Hace unos días en una droguería de barrio de las de toda la vida -esas en las que nos pirra comprar, porque ayudan a mantener y cuidar el comercio local- fuimos a comprar una mopa. Las había de las clásicas, más conocidas como «de pelo de cordero» y otras, muy bonitas, de colores chillones y, aparentemente, de microfibra. El buen hombre, en su ánimo de ofrecernos el mejor servicio, y de paso, vendernos la mopa más cara, nos dijo algo así como «puede elegir la mopa de siempre o la ecológica».
Obviamente, al instante, cogimos la mopa de microfibra y nos leímos cuidadosamente la etiqueta. No había «ecología» por ningún lado, es decir, ni los productos con los que estaba realizada la mopa eran reciclados, ni el mango o o los enganches reutilizados, ni siquiera la microfibra era de tejido procedente de materiales obsoletos. Entonces ¿qué tenía de ecológico? Probablemente, lo único que pudiera argumentarse es que con la microfibra, supuestamente, se gasta menos agua y menos productos químicos.
No es la primera vez que nos encontramos ante el alegre uso del concepto ecológico, o eco, que las marcas ya han detectado que genera interés entre un sector amplio de los consumidores.
En su momento, se reguló el uso de la palabra Bio (lo que hizo que diversas marcas tuvieran que cambiar sus nombres) pero ha quedado una especie de vacío raro con los conceptos ecológico y su diminutivo eco.+ y orgánico.
Pongámoslo negro sobre blanco. Por ejemplo, el desodorante Byly orgánico. Nos pusimos muy contentos cuando vimos que en el sector de la higiene/cosmética se empezaban a plantear los asuntos de la sostenibilidad. Y obviamente, lo metimos rápidamente en nuestro carrito de la compra. Al llegar a casa, le echamos un vistazo a la etiqueta y por ningún lado apareció ningún sello que certificará su «organicidad», ni tampoco ningún asterisco que nos haga pensar que los productos vegetales que usan sean de procedencia orgánica. Y, ojo, no decimos que no lo sean, decimos que no tenemos ninguna posibilidad de comprobarlo, por lo que no tenemos por qué creérnoslo. Parece normal que si una empresa opta por esa línea de negocio, haga públicas sus certificaciones.
Es solo un ejemplo, pero nos lo hemos encontrado más veces, incluso en tiendas especializadas. Productos que, sin ningún tipo de certificado, se venden por acción u omisión, bajo el calificativo «eco», «bio»… Porque, además, nos encontramos algunos productos donde el prefijo «eco» no quiere referirse a que sea ecológico, sino a que es la versión «económica». Claro, razón tienen, pero ¡ay del que no se lea la etiqueta! Se va a casa tan ricamente, pensando que es la mar de sostenible.
En otros sectores, como por ejemplo, el de la moda, se juega un poco también con el concepto. Hay grandes cadenas que ofrecen ropa fabricada con algodón orgánico -a menudo «tienes que creerles» porque no aparece la certificación por ningún lado- y no decimos que no sea orgánico, sino que comprar con responsabilidad implica algo más que la materia prima, por ejemplo, los derechos de los trabajadores y sus condiciones laborales. Y en muchas ocasiones basta con ver el precio de la prenda para darse cuenta de que difícilmente esas condiciones sean ideales. Tampoco nos acaba de convencer mucho la aplicación de vocablos como sostenible en productos como vaqueros en los que se ha reducido el consumo de agua en su fabricación (lo cuál está requetebién) pero que siguen haciéndose con algodón producido masivamente, con pesticidas o modificación genética o usando técnicas tan agresivas para los trabajadores como el sandblasting.
De la misma manera, somos un poco puñeteros a la hora de dar la bienvenida al concepto de sostenibilidad a aquellos productos que se vanaglorian de ser biodegradables y libres de BPA, pero están producidos con materia prima nueva cuando se podrían haber producido con materia prima reciclada. Hubiera sido infinítamente mejor que para hacerlos hubiera reutilizado materiales, porque al final, en el mundo, a día de hoy, hay materia -y sobre todo de deshecho- como para producir años y años. Por eso, os recomendamos que leáis siempre la etiqueta, que valoréis si su carácter «bio» se refiere a un proceso productivo con un concepto de sostenibilidad global o simplemente es solo un pequeño detalle. Y recordad que cualquier ahorro (energético, reducción de uso de químicos, reducción de uso de agua, etc.) implica responsabilidad, pero que en el mercado ya haya suficiente variedad como para, en lo posible, dar siempre un pasito más.
[y sí, hilamos muy fino, pero como siempre decimos, cada cuál que asuma al nivel que pueda]
A modo de conclusión, desde S&S queremos decir que cualquier iniciativa que vaya en favor de ampliar el mercado de productos responsables nos parece una fantástica iniciativa, incluso si se trata solo de pequeños pasitos. Pero que no vamos a permitir que se use el esfuerzo de muchos empresarios conscientes que han dado prestigio y vigor al mercado ecológico para sacar cuatro euros más a los incautos con buena fe y ganas de hacer las cosas bien.
Deberíais haber leído las etiquetas en la tienda, no al llegar a casa.
Por supuesto, pero somos conscientes de que hay mucha gente que aún no lo hace, y por eso, ponemos este caso y recordamos que, por sí solo, el nombre del producto no implica que cumpla con lo que promete y también como ejemplo de la necesidad de pensar a la hora de comprar.
Igual nos faltó añadir que, obviamente, la mopa no la compramos, ni volvimos a comprar el desodorante. Al principio de preocuparte por estas cuestiones, tiendes a pensar que las marcas serias se lo tomarán en serio. Por eso nos parece importante hacer artículos como este, porque este blog está muy dirigido a las personas que empiezan a preocuparse por estos temas y que pueden cometer los mismos errores que cometimos nosotros al principio.