanistas cuyo valor reside en hacer crecer intelectualmente a los niños, dotarles de la capacidad de pensar y tener una opinión crítica propia y tener una mejor conciencia de su papel en el mundo.

Estos niños que no han tenido tiempo de meterse una galleta por tropezar con una rama, estos niños que no han cogido caquitas de cabra para jugar con ellas como si fueran canicas, estos niños cuya vida está orientada a crear empleaditos o jefecitos diseñados a medida y orientados al éxito profesional, a los que raramente se les conciencia de las implicaciones que tiene el deseo de poseer que se les genera y a los que rara vez se les muestra que uno puede ser feliz sin ser rico y famoso, no tendrán las bases para decir basta. No saldrá de ellos de forma natural el negarse a según qué tipos de consumo, si su deseo es tener lo que ese consumo les ofrece: no valorarán la vida de un bosque sí ahí pueden construir el chalé adosado impersonal de sus sueños que un cierto tipo de prestigio social le ha metido en la cabeza, no optarán por un coche eléctrico si lo que requiere su status es un cuatro por cuatro de gran cilindrada y mayor consumo.

Kjell-Einar Pettersen, Freeimages.com
Kjell-Einar Pettersen, Freeimages.com

Por eso es fundamental que hoy, desde ya, les enseñemos a nuestros hijos, sobrinos, amigos, alumnos, la importancia de lo que nos rodea. Que nos los llevemos al campo, y que se rasguñen y pinchen todo lo que quieran. Que se tiren al río hasta con ropa, que ya les secaremos y les daremos una sopa caliente. Que corran bajo la lluvia, que pisen charcos, que jueguen con las hojas del otoño, que acaricien animales más allá del zoo y que no piensen que todos los peces son como Nemo, porque cuando crezcan y se den cuenta de que Nemo no existe de verdad, no tendrán problema para seguir llenando el océano de mierda.

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