Cuatro años buscando maneras de ser más sostenibles

Hoy hace 4 años que empecé a escribir este blog. Todo surgió de la necesidad de compartir información que permitiera a las personas ser más sostenibles, en especial, en el día a día de un ciudadano normal, y que esa información sirviera de reflexión sobre el trato que damos a nuestro planeta. Y sobre todo, quería que fuera información que pudiera llegar a todos los públicos, sin tintes ideológicos y sin posicionamientos extremos. Sin esoterismos, ni hippismos, ni bohochiquismos. Que lo que aquí se leyera lo pudiera aplicar cualquier, desde mi madre hasta el vecino del quinto. Desde el votante del PP al de Podemos. Desde los padres con niños a los solteros empedernidos. Desde el del sueldo mínimo hasta el multimillonario.

Porque creo, sinceramente, que si la información sobre sostenibilidad se sesga por ideologías, estilos de vida, poder adquisitivo y otras consideraciones, no lograremos alcanzar el que sería el objetivo: evitar seguir degradando nuestro planeta. Y porque creo que no tenemos que plantearnos prácticas conscientes, como el consumo responsable, la reducción de residuos, el reciclaje o la movilidad sensata como una moda. No son moda, tienen que ser un hábito.

No sé si he conseguido mi propósito en este sentido, aunque espero que alguno de los posts de este blog haya cambiado las costumbres de alguno de mis lectores, con especial énfasis en los que, antes de caer aquí, no se habían planteado nunca la sostenibilidad. O que al menos, les haya servido para reflexionar aunque solo sea unos minutos, sobre nuestro papel como habitantes de este planeta y sobre nuestra responsabilidad a la hora de cuidarlo.

Con este post solo quiero agradecer a todas aquellas personas que se han acercado a cotillear por este blog. En cuatro años, hemos pasado de apenas mil visitas al año a casi 27.000. Gracias a esos 23.000 visitantes que os tomáis la molestia de leerme.
Una de las páginas más vistas es El Armario de S&S y eso me enorgullece especialmente, porque en un  mundo digital en el que los bloggers venden sus opiniones positivas por un regalito cualquiera, he conseguido que esa sección sea atractiva aplicando una política de solo mencionar a aquellas tiendas/proveedores que conozco, que he visitado y a los que he comprado. Sin regalos ni prebendas. Porque ser sostenible también implica dar información honesta y comprobada.

En estos cuatro años el blog ha pasado a formar parte del Colectivo Hola Eco, y ha colaborado con todos aquellos que han solicitado ayuda relacionada con la sostenibilidad, y así seguirá su desarrollo.

Y también seguirá el compromiso de publicar solo información que me resulte realmente interesante o sorprendente, aunque ello implique no publicar todo el rato, ni cada semana, sino una o dos veces al mes como mucho. Internet ya está bastante lleno de información vacía. El caso es seguir dando buenos consejos, con la única esperanza de que calen en los espíritus de los lectores. Lo que tengo claro es que esto lo hago por compromiso, no porque aspire a que sea mi medio de vida.

Como blog inclusivo que es, sigo abierta a colaboraciones y a propuestas.  Porque como decía al principio de este post, cuantos más seamos, mejor podremos preservar la salud de nuestro planeta.

 

El ‘mito’ de que lo ecológico es más caro: El café

restaurant-beans-coffee-cupNo es la primera vez que hablamos de los precios de lo ecológico o del comercio justo y de cómo y por qué estos son superiores a los precios de los productos convencionales. Pero entendemos que hasta ahora lo hemos hecho apelando a que nuestro lector entendiera que el precio superior llevaba implicada toda una filosofía de consumo, protección del medio ambiente y respeto a los productores.

Pero, ¿y si nos saltamos toda la parte filosófica? ¿Hay productos ecológicos (o de comercio justo) que simplemente son más baratos? Algunos hay, y además, con una diferencia abismal. Es el caso del café. Más concretamente del café en cápsulas.

Dicen los muy cafeteros que el café de las cápsulas es mucho más bueno que cualquier otro. Personalmente, no sé si lo comparan con el aguachirri de una cafetera americana o con el soluble (no creo que lo comparen con un buen café de máquina de expresso), pero vamos a darles el beneficio de la duda. Digamos que sí, que el café de cápsulas es mucho mejor que cualquier otro.

Solo faltaría, sobre todo, porque a día de hoy, los consumidores de cápsulas de Nespresso, de la gama más económica, están pagando su café a 65 euros el kilo (cada cápsula, de 0,36 euros, contiene 5.5 gramos de café). Y los que se decantan por los cafés considerados edición limitada, lo están pagando a 83 euros el kilo (cada cápsula de 0,46 euros contiene 5.5 gramos de café).  En España, en 2009 se vendieron la friolera de 600.000 máquinas de café Nespresso, la marca líder del mercado, a partir de los 90 euros (a veces con descuentos o parte del dinero «devuelto» en cápsulas pueden encontrarse por a partir de 50 euros), por lo que podemos considerar que, actualmente, las cápsulas de café son de consumo masivo.

También es cierto que no todo el mundo compra las cápsulas originales, y algunos apuestan por marcas blancas como Bellarom, cuyo precio por kilo es de 32,7 euros (0,18 por cápsula de 5.5 gramos). Considerablemente menos, aunque siempre bajo la sospecha de la venta a pérdidas, pero aún bastante más de lo que nos costaría un buen café ecológico y/o de comercio justo.

A día de hoy no resulta complicado encontrar cafés ecológicos y de comercio justo a partir de los 10 euros y algo el kilo, como por ejemplo, el que comercializa Intermón Oxfam, cuyo paquete de 250 gramos nos cuesta 2,59 euros. El margen que nos da el impresionante precio del kilo de café en cápsula nos permitiría incluso darnos un gusto y regalarnos tazas de café ecológico gourmet, a unos 24 euros el kilo (11,6 euros el paquete de medio kilo molido), o este también de Intermón. Una cafetera expresso medianamente aceptable se puede encontrar desde los 80 euros, más o menos, siendo las de a partir de 100 euros las que ya dan un resultado francamente bueno. Solo a modo de pincelada, en 2013, un productor brasileño de café convencional vendía los 60 kilos a 106 dólares, o lo que es lo mismo, a 1,7 dólares el kilo, al cambio actual 1,50 euros el kilo.

Entonces, vamos a seguir echando cuentas, así a lo bruto. Imaginemos -obviamente para teorizar y hablar en las mismas condiciones- que una máquina de expresso y una de cápsulas duran 1.000 cafés. Por tanto, pongamos 10 céntimos de gasto de la máquina (de precio medio 100 euros), más pongamos otros 10 de agua y otros 10 de electricidad. 30 céntimos de «gastos externos». Una cápsula 36 céntimos, por tanto un café 66 céntimos. 
Con los mismo datos 10 céntimos de máquina, 10 de agua y 10 de electricidad, sumemos ahora el coste de 10 gramos de café molido, ya que las máquinas expresso suelen requerir algo más de cantidad, o sea 10 céntimos más (10 euros kilo). En total, 40 céntimos por café.

Vale, aceptamos que hemos hecho un poco de «trampa». Hemos comparado café de cápsula contra café molido. Cierto es que el café molido convencional puede ser más barato que el ecológico, aunque no siempre, y en muchos casos el precio es similar. Pero cuando leemos que se venden 600.000 cafeteras en un año,  y además, valoramos el comportamiento de nuestro entorno, llegamos a la conclusión de que, a día de hoy prácticamente están más extendidas las cápsulas que el café molido «suelto». Y, además, por puros principios de nuestro blog, aunque existen opciones de cápsulas con café ecológico (a precios prácticamente iguales, o incluso inferiores a las convencionales), no podemos promocionar un tipo de consumo que genera una cantidad inmensa de residuos innecesarios.

El argumento «de peso» de los usuarios de cápsulas es por un lado, la calidad del café, y el hecho de que sea más barato que en el bar. Cualquier café hecho en casa va a ser más barato que un bar, ya que te lo haces tú, no te lo hace otro que recibe un sueldo por ello, no hay costes de licencias, ni impuestos ni gastos implicados en el precio de un café de bar, aunque es cierto que es uno de los productos que más margen dejan a los hosteleros. Y también hay que decir que, en los lugares decentes, la calidad de la cafetera, su nivel de presión y la habilidad del camarero dan un café de una calidad que merece ser pagada. Claro, que hay lugares donde, llevados por un cierto postureo cobran los cafés a precio de oro, incluso a más euros por kilo que las cápsulas.

En resumen, que el café es uno de los productos en los que, víctimas de un excelente posicionamiento y un marketing para quitarse el sombrero, estamos pagando más caro sin ni siquiera plantearnos otra opción.  A 30 cafés por mes -y sin contar gastos externos-, con cápsulas nos gastamos 10,8 euros (gama baja de marca, 3 paquetes de 10 cápsulas), mientras que con café molido ecológico y de comercio justo nos gastamos 3,30 (10grx30 tazas=300 gramos, a 10 euros/kg =3.30 euros).

Con esos casi 6 euros que nos sobran, ya tenemos para pagar parte del «extra» de esas verduras ecológicas por las que no estamos dispuestos a pagar 6 veces más como, cómo hemos visto, hacemos con otros productos.

El seductor aroma del plástico recién procesado

Hace cosa de unos 7 u 8 años, en un viaje a Irlanda, descubrimos Primark, unos grandes almacenes de ropa, accesorios y objetos variados que, en ese momento previo a concienciarnos del valor del acto de consumo como reivindicación y lucha para un mundo más sostenible y justo, nos parecieron algo así como el paraíso.

sale-sign-1440889Cachivaches de todo tipo, bolsos, bragas, camisetas… De todo, y a precios exageradamente baratos -sobre todo si los comparabas con los precios anglosajones- eran demasiada tentación para no salir de allí con un serio problema a la hora de embarcar de vuelta en Ryanair por exceso de equipaje.

Hoy, Primark abre la segunda mayor tienda de Europa en Madrid, en plena Gran Vía. Y lejos de embargarnos la emoción, lo que tenemos es una inmensa pena. Y nos llenamos del olor a plástico que nos invade la nariz cada vez que se accede a una de sus tiendas.

Lo último que compramos en Primark fueron unas gomas de pelo. «Solo son gomas de pelo», pensamos. Pero en realidad es mucho más. Es contribuir a una concepción del consumo totalmente insostenible. Viendo las imágenes que se han mostrado de la inmensa tienda, los lineales y lineales de accesorios, la mayoría de plástico, de ropa de baja calidad, de complementos endebles que tendrán una duración limitada y la cola de personas que había en la calle esperando para entrar a comprar, no podemos más que estremecernos.

Más allá del hecho, importante por otra parte, de que parte de lo que se producía en el Rana Plaza, el tristemente célebre centro de producción bangladesí que acabó consumido por las llamas a causa de la insalubridad de las instalaciones, se producía para Primark (la empresa puso en marcha una campaña de compensación económica al respecto -y cada cual que valore el impacto que esta pudo tener o puede estar teniendo hoy día) lo que nos preocupa es la fascinación que despierta entre nuestros congéneres la posibilidad de comprar productos que saben que no van a durar y que por tanto, no son más que la antesala para seguir comprando.

Este blog no es una crítica a Primark, porque al final, lo que hacen este tipo de compañías (o los bazares orientales) responde a una demanda. Este post es una llamada a la reflexión.

¿Por qué aún no somos capaces de vivir respondiendo exclusivamente a nuestras necesidades reales y no a lo que el mercado nos conduce a desear? ¿Por qué existe esa demanda?
Al ver el vídeo pasando por las estanterías llenas de bolsos no podíamos dejar de pensar que en unos meses, solo unos meses, esos bolsos de plástico serán deshechos en un vertedero, o estarán cogiendo polvo en el fondo de un armario. Pero a sus dueños no les importara porque solo les costó, pongamos, 9.99 euros. Se cansarán de usarlo, se pasarán de moda, se romperán, y comprarán otro casi inmediatamente, porque total, solo les costará 9.99 euros, quizás menos en rebajas.

«Pero es que hay crisis, la gente no tienen dinero para comprarse cosas de calidad», se podría argumentar. Sin embargo, basta estar un rato haciendo cola en la caja de una de estas superficies para saber que la gente no se conforma con comprarse un bolso de 9.99 euros. Que la disposición de los artículos está pensada para que, ya que vas, te lleves un montón de cositas más, producto de la vorágine, de la compulsividad, del «pero es que es muy barato». Que como el bolso solo cuesta eso, me da para un monedero, unos zapatos o un conjunto de ropa interior. Si los compradores asiduos a estas tiendas se tomaran la molestia de sumar todo lo que se gasta en, pongamos camisetas, durante un año, probablemente se darían cuenta de que les da para comprarse dos o tres camisetas buenas, de calidad y que les iban a durar más de una temporada… Pero, oh wait!, la temporada que viene (o para ser más precisos, dentro de quince días) ya no estarán de moda.

No podemos evitar ver las imágenes del nuevo centro comercial de Gran Vía como una futura gran montaña de desperdicios abandonados y desahuciados, y nos pasa un poco lo mismo con los bazares orientales, con los «falsos outlets» de algunas cadenas de ropa… Y no solo desperdicios y derroche energético, sino el trabajo de personas que han fabricado todos esos productos en condiciones lamentables, con sueldos miserables. Y no solo trabajos miserables y desperdicios, también una alocada carrera hacia poseer; aunque sean baratijas, poseer cosas, sabiendo que no las necesitamos. Mostrarnos por lo que poseemos o por qué aspecto tenemos, no por lo que somos.

Quizás penséis que, entonces, esto es un problema moral y no ecológico, pero lo que pasa es que esa decisión moral de rendirnos al consumo compulsivo de bienes nos conduce a la destrucción del planeta. Cada cosa innecesaria que consumimos es un futuro residuo, son tintes y productos tóxicos vertidos al medio ambiente, son personas con un trabajo por debajo de la dignidad. Cada cosa que consumimos innecesariamente es una patada en el culo a la Tierra y a sus habitantes, en especial a aquellos más desfavorecidos en los países subdesarrollados o en desarrollo, en esos países-fábrica de todo.

Y conste que todos los hacemos. Nosotros también. Que algunos intentamos controlarlo, y pensar dos veces, ante una caja registradora, si necesitamos eso. Y a veces la tentación nos puede. Es muy jodido vencerla, hay demasiados mensajes, demasiada presión social… Pero nos gusta saber que al menos, nos lo planteamos, porque pensamos que mucha gente ni lo hace ni lo hará jamás. Y el que se plantea ese tipo de cuestiones, en muchas ocasiones, toma la decisión sostenible, porque al final todos los humanos tenemos sentido común (o eso queremos pensar y en lo que confíamos los autores de este blog).

Cuando consumimos, votamos. Y eso tenemos que tenerlo claro. Si existen estos comercios, es porque estamos votando por ellos. Y todos somos responsables de poner nuestro voto, tantas veces como podamos, en la urna de la sostenibilidad.

No es solo qué compramos, sino cómo compramos

Aunque en SyS siempre hablamos de que, para empezar en esto del consumo responsable, hay que tomárselo con calma e irse acostumbrando poco a poco a una nueva forma de consumir, esta vez queremos dar un paso más para que vosotros también deis una vuelta de tuerca a vuestra rutina de compra.

No siempre consumir productos con etiquetas de certificación nos garantiza que estemos haciendo el consumo más responsable. Las grandes distribuidoras de alimentación han visto el mercado que, afortunadamente, se está creando entorno a los productos bio y de comercio justo y no han querido perder tajada. Por eso, han generado sus propios productos de marca blanca que claro, son más baratos, pero no siempre son realmente justos y se llevan por delante a pequeñas fábricas que realmente creían en el comercio justo o dejan en la estacada a productores.

Consumir con responsabilidad implica apoyar un cambio de sistema comercial en el que lo principal sea la redistribución justa de los beneficios, la promoción y el bienestar de los productores y la posibilidad de equiparar las posibilidades de crecimiento de las sociedades productoras con las de las receptoras. Y sobre todo, no olvidar que el consumo justo  y responsable no solo se practica cuando se compra cacao de Nicaragua, o piñas de Costa Rica, porque en nuestros países también hay productores que se esfuerzan por hacer un buen trabajo y que también sufren las condiciones abusivas de grandes distribuidoras e intermediarios. Ni que decir tiene, que es fundamental apoyar a nuestro pequeño comercio de proximidad por básicamente los mismos motivos.

Para no extendernos más, y como unas imágenes valen más que todas las palabras, os dejamos este documental que os ayudará a hacer una selección  mejor de los productos de vuestra cesta de la compra. Seguramente os gastaréis algún eurillo de más, pero después de ver este vídeo seguro que valoraréis que vale la pena.

 

Unas Navidades sostenibles

Quien más y quien menos siente que la Navidad ha perdido buena dinner-1144569-mparte de su sentido, ahogada por el consumismo desmedido y por la ingesta descontrolada de comida y bebida bajo la premisa de que en Navidad «hay que pasárselo bien».

Pero estas fechas, cuyo mensaje principal debería ser el amor más que el uso desmesurado de recursos, pueden vivirse de otra manera. Y no estamos hablando de religiosidad o moral, sino, sobre todo, de conciencia. En SyS os proponemos una serie de tips para que celebréis la Navidad de otra manera, y para que esa nueva forma de abordar la vida no se quede solo en un buen propósito de Navidad, sino que vaya calando en nuestro día a día.

Las comidas navideñas

¿Realmente es necesario comprar un bogavante, llenar la nevera de aperitivos preparados, inflarse a polvorones y turrones? No decimos que no disfrutemos de los dulces y platos típicos navideños, pero podemos mejorar nuestra salud y respetar el medio ambiente si tenemos en cuenta unas pocas reglas. Para ello, nos ayudará mucho el proyecto de WWF «Live well for LIFE», una iniciativa en la que especialistas médicos en nutrición y especialistas en sostenibilidad han diseñado una serie de consejos que nos permitirán llevar una vida más saludable a la vez que cuidamos nuestro planeta. Los principios Livewell son los siguientes:

  • Come más vegetales – disfruta de la fruta y las verduras.
  • Come diverso – alégrate la vista con un plato variado y colorido.
  • Aprovecha mejor la comida – un tercio de la comida que se produce en el mundo acaba en la basura.
  • Come menos carne – prueba otras fuentes de proteínas. Además, la carne puede ser un complemento al plato en vez del ingrediente principal.
  • Come menos alimentos procesados – suelen consumir más recursos para su producción y contener niveles altos de azúcar, grasas y sal.
  • Compra alimentos certificados – como el MSC para el pescado, los procedentes de agricultura ecológica o la ganadería extensiva.

Efectivamente, nada que no se haya dicho ya en muchas ocasiones, en este blog y en muchos más sitios, pero los responsables de esta campaña aseguran que si esta dieta se extendiera entre los españoles, se reduciría en un 25% nuestra huella ecológica. Y por supuesto, mejorarían nuestras cifras de colesterol, obesidad, problemas cardiovasculares, etc.

En Navidad, sustituye los entremeses de fiambres por crudités con alguna salsa divertida, ensaladas, o verduras asadas. Si sois de pescado, ¿qué tal una buena lubina al horno en lugar de marisco llegado desde el cono Sur? Además, si el marisco no se consume tiene poco aprovechamiento en cambio, lo que sobra de pescado puede convertirse en ricas croquetas, canelones de pescado o un chupe chileno. Los responsables del proyecto Livewell también nos ofrecen una alternativa de menú navideño delicioso y sostenible.

Los regalos de Navidad

A nadie se le ocurre pasar por estas fechas sin comprar regalos. Aunque es perfectamente posible, y aunque tenemos todo el año para demostrar nuestro amor a los demás de manera material, si llega el punto en que tenemos que adquirir regalos, también podemos hacerlo desde un punto de vista sostenible.

Un buen ejemplo es regalar cosas «no materiales», por ejemplo, regalar un curso o un taller, una cata de vinos, una jornada en un spa, compensar parte de su huella de carbono aportando una cantidad para la plantación de árboles… Es una manera de hacer un regalo que no implique un objeto que haya tenido que ser producido únicamente para este fin. Huyamos de los «pongos» de toda la vida. A nadie le gustan ni las figuritas, ni los ganchitos, ni los marcos de fotos, ni los objetos graciosos (que tienen gracia dos minutos)  y todos, indefectiblemente, acaban en la basura o arrinconados por ahí, o sea, convertidos en residuos.

Si no hay maś remedio que comprar algo «material», opta por algo práctico y prioriza los objetos de comercio justo y certificados (maderas FSC, plásticos libres de BPA y reciclados…) Visita los anticuarios y chamarileros (o los mercadillos estilo Rastro o Encants), donde podrás encontrar cosas bonitas que merecen una segunda oportunidad, de manera que contribuyas a la reducción de la sobreproducción de bienes.
También puedes regalar comida. Además, es una excelente manera de invitar a tus amigos a descubrir la comida sana y la ecológica. Un simple cesto con algo de fruta de cultivos responsables, una buena botella de vino, una selección de dulces artesanales… Lo ideal, además, sería que lo compraras en tu barrio, donde seguro que tienes una buena oferta de comercios que te pueden ayudar y aconsejar. Así ahorras en gasolina, y seguramente en la angustia de caminar por las calles del centro en Navidad.

Y  a los amigos que quieran regalarte algo, no tengas problema en decirles qué quieres. Si no lo haces, corres el riesgo de que te regalen un residuo potencial, así que…

El espíritu navideño

¿Existe? Creemos que en su momento quizás existió pero ahora no es más que una especie de alucinación que dura justo los días de las fiestas y que se interpreta como una necesidad imperiosa de ser buenos, aunque luego seamos lo peorcito. Este año ¿por qué no te lo tomas en serio? Que la Navidad sea solo el pistoletazo de salida para un año en el que el hacer algo por los demás y por tu entorno forme parte fija de tu agenda semanal.  Busca un voluntariado que te motive, selecciona una organización a la que ayuda, no solo económicamente, descubre qué iniciativas hay en tu barrio a las que podrías echar una mano. Te sorprenderá lo fácil y motivamente que es dejar de mirarse el ombligo un rato.

El buen propósito de año nuevo

Dejar de fumar o de beber, ir al gimnasio, comer menos… La mayoría de propósitos de año nuevo están pensandos hacia dentro, hacia nosotros, y en la mayoría de ocasiones lo hacemos un ratito y con poco convencimiento. La fuerza de voluntad es un bien escaso. Este año, propongámonos algo hacia fuera. Algo que contribuya no solo a nuestro bienestar si no al de todos. Propongámonos consumir menos, reducir nuestros residuos, reciclar mejor, comprar menos alimentos preparados, buscar una actividad de conservación natural que nos mole, reducir el gasto de papel de nuestra vida, dejar el coche más a menudo en el garaje, relacionarme más con mis amigos/vecinos/ciudad, participar en actividades comunitarias de cuidado del entorno, reducir mi consumo energético, comprar menos ropa y zapatos e intentar sustituir la compra por la reuitlización, o los productos sostenibles, comer más verduras, comer menos carne, usar más el transporte público, caminar más,… Hay cientos de buenos propósitos sencillos que nos permitirán comenzar el año con una misión que, al final de estos 365 días de 2015 nos harán dar cuenta de que ser  más austeros bien vale la pena.