Envases de ida y vuelta

Cuando era pequeña, una de mis vías de ingresos era bajar las botellas usadas de agua con gas de mis abuelos y las botellas de leche a la tienda del barrio y recuperar el importe de los envases. En aquella época, poco o nada se hablaba del reciclaje en España, no había esa conciencia, pero muchos de los gestos diarios estaban enfocados, sin prácticamente intención, a reutilizar.
Aquellos que coleccionen botellas de refresco antiguas encontrarán en muchas de ellas grabado el concepto «envase retornable».  Gaseosas, leche, sifones, y muchos otros productos permitían ese uso,y de hecho, a día de hoy, los botellines de refresco de hostelería también pasan por este proceso. Una vez usado el producto, el envase se devuelve a la empresa que lo lava y lo reutiliza.  Sencillo ¿no?

Sí, sencillo y eficaz. Una manera de dar miles de usos a un producto. Una costumbre que se ha ido perdiendo con el paso del tiempo y la extensión del uso de envases de plástico y latas. Pero, ¿no podría aplicarse esto también al plástico y el aluminio?

Muchos países del mundo tienen un sistema de envases retornables tanto en plástico como en aluminio y una legislación al respecto. Todos sabemos que, más a menudo de lo recomendable, reciclar nos da pereza, pero sí por medio ponemos una pequeña recompensa económica, la cosa funciona.

En China, por ejemplo, han instalado en el metro unas maquinas que te permiten pagar el billete con latas y botellas utilizadas y vacías. En  Alemania o Finlandia, muchos hipermercados tienen máquinas de recogida de latas y botellas de plástico, que emiten un tique por el valor de retorno de esos envases que se te descuenta de la cuenta final de tu compra. En Noruega se recicla hasta el 92% de las latas y el 82% de las botellas de plástico gracias a este sistema.

En España medio millón de toneladas de latas y botellas de plástico se quedan enterradas en vertederos o son quemados en incineradoras, según estudio del Gremi de la Recuperació de Catalunya .
Era hora de actuar y a ello se está dedicando Retorna.org, una organización que aboga por implantar un sistema de envases retornables para optimizar la recogida y selección de materiales reciclables.

 

El sistema funciona de manera muy sencilla, como se explica en este vídeo

El sistema mejora el nivel de reciclaje, ya que logra recuperar 9 de cada 10 envases, reduce los costes de reciclaje (ya que la selección se hace de forma más eficaz que actualmente) y permite a organizaciones y administración pública ahorrar y orientar de forma eficiente su logística en cuanto a recogida y reutilización.

 

25 años de comida con sentido común

Cuando alguien acusa a los que creemos en una sociedad responsable y consciente de idealistas, suelo acordarme de Carlo Petrini.

A muchos no os sonará el nombre de este señor, pero es el autor de una frase que ha marcado el devenir de las creencias gastronómicas y alimenticias de miles de personas.

“Sencillamente es antinatural comer lo mismo en Pekín y en Finlandia, por ejemplo; piénselo y analice todo lo que conlleva”

En S&S pensamos que en esta frase está la clave no solo del movimiento que creó Carlo Petrini, hace ya 25 años, el Slow Food, sino de toda una filosofía de vida y de comportamiento orientada a reordenar un mundo en el que todo se ha globalizado hasta el absurdo.

Veinticinco años después de que se firmara el manifiesto de creación del movimiento Slow Food en París, el sueño de Petrini continua. Y continua entrando en la mentalidad de personas que hasta ahora no se habían planteado nunca de dónde procede lo que comen, cómo está hecho, cómo llega hasta sus casas… Gente acostumbrada a las grandes marcas que, a cuenta de la crisis, del mayor conocimiento gastronómico, de la preocupación por la salud, por las alergias, etc., está acercándose a una forma distinta de comer.

Como bien dice Petrini ¿qué sentido tiene que en España comamos naranjas turcas o marroquíes cuando tenemos probablemente los mejores cítricos del mundo? ¿O por qué tienen que traernos manzanas de Chile? ¿De verdad necesitamos comer manzanas en verano? ¿Sin importarnos los costes (logística, diferencia de sueldos, intermediación, distribución…)?

El Slow Food aboga por recuperar nuestro tiempo frente a la alimentación.  La fast life había hecho que perdiéramos totalmente el criterio frente a la alimentación. Un ejemplo, quizás estúpido, pero para mi aplastante: ¿alguna vez os habéis preguntado qué son realmente los ganchitos?¿Por qué son naranjas? Aunque estén sabrosos ¿realmente los necesitamos para vivir?¿Nos aportan algo positivo?

Os proponemos un ejercicio: Id a vuestra despensa/nevera y mirad qué tenéis dentro. Descartad los productos que comprasteis por capricho. Luego descartad los productos cuyos ingredientes no podáis identificar completamente [si sois licenciados en Química, probad que vuestra abuela los identifique]. De lo que os quede, descartad todos aquellos productos que no estén fabricados/producidos en España. Y por último, descartad los que hayan recorrido más de 100 kilómetros desde su origen hasta vuestro hogar. ¿Cuántos os quedan?
Y ahora preguntaros, todo eso que hemos descartado ¿no podríamos haberlo adquirido de productores situados en los 100-200 kilómetros que rodean nuestro hogar?

Seguramente, la respuesta es sí. Y seguramente la contrarrespuesta es «sí, pero es más caro». Valora el coste de las cosas que tienes que tirar a la basura (en especial fruta y verdura) porque se han estropeado en poco tiempo. Vaya, en lo que tú consideras poco tiempo, porque cuentas desde el momento de la compra, no desde el momento de la recogida, quizás allá por Chile, a unas 16 horas de vuelo. Piensa también en los procesos ‘poco naturales’ a los que habrá sido sometido ese producto para que llegue en condiciones a los lineales del supermercado. Para que sea «bonito», porque al parecer ahora solo es comestible la fruta bonita. Brillante.

Para más inri, el hecho de comprar artículos de países subdesarrollados o en vías de desarrollo pocas veces contribuye realmente a su desarrollo ya que este tipo de producción no está ne manos de los agricultores y empresas locales sino de las grandes corporaciones multinacionales. Pongamos como ejemplo el cacao de Costa de Marfil, del que ya hemos hablado en este blog, o el del azúcar en Guatemala.

La Slow Food, que lleva ya 25 años haciéndose hueco entre los consumidores es la suma perfecta de la conciencia en el consumo, el desarrollo local, el mantenimiento de las tradiciones culinarias, la producción sostenible y el indiscutible placer de disfrutar de la comida. Porque no es solo comprar y producir de manera justa, sino que también es parar un segundo a excitar nuestro paladar, gozar de una de las actividades más placenteras que tiene el hombre a su disposición, sin prisas, con calidad, con respeto por lo que consume y por tanto, con una ingesta más saludable y un recuerdo más feliz. Slow Food es dejar de engullir comida (y trabajadores, especies, entorno) y darle una oportunidad al planeta en un acto de puro placer.