No es solo qué compramos, sino cómo compramos

Aunque en SyS siempre hablamos de que, para empezar en esto del consumo responsable, hay que tomárselo con calma e irse acostumbrando poco a poco a una nueva forma de consumir, esta vez queremos dar un paso más para que vosotros también deis una vuelta de tuerca a vuestra rutina de compra.

No siempre consumir productos con etiquetas de certificación nos garantiza que estemos haciendo el consumo más responsable. Las grandes distribuidoras de alimentación han visto el mercado que, afortunadamente, se está creando entorno a los productos bio y de comercio justo y no han querido perder tajada. Por eso, han generado sus propios productos de marca blanca que claro, son más baratos, pero no siempre son realmente justos y se llevan por delante a pequeñas fábricas que realmente creían en el comercio justo o dejan en la estacada a productores.

Consumir con responsabilidad implica apoyar un cambio de sistema comercial en el que lo principal sea la redistribución justa de los beneficios, la promoción y el bienestar de los productores y la posibilidad de equiparar las posibilidades de crecimiento de las sociedades productoras con las de las receptoras. Y sobre todo, no olvidar que el consumo justo  y responsable no solo se practica cuando se compra cacao de Nicaragua, o piñas de Costa Rica, porque en nuestros países también hay productores que se esfuerzan por hacer un buen trabajo y que también sufren las condiciones abusivas de grandes distribuidoras e intermediarios. Ni que decir tiene, que es fundamental apoyar a nuestro pequeño comercio de proximidad por básicamente los mismos motivos.

Para no extendernos más, y como unas imágenes valen más que todas las palabras, os dejamos este documental que os ayudará a hacer una selección  mejor de los productos de vuestra cesta de la compra. Seguramente os gastaréis algún eurillo de más, pero después de ver este vídeo seguro que valoraréis que vale la pena.

 

25 años de comida con sentido común

Cuando alguien acusa a los que creemos en una sociedad responsable y consciente de idealistas, suelo acordarme de Carlo Petrini.

A muchos no os sonará el nombre de este señor, pero es el autor de una frase que ha marcado el devenir de las creencias gastronómicas y alimenticias de miles de personas.

“Sencillamente es antinatural comer lo mismo en Pekín y en Finlandia, por ejemplo; piénselo y analice todo lo que conlleva”

En S&S pensamos que en esta frase está la clave no solo del movimiento que creó Carlo Petrini, hace ya 25 años, el Slow Food, sino de toda una filosofía de vida y de comportamiento orientada a reordenar un mundo en el que todo se ha globalizado hasta el absurdo.

Veinticinco años después de que se firmara el manifiesto de creación del movimiento Slow Food en París, el sueño de Petrini continua. Y continua entrando en la mentalidad de personas que hasta ahora no se habían planteado nunca de dónde procede lo que comen, cómo está hecho, cómo llega hasta sus casas… Gente acostumbrada a las grandes marcas que, a cuenta de la crisis, del mayor conocimiento gastronómico, de la preocupación por la salud, por las alergias, etc., está acercándose a una forma distinta de comer.

Como bien dice Petrini ¿qué sentido tiene que en España comamos naranjas turcas o marroquíes cuando tenemos probablemente los mejores cítricos del mundo? ¿O por qué tienen que traernos manzanas de Chile? ¿De verdad necesitamos comer manzanas en verano? ¿Sin importarnos los costes (logística, diferencia de sueldos, intermediación, distribución…)?

El Slow Food aboga por recuperar nuestro tiempo frente a la alimentación.  La fast life había hecho que perdiéramos totalmente el criterio frente a la alimentación. Un ejemplo, quizás estúpido, pero para mi aplastante: ¿alguna vez os habéis preguntado qué son realmente los ganchitos?¿Por qué son naranjas? Aunque estén sabrosos ¿realmente los necesitamos para vivir?¿Nos aportan algo positivo?

Os proponemos un ejercicio: Id a vuestra despensa/nevera y mirad qué tenéis dentro. Descartad los productos que comprasteis por capricho. Luego descartad los productos cuyos ingredientes no podáis identificar completamente [si sois licenciados en Química, probad que vuestra abuela los identifique]. De lo que os quede, descartad todos aquellos productos que no estén fabricados/producidos en España. Y por último, descartad los que hayan recorrido más de 100 kilómetros desde su origen hasta vuestro hogar. ¿Cuántos os quedan?
Y ahora preguntaros, todo eso que hemos descartado ¿no podríamos haberlo adquirido de productores situados en los 100-200 kilómetros que rodean nuestro hogar?

Seguramente, la respuesta es sí. Y seguramente la contrarrespuesta es «sí, pero es más caro». Valora el coste de las cosas que tienes que tirar a la basura (en especial fruta y verdura) porque se han estropeado en poco tiempo. Vaya, en lo que tú consideras poco tiempo, porque cuentas desde el momento de la compra, no desde el momento de la recogida, quizás allá por Chile, a unas 16 horas de vuelo. Piensa también en los procesos ‘poco naturales’ a los que habrá sido sometido ese producto para que llegue en condiciones a los lineales del supermercado. Para que sea «bonito», porque al parecer ahora solo es comestible la fruta bonita. Brillante.

Para más inri, el hecho de comprar artículos de países subdesarrollados o en vías de desarrollo pocas veces contribuye realmente a su desarrollo ya que este tipo de producción no está ne manos de los agricultores y empresas locales sino de las grandes corporaciones multinacionales. Pongamos como ejemplo el cacao de Costa de Marfil, del que ya hemos hablado en este blog, o el del azúcar en Guatemala.

La Slow Food, que lleva ya 25 años haciéndose hueco entre los consumidores es la suma perfecta de la conciencia en el consumo, el desarrollo local, el mantenimiento de las tradiciones culinarias, la producción sostenible y el indiscutible placer de disfrutar de la comida. Porque no es solo comprar y producir de manera justa, sino que también es parar un segundo a excitar nuestro paladar, gozar de una de las actividades más placenteras que tiene el hombre a su disposición, sin prisas, con calidad, con respeto por lo que consume y por tanto, con una ingesta más saludable y un recuerdo más feliz. Slow Food es dejar de engullir comida (y trabajadores, especies, entorno) y darle una oportunidad al planeta en un acto de puro placer.