Los ‘otros’ 10 trucos que nos ayudan a cuidar la Tierra

holaecoHoy es el Día de la Tierra, y queremos unirnos a nuestros compañeros del Colectivo HolaEco, ofreciéndoos este post en el que vamos a describir esas otras cosas sencillas, y generalmente gratis, que podemos hacer para que cuidar el planeta, desde nuestro día a día cotidiano en la ciudad. Que para eso somos el manual de supervivencia del urbanita sostenible.

En muchos sitios encontraréis tips para mejorar nuestra sostenibilidad, del estilo de usar el transporte público o reciclar los residuos, pero hoy vamos a mostraros «otros» trucos que van a ayudarnos a ser más respetuosos con el medio ambiente, a reducir residuos y mejorar nuestra calidad de vida y también la de todos los que nos rodean, sean personas, animales o plantas.

  1. Reutiliza tu energía. Apaga más la luz, cierra más grifo, pero a la vez reutiliza la energía que ya estás usando. ¿Cómo? El agua de fregar/ o de la ducha te sirve para tirar de la cadena. Pon el tapón si tienes bañera y ayúdate de un cubo para usarla en tu taza. Si te lo puedes permitir, ya existen lavamanos integrados en la taza que reutilizan las aguas usadas de la higiene y las acumulan en la mochila de la cisterna. Si vas a cocinar y a la vez quieres leer, llévate el libro a la cocina, y ten solo una luz encendida. Aprovecha el calor residual de la vitro, apagando un poco antes de finalizar la cocción. Deja las tareas de más precisión para cuando dispongas de luz natural, aprovecha el calor del horno para secar pequeñas piezas de ropa acercándolas a él con precaución…
  2. Compra a granel. Cada vez hay más tiendas que están recuperando la vieja costumbre de vender a granel, pero incluso cuando no exista esa posibilidad, rechaza de plano las frutas y verduras que vienen metidas en poliestirenos y otros materiales similares. Ve al mercado, donde encontrarás carne, pollo y embutidos a granel y llévate tus propios recipientes para guardarlo, por ejemplo, tuppers de cristal en los que el pollero, carnicero o charcutero no tendrá ningún inconveniente en poner el producto (tranquilos, por el peso, que para eso las básculas tienen tara), y reduciréis todos los papeles parafinados, bolsitas y bolsazas con las que nos inundan en las tiendas. Lleva siempre en el bolso una bolsa plegable y métete en el cerebro está frase: «No, no necesito bolsa». ¡Ah! Y en tiendas como La Magdalena de Proust también es posible comprar los productos de limpieza a granel (además, salen más baratines).
  3. Reduce los productos innecesarios. Sometidos como estamos al bombardeo publicitario, a los cánones estéticos y a todo tipo de mensajes sobre cómo debemos ser y parecer, es fácil dejarse llevar y acabar creyéndose que necesitamos un millón de cosas para cumplir con nuestro deber social de ser estupendísimos. Si entramos, por ejemplo, en nuestro baño y miramos todos los botes que allí tenemos, ¿cuántos necesitamos realmente? ¿De verdad hace falta champú, acondicionar, mascarilla y sérum para el pelo? Prueba a cepillártelo mejor y más a menudo ¿De verdad hace falta un gel para un cosa, otro para otra, un exfoliante de tres olores distintos? Lo tenemos comprobado, con un producto neutro, que hace las funciones de champú y gel, basta. De verdad. Una hidratante corporal, y otra fácial. Una limpiadora. Para exfoliar tenemos muchísimos productos cotidianos que nos ayudarán, como el azúcar, o guantes de crin o cuerda para el cuerpo. Desde luego, elimina las toallitas de todo tipo de tu baño, ¡son lo peor!. Opta por minimanoplas de rizo lavables y reutilizables.
  4.  Compra responsablemente. Sabemos el gustico que da ir de compras, pero hay que empezar a pararse a pensar seriamente si no se nos está yendo la mano. Mira tu armario ¿cuánta ropa hace meses que no te pones? ¿Cuánta no te has puesto aún? ¿De cuánta te has cansado sin siquiera estrenarla? Lo mismo se puede decir cachivaches para la casa (con los bazares chinos parece que nos hace falta de todo y no paramos de comprar tonterías), o incluso con la comida ¿cuánta tiramos?. Antes de ir a comprar haz una lista con lo que realmente vas a necesitar. Y no solo con la comida, hazlo también con la ropa, con el menaje… No te dejes llevar por que una cosa sea barata o cuqui, si no la necesitas no la compres. Veras que hasta ahorras y todo. ¡Ah! Y no olvides apoyar siempre que puedas a las empresas y profesionales que hacen un auténtico esfuerzo por hacer bien las cosas. Cada compra es un voto, no lo olvides.
  5. Aprovecha lo que los demás no quieren. Te sorprendería saber cuántas de las cosas que te has comprado últimamente, sobre todo, de aquellas relacionadas con la tecnología y los electrodomésticos, podrías haber comprado mucho más baratas de segunda mano. En perfecto funcionamiento. Ahorrando dinero y residuos. Únete a colectivos de reutilización, como Guindalera Reutiliza, u otros que van surgiendo en los barrios de las ciudades a través de Facebook. De la misma manera, pon a disposición de los demás todas aquellas cosas que ya no uses. A alguien le pueden hacer falta.
  6.  Camina o pedalea. Sí, todos los decálogos de sostenibilidad hablan de usar más el transporte público y, efectivamente, eso reduce las emisiones y es mucho más sostenible que cualquier desplazamiento en vehículo privado a motor, pero ¿cuántos pequeños desplazamientos hacemos en transporte público que podríamos hacer fácilmente a pie o en bici, solo por pereza? Camina y/o pedalea y no solo contribuirás a reducir aún más las emisiones y el consumo energético sino que además de cuidar el planeta, te cuidarás a ti mismo, y eso también es clave en la sostenibilidad. Ahí vamos…
  7. Cuídate a ti mismo. Parece una tontería pero es fundamental. Tu buena salud contribuye a un mejor medio ambiente, porque si estás sano y requieres, por ejemplo, menos medicamentos, se reduce su fabricación, la extracción de materias primas y todo el circo que envuelve a las medicinas más comunes en nuestros botiquines. Reducir el gasto sanitario contribuye a la sostenibilidad. Y eso se aplica a comer equilibrado, a hacer ejercicio físico, a respetar tu cuerpo y mimar tu mente. Si no nos importamos nosotros mismos, poco nos importará lo demás.
  8. Descubre tu entorno. Cuando vives en una ciudad que no es la tuya te das cuenta de cuántos nativos apenas conocen la belleza de sus propias ciudades. Organízate fines de semana de descubrimiento, visita aquel parque en el que nunca estuviste, descubre rincones, o coge el tren y acércate a los alrededores de la ciudad. Si tienes bosques o montañas, haz una rutilla sencilla para perderte en lo que te rodea, en eso que tienes que proteger. Si no lo conoces, difícilmente te enamorarás lo suficiente como para defenderlo. Eso sí, respeta el entorno que visites. No dejes basura, no enciendas fuegos, no arranques plantas… ¡Sal del sofá, que vas a echar culo!
  9.  Viaja con sostenibilidad. Si después de conocer tu entorno te animas a ir un poco más allá, no olvides viajar responsablemente. Selecciona los medios de transporte menos contaminantes, busca alojamientos que tengan una filosofía sostenible, huye de los grandes hoteles derrochones y del todo incluido que es un canto al consumo insostenible, no te quedes solo en la playa, conoce a los nativos del lugar, trátales con respeto no como si fueran esclavos al servicio del turista, déjate llevar por el descanso y la aventura.
  10. Involúcrate en una causa. Prueba el voluntariado en un tema que te interese, aporta tus conocimientos profesionales a una entidad que luche por un tema que te motive, intégrate en el movimiento que está trabajando día a día para hacer de este planeta un lugar mejor. A veces puedes pensar que tú no tienes nada que aportar, pero cada granito cuenta y no sabéis cuanto.

Y como hoy es el Día de la Tierra, ¿por qué no lo celebras eligiendo uno de estos puntos y poniéndolo en práctica? Todo es empezar…

 

Aquí os dejamos el resto de enlaces a los posts que han escrito los otros blogs miembros de HolaEco que han participado en este Día de la Tierra lleno de buenos consejos.

  • This is Goood: Ve caminando al trabajo

http://thisisgoood.com/ve-caminando-al-trabajo/

  • Cualquier cosita es cariño: Salir de la zona de confort

www.cualquiercositaescarino.com/salir-de-la-zona-de-confort/

  • Vivir sin plástico: El poder del no

http://wp.me/p6BPfj-pa

El ‘mito’ de que lo ecológico es más caro: El café

restaurant-beans-coffee-cupNo es la primera vez que hablamos de los precios de lo ecológico o del comercio justo y de cómo y por qué estos son superiores a los precios de los productos convencionales. Pero entendemos que hasta ahora lo hemos hecho apelando a que nuestro lector entendiera que el precio superior llevaba implicada toda una filosofía de consumo, protección del medio ambiente y respeto a los productores.

Pero, ¿y si nos saltamos toda la parte filosófica? ¿Hay productos ecológicos (o de comercio justo) que simplemente son más baratos? Algunos hay, y además, con una diferencia abismal. Es el caso del café. Más concretamente del café en cápsulas.

Dicen los muy cafeteros que el café de las cápsulas es mucho más bueno que cualquier otro. Personalmente, no sé si lo comparan con el aguachirri de una cafetera americana o con el soluble (no creo que lo comparen con un buen café de máquina de expresso), pero vamos a darles el beneficio de la duda. Digamos que sí, que el café de cápsulas es mucho mejor que cualquier otro.

Solo faltaría, sobre todo, porque a día de hoy, los consumidores de cápsulas de Nespresso, de la gama más económica, están pagando su café a 65 euros el kilo (cada cápsula, de 0,36 euros, contiene 5.5 gramos de café). Y los que se decantan por los cafés considerados edición limitada, lo están pagando a 83 euros el kilo (cada cápsula de 0,46 euros contiene 5.5 gramos de café).  En España, en 2009 se vendieron la friolera de 600.000 máquinas de café Nespresso, la marca líder del mercado, a partir de los 90 euros (a veces con descuentos o parte del dinero «devuelto» en cápsulas pueden encontrarse por a partir de 50 euros), por lo que podemos considerar que, actualmente, las cápsulas de café son de consumo masivo.

También es cierto que no todo el mundo compra las cápsulas originales, y algunos apuestan por marcas blancas como Bellarom, cuyo precio por kilo es de 32,7 euros (0,18 por cápsula de 5.5 gramos). Considerablemente menos, aunque siempre bajo la sospecha de la venta a pérdidas, pero aún bastante más de lo que nos costaría un buen café ecológico y/o de comercio justo.

A día de hoy no resulta complicado encontrar cafés ecológicos y de comercio justo a partir de los 10 euros y algo el kilo, como por ejemplo, el que comercializa Intermón Oxfam, cuyo paquete de 250 gramos nos cuesta 2,59 euros. El margen que nos da el impresionante precio del kilo de café en cápsula nos permitiría incluso darnos un gusto y regalarnos tazas de café ecológico gourmet, a unos 24 euros el kilo (11,6 euros el paquete de medio kilo molido), o este también de Intermón. Una cafetera expresso medianamente aceptable se puede encontrar desde los 80 euros, más o menos, siendo las de a partir de 100 euros las que ya dan un resultado francamente bueno. Solo a modo de pincelada, en 2013, un productor brasileño de café convencional vendía los 60 kilos a 106 dólares, o lo que es lo mismo, a 1,7 dólares el kilo, al cambio actual 1,50 euros el kilo.

Entonces, vamos a seguir echando cuentas, así a lo bruto. Imaginemos -obviamente para teorizar y hablar en las mismas condiciones- que una máquina de expresso y una de cápsulas duran 1.000 cafés. Por tanto, pongamos 10 céntimos de gasto de la máquina (de precio medio 100 euros), más pongamos otros 10 de agua y otros 10 de electricidad. 30 céntimos de «gastos externos». Una cápsula 36 céntimos, por tanto un café 66 céntimos. 
Con los mismo datos 10 céntimos de máquina, 10 de agua y 10 de electricidad, sumemos ahora el coste de 10 gramos de café molido, ya que las máquinas expresso suelen requerir algo más de cantidad, o sea 10 céntimos más (10 euros kilo). En total, 40 céntimos por café.

Vale, aceptamos que hemos hecho un poco de «trampa». Hemos comparado café de cápsula contra café molido. Cierto es que el café molido convencional puede ser más barato que el ecológico, aunque no siempre, y en muchos casos el precio es similar. Pero cuando leemos que se venden 600.000 cafeteras en un año,  y además, valoramos el comportamiento de nuestro entorno, llegamos a la conclusión de que, a día de hoy prácticamente están más extendidas las cápsulas que el café molido «suelto». Y, además, por puros principios de nuestro blog, aunque existen opciones de cápsulas con café ecológico (a precios prácticamente iguales, o incluso inferiores a las convencionales), no podemos promocionar un tipo de consumo que genera una cantidad inmensa de residuos innecesarios.

El argumento «de peso» de los usuarios de cápsulas es por un lado, la calidad del café, y el hecho de que sea más barato que en el bar. Cualquier café hecho en casa va a ser más barato que un bar, ya que te lo haces tú, no te lo hace otro que recibe un sueldo por ello, no hay costes de licencias, ni impuestos ni gastos implicados en el precio de un café de bar, aunque es cierto que es uno de los productos que más margen dejan a los hosteleros. Y también hay que decir que, en los lugares decentes, la calidad de la cafetera, su nivel de presión y la habilidad del camarero dan un café de una calidad que merece ser pagada. Claro, que hay lugares donde, llevados por un cierto postureo cobran los cafés a precio de oro, incluso a más euros por kilo que las cápsulas.

En resumen, que el café es uno de los productos en los que, víctimas de un excelente posicionamiento y un marketing para quitarse el sombrero, estamos pagando más caro sin ni siquiera plantearnos otra opción.  A 30 cafés por mes -y sin contar gastos externos-, con cápsulas nos gastamos 10,8 euros (gama baja de marca, 3 paquetes de 10 cápsulas), mientras que con café molido ecológico y de comercio justo nos gastamos 3,30 (10grx30 tazas=300 gramos, a 10 euros/kg =3.30 euros).

Con esos casi 6 euros que nos sobran, ya tenemos para pagar parte del «extra» de esas verduras ecológicas por las que no estamos dispuestos a pagar 6 veces más como, cómo hemos visto, hacemos con otros productos.

Los españoles, campeones en reducir el uso de materiales

En España estamos de enhorabuena. Encabezamos la clasificación de países que más han reducido su uso de materiales y que más han reducido sus residuos.

Según este artículo de Papel, el suplemento de El Mundo, España encabeza el ránking de los países europeos en los que más ha descendido el consumo de materiales. Y no es un dato puntual, afecta a toda la última década. ¿Crisis o conciencia?mercadillo-2-1238190-639x411

Seremos optimistas, y aunque, obviamente, la caída drástica de la capacidad adquisitiva de los hogares ha provocado un descenso del consumo, también es cierto que poco a poco está cuajando toda la una conciencia de la durabilidad de las cosas. Es decir, una conciencia de que (casi) todo se puede reparar y que (casi) todo tiene una segunda vida.

A veces el impulso para entrar en esta conciencia es económico. Ahí tenemos el éxito de aplicaciones como Wallapop, que han conseguido que todos saquemos unos durillos por aquellas cosas que ya no usamos y que hace apenas unos años, casi con total seguridad, hubieran acabado en la basura (y ni siquiera en un punto limpio). Tengo que reconocer que soy la primera que de un tiempo a esta parte, cuando necesito algo, primero echo un vistazo en Wallapop (o en Vibbo) por si alguien está vendiendo algo que pueda satisfacer mi necesidad sin tirar de productos nuevos.

No solo internet ha facilitado eso. Mucha gente que, por desgracia, ha tenido que ir a casas de empeños (de las clásicas o tipo CashConverters) para conseguir algo de dinero por objetos preciados ha descubierto que ahí también existe la posibilidad de comprar cosas necesarias de segunda mano por menos dinero.

Efectivamente, la crisis ha colaborado, porque la falta de dinero ha agudizado el ingenio, pero también nos ha despertado para darnos cuenta de que hay otra forma de consumir. Y toda una generación de personas de, más o menos, a partir de 20 años, ha vuelto a recuperar el gusto por la segunda mano, las habilidades manuales y el Hazlo tu Mismo, el Rastro y ha puesto en marcha iniciativas de reutilización de objetos. Y eso lo que nos hace pensar, que tras la crisis, algunos de los «buenos hábitos» a los que nos hemos visto obligados en épocas de vacas flacas han venido para quedarse.

La economía y el consumo colaborativos han pasado de tabla de salvación a hábito. Y eso una noticia estupenda para la sostenibilidad de nuestras ciudades. En Madrid, hay ejemplos en muchos barrios. Uno de ellos es la página de Facebook La Guindalera Reutiliza, en la que los vecinos del barrio cuelgan fotos de productos y materiales que ya no utilizan para que otros vecinos puedan usarlos. Hicimos la comprobación, y la verdad es que funciona perfectamente. Y qué cierto es que lo que a uno ya no le sirve, a otro le salva el plan.

Junto a esta reducción de consumo de materiales, viene ligada una reducción de generación de residuos. Si reaprovechamos, tiramos menos, y también en eso España está a la cabeza de Europa.

Además, este reaprovechamiento no tiene porque empobrecer a nuestra economía. Al contrario, personalmente creo que refuerza a la producción local, a menor escala, porque se revaloriza la calidad y la duración de los productos. Y eso acaba con la sobreproducción de cacharros inútiles. También recupera algunos oficios que estaban al borde de la desaparición, como todo lo relacionado con las reparaciones, zapateros, modistas, relojeros, etc. Incluso en una época de obsolescencia programada, consumir colaborativamente puede luchar contra el desgaste prematuro.

Pero tampoco seamos optimistas hasta la ingenuidad. Queda mucho por hacer. Hay sectores, como el de la moda, en el que esta tendencia no se tiene tan clara, y aún se sobre consume, arrastrados por los inputs publicitarios, las modas, las tendencias y el culto a la imagen. Pero se abren fisuras, por ejemplo, en el terreno de la ropa infantil, en la que ya son muchas las mamás que recurren a la compra colaborativa, a la segunda mano y a la reutilización.  Igual no triunfaremos en todos los frentes, pero si la tendencia se va incorporando a nuestro día a día, además de reutilizar y compartir, seguramente educaremos a nuestra mente en la toma de decisiones de compra responsables.

Cuando las grandes marcas hacen productos ecológicos

Hace unos días vi un cartel en la calle de una nueva marca de yogures ecológicos y lo primero que me sorprendió es que, tras el primer cartel, vi muchos más. Mupis, marquesinas, autobuses… Para alguien acostumbrado a que los productos ecológicos salgan de empresas más bien modestas -algo comprensible debido a la idiosincrasia propia de su fabricación-, este despliegue resultaba cuanto menos sospechoso. En el cartel, al menos a simple vista, no indicaba nada respecto de su relación con ninguna gran marca comercial. yogurt-healthy-snack-1513988-1280x960

Acto seguido, me fui a uno de esos supermercados donde siempre hay de todo y busqué el producto. «Las dos vacas», que es la marca a la que nos referimos, estaba situada en una zona de la góndola de lácteos algo distinta que el resto de ecológicos, lo cual ya generaba sospechillas. Cogí un pack y empecé a buscar dónde estaba fabricado o a quien pertenecía la marca. En un rincón y en pequeñito, salía el logo de Danone. En su página web, más de los mismo, obviando el fabricante hasta el footer. Que digo yo, que si haces una cosa con tan buena fe y tan positiva, lo suyo sería mostrar con orgullo la marca (que además, se entiende que tiene un prestigio entre los consumidores), no andarla escondiendo…

Después busqué más información por internet y comprobé que, efectivamente, es la nueva marca de la multinacional alimentaria. Según la empresa, han decidido lanzar el producto porque hay un 11% de clientes que dicen no poder encontrar yogures biológicos en el supermercado, y aseguran que con esta marca -y sus dos vacas con nombre- quieren hacer pedagogía sobre los productos ecológicos.

Greenwashing. Esa fue la primera cosa que me vino a la cabeza. En primer lugar, porque el precio de «las dos vacas», incluso en promoción de lanzamiento, es superior al de otras marcas puramente ecológicas, como Vrai. Creo recordar que el yogur natural, pack de cuatro salía por 2.29 en el supermercado donde lo encontré, mientras que un Vrai sale por más  o menos 1.70-1.80 el pack de cuatro y un Tante Helène por 2.05 euros, por comparar yogures con el mismo formato. Y los tres, sí digo bien, los tres, están fabricados en Francia. Así que ni por una cuestión de kilómetro cero convencería la apuesta de Danone. Porque luego por 3 euros, aproximadamente, se pueden adquirir yogures de gran formato (700 gramos) como los de la Granja La Sierra o de Crica, ambos de producción autóctona cántabra y vallisoletana, respectivamente. Con lo que lo de acercar a los consumidores un producto que no existía, francamente, navega. Están ofreciendo un producto del que existen ya bastantes marcas que van ubicándose en la gran distribución (Vrai se encuentra en varias grandes cadenas, así como Cantero de Letur o A Xanceda, y eso sin contar las marcas blancas), y a un precio más alto.

Digo greenwashing porque me cuesta dar el beneficio de la duda a las grandes marcas cuando apuestan por la ecología. Porque si pueden hacerlo con una marca, podrían hacerlo con todas y porque, después de tantos años practicando una ganadería de sobreexplotación industrial, hacer unos yogures ecológicos me parece muy poca aportación. Sí, obviamente tienen una política de RSC en la que hacen más cosas por el medioambiente y el desarrollo social, pero vamos al grano, vamos a valorar lo que vemos los consumidores en el día a día, y lo que, si somos serios, genera más impacto: el consumo cotidiano.
Ya lo dijimos en un post anterior, no es solo qué compramos sino cómo compramos, y aunque yo soy la primera que en ocasiones puntuales adquiero productos ecológicos de marca blanca, porque al final equilibrar las cuentas puede resultar complicado o porque no encuentro un producto igual o parecido de una empresa sostenible, no puedo evitar reclamar que si las grandes empresas quieren parte del pastel de las compras responsables, tienen que hacerlo desde prácticas responsables.

Pero de todo lo visto en la promoción de esta marca, lo que me ha dejado ojiplática es que la Sociedad Española de Agricultura Ecológica haya apoyado la iniciativa. En un momento en el que sector lechero español lo está pasando francamente mal, apoya a un producto que, sí es ecológico, pero está fabricado en Francia. No sé, se me hace, como poco, extraño.

Sin ánimo de querer parecer una aguafiestas, lo que tendría que ser a priori una buena noticia, es decir, que Danone lance un yogur ecológico o que La Sirena comercialice verdura congelada ecológica, o que Carrefour, Lidl, Alcampo o Aldi tengan líneas completas de productos ecológicos, me genera inquietud. Porque fabricar ecológico no debería solo ser una cuestión de respetar unos ciertos cánones y directrices, sino debería ser toda una filosofía de trabajo orientada a una producción medioambiental y socialmente sostenible. Y no sé hasta donde podremos sostener la incoherencia de que marcas que en otras líneas aplican técnicas sospechosas, creen líneas de negocio «buenistas» con enfoque ecológico… Eso sí, por si acaso, en el paquete que se vea poco quién es el auténtico fabricante.

 

Hoteles: Los reyes de los residuos evitables

De un tiempo a esta parte he tenido la oportunidad, por ocio y por negocio, de visitar muchos hoteles de la geografía peninsular. De cadenas y categorías diversas, pero principalmente de cuatro estrellas. Y si hay un denominador común -sobre todo a medida que aumentan las estrellas o el «nivel» de la cadena-  es el nivel absurdo de residuos y derroche a los que invitan los responsables de los hoteles.do-not-disturb-1417223-1599x2404

Vamos a hacer un repaso de ese absurdo dispendio y de qué podemos hacer los clientes concienciados para evitarlo.

  1. Los amenities. Es el objeto de deseo, sobre todo de aquellas personas que no suelen ir a hoteles. Los pequeños botecitos de gel, champú, body milk, jaboncitos, gorritos de baño, peines, cepillos de dientes y otras tontadas que nos ofrecen los hoteles para hacer nuestra estancia más cómoda. Es cierto que resulta más cómodo usar esas amenities que cargar con un neceser, pero ¿Es necesario que los hoteles las cambien cada vez que arreglan la habitación, y se lleven las que están mediadas?¿Es necesario poner minijaboncitos que nadie, pero nadie acaba, y que acaban en la basura, cuando podrían poner un dispensador de jabón líquido? Hay hoteles, que ya usan este sistema, el de los dispensadores automáticos, y me parece estupendo, la verdad. Y en todo caso, ¿qué nos cuesta llevar un pequeño neceser? Empresas como Muji ofrecen botellitas de tamaño mini que puedes rellenar en casa en cada viaje, y llevar tu propio champú o gel (que en el caso de las personas conciencias será biodegradable). Y, de verdad ¿para qué llevárselos? En casa no los usamos casi nunca, y al final son un montón de botecitos (cuyo producto suele ser bastante infecto) que se acumulan y acaban en la basura en la primera limpieza general.
  2. Las toallas. ¿De verdad es necesario cambiarlas cada día? Algunas cadenas ya ponen carteles en la habitación sugiriendo que los clientes usen varias veces las toallas,  pero otras, aunque tienen el cartel puesto y aunque tu sigas las instrucciones, cambian las toallas igualmente. No es necesario, es nuestro cuerpo, y supongo que a nadie le molestará secarse dos veces con la misma toalla. No son solo los cambios, es el sensacional derroche de toallas. Para una sola persona podemos llegar a encontrarnos, dos albornoces, dos toallas grandes de baño, dos pequeñas, dos de tocador y una toalla/alfombra para salir del baño. Totalmente desmesurado.
    La única manera en la que he conseguido usar dos veces las mismas toallas en este tipo de hoteles ha sido, o bien dejando una nota a la camarera de piso indicando específicamente que no las cambiara (y no siempre funciona) o bien escondiendo las usadas, y luego usándolas y dejando sin tocar las que habían puesto nuevas.
  3. Luces a destajo. ¿Por qué los hoteles suelen dejar las habitaciones con todas las luces encendidas? Cuando insertas la tarjeta en el interruptor, de repente es como una epifanía. ¿No sería suficiente con la luz del pasillo, y ya iremos encendiendo las que necesitemos? Además, por qué tantas lámparas y tantos juegos de luz, cuando, en general, basta con una general y una de mesilla de noche (o de mesilla de trabajo si la hay) y la del baño. No entro ya en la carencia generalizada de LEDs y el abuso de las feas, calurosas y derrochadoras halógenas.
    Por cierto, si abrieran esas pesadísimas cortinas antiluz durante el día, a muchas habitaciones se podría acceder sin siquiera usar el interruptor.
  4. ¿Una habitación o un horno? No consigo entender por qué la calefacción está puesta tan a muerte en los hoteles. Sobre todo, porque existe una regulación en cuanto a temperaturas que muy a menudo dudo que se cumpla. Y en segundo lugar, porque me resulta francamente tonto estar en un habitación, durmiendo en invierno, con la calefacción a tope, pero solo una sábana para taparse.  Hay hoteles que ponen una funda nórdica. Es verdad que ahí tendríamos que ver qué supone la limpieza de estos elementos y cuál de las dos vías  produce menos huella ecológica, pero soy de esas personas que piensa que si hace frío me tapo, no convierto la sala en una playa tropical.
    Si te encuentras en una de estas habitaciones, baja la temperatura del termostato, o mejor aún, pide una manta y duerme tapadito.
    ¡Ah! Y no olvidemos hacer un consumo responsable de agua. Eso viene de nuestra cuenta. No dejar grifos abiertos porque «no pagamos nosotros». Ojalá los hoteles empezaran a reciclar el agua usada para las cisternas, porque así dolería menos la tentación de pegarse un baño en la bañera (que, hombre, de vez en cuando y en ciudades que no tengan carestía de agua, tampoco es pecado), pero de momento, usemos los grifos como los usaríamos en casa, cerrando cada vez que no necesitemos el agua.
  5. Los televisores puñeteros. Por favor, señores hoteleros, por ecología y por molestar menos a los clientes, compren teles en las que se pueda apagar la lucecita del standby.
  6. La bendita moqueta. A día de hoy, existen muchos tipos de suelos laminados, de madera (mejor FSC), y sobre todo de bambú, que dan un excelente resultado visual y de comportamiento. Y además, son relativamente fáciles de limpiar. No acabo de entender por qué los hoteles se empeñan en seguir enmoquetando, con el inmenso gasto energético y de producto que representa limpiar la moqueta.
  7. Bolígrafos, caramelitos, bombones, papeles, y otros cachivaches innecesarios. No hacen falta, de verdad. Quiero dormir. Listo, si necesito algo lo pido en recepción. Y qué decir de las zapatillas de toalla, de fabricación china, de ínfima calidad y envueltas en plástico térmico. Es el ejemplo claro del derroche absoluto. Aquí es donde nuestra actitud es fundamental. Si pensamos que en un hotel tienen que tratarnos como marajás y darnos absurdos caprichos, poco evolucionaremos. Un hotel es un lugar para dormir y asearse, en las mejores condiciones posibles, y si estamos de vacaciones ya nos ahorramos limpiar, y podemos descansar con otro rollo, pero no entiendo a qué necesitamos tantas cosas superfluas para decir que un hotel está bien.
  8. El desayuno ¡ah, el desayuno! Yo soy de desayunar fuerte, muy fuerte, en casa y fuera. Y cuando voy a un hotel no cambio mis costumbres. Agradezco que existan los bufés de desayuno, y los uso con criterio, comiendo lo mismo que comería en casa, ahorrándome cocinarlo. Pero hay mucha gente que llega a un bufé como un toro a una cacharrería y llena el plato con los ojos. Hasta arriba. Y obviamente, al no estar acostumbrado a desayunar así, se deja la mitad. Lo bueno de bufé es que puedes ir tantas veces como quieras con tu platito, así que coge lo que realmente te vayas a comer. Y señores del hotel, hay cosas perecederas que saben que no se acaban. ¿Cuánto tardan en hacer unos huevos revueltos? Tres minutos que yo creo que el cliente esperará encantado para comerlos recién hechos. Y así no tendré que ver como se tiran bandejas enteras de huevos tras un desayuno con clientes frugales (y aplíquese al resto de cosas calientes perecederas). Os aseguro que he visto tirar bandejas enteras, sin que nadie las hubiera tocado. Y me duele en el alma.
    Por cierto, por ese mismo motivo, suele ser absurdamente caro. Si estás en una ciudad, es casi seguro que por mucho menos podrás desayunar estupendamente en la calle, y además, disfrutarás del pálpito de los ciudadanos y del despertar del día, y no estarás encerrado en un (probablemente) sótano impersonal e igual al de mil hoteles del mundo con gente con caras de sueño y aspecto amarillento.
  9. El todo-incluido. En línea con el desayuno, pasa algo semejante con el todo-incluido. Tengo que reconocer que en este caso hablo de oídas, porque no lo he usado nunca (y no creo que lo use). Pero quien ha pasado una temporadita en la Riviera Maya o similares, no duda en jactarse de decir que «con la pulserita», en cuanto se calentaba la cerveza se pedía otra. O que pedía un cóctel y si no le gustaba, lo dejaba entero y pedía otro. Total, está todo incluido y no pagas más. Poco importa que tu capricho genere derroche y residuos ¿verdad? Echa cuentas, si de verdad haces un consumo responsable ¿sale rentable el todo incluido? Seguramente no, que los hoteles no son tontos.
  10. El minibar. En resumen, no sirve para nada. Hay cosas que jamás comprarías tú si necesitaras tomar un piscolabis, y además tienen precios absolutamente exorbitantes.  No tiene ningún sentido tener una nevera gastando electricidad en cada habitación, cuando cuesta lo mismo una botella de agua en el minibar que en el servicio de habitaciones (o a veces más).  Llamas al room service que te la traigan y listo. Se ahorrarían, además, tirar productos que estoy convencida de que se caducan, porque la gente, en general, no está dispuesta a pagar 5 euros por un snack que en cualquier parte vale 1. Y no entro a hablar de los hoteles que no se fían de ti y dejan el minibar vacío (pero con la nevera funcionando).

Estoy segura que si los hoteles dejaran de querer comprarnos con mimos innecesarios ( y nosotros dejáramos de vendernos por tan bajo precio), no solo tendríamos hoteles más respetuosos, sino que incluso podrían ser asequibles a más bolsillos.
Es cierto que hay cadenas que están empezando a tomar medidas (en algunos casos solo lo hace una de las marcas de la cadena, pero no todas, con lo que huele a greenwashing a la legua), pero, como siempre decimos en SyS, los consumidores somos los primeros que tenemos que imponer nuestras reglas. Después, si quieren que consumamos su producto, se tendrán que adaptar a nosotros.