La sostenibilidad, el pequeño gran olvido de los grandes eventos

Hace unos días tuve la oportunidad de partbaseball-park-fans-1033829-micipar, desde dentro,  en un gran evento deportivo que se llevó a cabo en diversas sedes de todo el territorio español. Y si una cosa me llamó la atención es el poco enfoque sostenible que se da en este tipo de grandes celebraciones en las que, quitémonos las caretas, tras una excusa deportiva se buscan objetivos básicamente comerciales.

Partamos de esa premisa, totalmente respetable, a la hora de analizar la falta de interés en la sostenibilidad de los grandes eventos (deportivos, comerciales, nacionales, etc.) ¿Por qué reducir residuos, evitar la sobre producción, usar materiales reciclables, etc., no es aún un pilar básico a la hora de diseñar la celebración? ¿En serio que no sobre producir o no derrochar comida pueden generar un impacto negativo comercialmente hablando?

Ni los festivales de rock, ni las bodas reales, ni las celebraciones nacionales y ni siquiera los Juegos Olímpicos de Sydney, que en su momento fueron considerados unos juegos «verdes» por el enfoque que se hizo de la organización, se escaparon de cometer atropellos medioambientales y sociales. Y se siguen repitiendo a día de hoy, llevados por una especie de «obligaciones» impuestas por años de una tradición de celebración de eventos marcados por el dispendio, y dicho de forma coloquial, el marcar paquete.

Desde S&S proponemos unas cuantas medidas sencillas que permitirían reducir considerablemente la huella de los grandes eventos, pero que, sobre todo, emitirían un mensaje a la sociedad a través de algunas de las manifestaciones sociales más atractivas para los ciudadanos. Pero ante todo, y antes que tomar medidas «estéticas» como pueden llegar a ser las que proponemos, lo fundamental es partir de un enfoque del evento que tenga como objetivo estratégico el causar el menor impacto social y medioambiental.

  • Coches oficiales eléctricos o híbridos, y recálculo de la cantidad de vehículos necesarios basándose en las premisas del carsharing.
  • Transporte de atletas en autobuses GNC, o en autobuses urbanos de hidrógeno.
  • Construcción y uso de instalaciones polivalentes, realizadas con criterios de sostenibilidad y ahorro energético, que puedan reutilizarse y no quedarse como feos mamotretos fantasma en las ciudades.
  • Reutilización de instalaciones ya existentes.
  • Reducción drástica de la producción de material de merchandising oficial, enfoque del mismo a la utilidad (que permita su uso y reutilización posterior) y que esté fabricado en empresas que garanticen las condiciones laborales de los trabajadores. Donación de los sobrantes a entidades que puedan sacarles provecho lúdico o didáctico.
  • Reducción drástica de material publicitario, y en todo caso, selección de formatos que permitan ser reutilizados/donados durante y tras el evento.
  • Uniformes y otras equipaciones realizados en tejidos sostenibles (lyocell, modal, polyester reciclado, algodón orgánico, etc.) y diseñados de manera que puedan ser reutilizados  tras el evento.
  • Caterings sin envases ni envoltorios, cocinados con productos ecológicos y Km. 0.
  • Supresión de buffets libres y bebidas y snacks de cortesía que solo conducen a un consumo irresponsable y compulsivo bajo la premisa de que es gratis.
  • Uso de vasos y recipientes reutilizables en los servicios de hostelería vinculados al público del evento.
  • Reutilización de toallas, sábanas y otros enseres y garantía de fabricación sostenible de los mismos.
  • Reciclaje de residuos tanto de los generados por el público como por la misma organización. Exposición pública del reciclaje y los resultados de reutilización.
  • Instalación de LED en todas aquellos elementos que lo permitan, apagado generalizado de luces en horas sin evento y rechazo frontal a elementos decorativos luminosos.
  • Reducción drástica del volumen de música, megafonía, etc.
  • Reducción drástica del uso de papel. Uso  exclusivo y controlado de papel y material reciclado y madera FSC en construcciones, material de oficina, papel higiénico…
  • Sustitución de los productos de limpieza químicos por otros biodegradables con tensioactivos reducidos.
  • Reducción drástica de uso de plásticos y recuperación de elementos.
  • Reutilización de materiales de otros eventos (por ejemplo, las banderas, el material deportivo de uso competitivo, etc.).
  • Evitar la movilización de público y organización a parajes naturales de equilibrio delicado, y asegurarse que sea donde sea que se celebre el evento, como dirían los Boy Scouts, «el lugar quede mejor de como lo encontramos».
  • Emisión de mensajes de concienciación al público en cuestiones como reducción de gasto energético,  reciclaje, etc.
  • Reducción de consumos de agua y electricidad, así como supresión del uso de climatización con amplia emisión de gases.
  • Contrataciones laborales justas en toda la cadena productiva y organizativa del evento, y gestión de voluntariado responsable.
  • Consulta ciudadana sobre la idoneidad de realizar el evento (si se trata de un evento que modifique la cotidianeidad) y recogida de ideas y soluciones.
  • Colaboración con los agentes sociales y las asociaciones locales para implicar a la ciudad y ampliar el eco y participación del evento.
  • Cálculo de la huella de carbono del evento y compensación inmediata en la(s) localidad(es) en las que se realice.
  • Emisión de una Memoria de Sostenibilidad transparente del evento con pautas de mejora para futuras ediciones.

Seguramente todas estas medidas encarecerán el evento, porque muchas de ellas implican un mayor desembolso, pero una vez más, si tenemos la sostenibilidad como eje organizativo de nuestro evento comprobaremos que no resulta difícil reequilibrar el presupuesto si, a cambio de mejorar nuestro desempeño en sostenibilidad, reducimos las ingentes cantidades de dinero que se gastan en cuestiones puramente estéticas y que no son más que rémoras que arrastramos de las costumbres establecidas sobre organización de eventos. Y si no preguntémonos… ¿quién a día de hoy quiere una pegatina de un evento o marca? ¿Quien se lee un flyer? ¿Quien se pone de forma habitual en casa o en la calle una camiseta publicitaria?

 

PD de la autora: Todas estas medidas que hemos comentado para grandes eventos pueden (y deberían) aplicarse a cualquier evento de cualquier tamaño, desde una celebración empresarial, hasta un bautizo o una boda. Fijaos bien en la cantidad de comida que desperdiciamos en nuestras celebraciones familiares o el mal uso del papel y los regalitos «de recuerdo» que hacemos y nos daremos cuenta de cómo nosotros también estamos contribuyendo a mantener unas costumbres sin sentido que nos conducen a un comportamiento irresponsable en cuanto a sostenibilidad.

Un mapa para escapar del laberinto del consumo tradicional

Por más que nos empeñemos, a día de hoy aún resulta muy difícil realizar el 100 % de las compras basándose exclusivamente en criterios de sostenibilidad. No por falta de ganas, sino por cuestiones tanto de oferta, como de disponibilidad económica.

En el mercado español hay productos que, simplemente, no tienen una versión totalmente sostenible, ecológica o responsable disponible, por lo que es bueno saber  (y premiar con nuestro consumo) a aquellas marcas que más esfuerzos hacen por fabricar un producto con estándares de sostenibilidad superiores a la media.

¿Cómo discernir el grano de la paja? Greenpeace, por ejemplo, publica periódicamente su guía roja y verde, que nos permite conocer qué marcas usan OMG (transgénicos) en sus productos.

También algunas organizaciones de consumidores como organizaciones de promoción del comercio justo, como SETEM o Ideas, suelen incluir pequeñas guías o recomendaciones respecto de la compra de productos, en especial en sectores sensibles como el textil o las finanzas.  Pero cuesta encontrar un lugar en el que tener más o menos ordenadas y evaluadas a las marcas según su impacto, desde un punto de vista transversal.

ethos2Buscar ese análisis desde las diversas vertientes de la sostenibilidad es a lo que se dedica desde hace 25 años Ethical Consumer, una organización de consumidores británica que ofrece diversas herramientas para facilitar la decisión de compra responsable, eso sí, en inglés.

Entre sus herramientas abiertas a no socios más prácticas están sus guías de productos, en las que analizan aspectos como el trato a los animales, el origen de las materias primas, las implicaciones políticas y medioambientales, los derechos laborales, etc., de las principales marcas del mercado británico. Aunque muchas de las marcas analizadas no están a nuestro alcance en España, sí que coinciden muchas de los grandes sellos multinacionales, por lo que estas guías también pueden resultar útiles a la hora de plantearnos nuestra compra.  Para los que conozcan revistas como Compra Maestra de la OCU, Ethical Consumer vendría a ser una propuesta similar, pero cuyas recomendaciones y listas se basan en «algo más» que el precio, la porción o las características técnicas/organolépticas. Y también tienen su propia revista para asociados (aquí podéis consultar un ejemplar de muestra).

En la versión online de estas guías, además, nos permiten seleccionar a qué aspectos queremos dar más importancia, y automáticamente reorganiza las listas en base a nuestras opciones. Por ejemplo, ante la compra de un electrodoméstico podemos seleccionarlo en base al análisis conjunto de los aspectos medio ambiente, trato de los animales, trato de las personas, implicaciones políticas y sostenibilidad del producto, o por ejemplo, podemos modificar la importancia, pongamos por caso, de la sostenibilidad y el medio ambiente, y automáticamente, la lista se reordena recolocando aquellas marcas más concienciadas en este aspecto en primer lugar y recalculando sus puntuaciones.

Cada uno de los listados, además, incluye una explicación de las implicaciones de los diversos aspectos en relación con el sector en concreto, ya que no tiene el mismo impacto, por ejemplo, en el trato de los animales, la fabricación de una cocina que la de una crema hidratante. También incluyen consejos de uso para optimizar la utilización responsable de cada uno de los productos analizados.

Otra herramienta interesante, es el rating de grandes empresas, en las que podemos buscar el nombre de una marca,  producto o compañía y nos explican cuál es su comportamiento en los aspectos de análisis antes mencionados, vemos su calificación numérica (x sobre 20), además de poder consultar enlaces a los informes en el que los productos de esa compañía tienen algún protagonismo.

Ethical Consumer además promociona campañas de sensibilización y es plataforma de boycot a marcas/productos poco responsables. Incluye un apartado de consultoría para empresas interesadas en mejorar su desempeño ético.

Además de todas estas guías y herramientas gratuitas, puedes suscribirte a Ethical Consumer por unos 38 euros al año (29,95 libras), que permite una acceso completo a toda la información disponible, la posibilidad de personalizarla y los seis números de la revista.

Según afirman en su web, Ethical Consumer se financia con las aportaciones de los socios, los servicios de consultoría a empresas y las inserciones publicitarias en su revista, en la que solo pueden anunciarse empresas contrastadamente responsables.

Nos consideramos éticos, consumimos sin escrúpulos

ethical consumerism consumo ético y responsable

ethical consumerism consumo ético y responsable¿Por qué miles de personas salen a manifestarse a favor de los agricultores españoles pero todo el mundo compra naranjas marroquíes o argentinas? ¿Por qué en las asambleas del 15-M se criticaba el sistema financiero pero casi ninguno de los asambleístas tenía su dinero en la Banca Ética? ¿Por qué nos llevamos las manos a la cabeza cuando sabemos de un incendio en una fábrica de ropa en Bangladesh o se libera a ciudadanos chinos explotados en talleres textiles, pero seguimos comprando en las grandes cadenas que producen en esos lugares? ¿Que nos lleva a dar lecciones con nuestra opinión y a suspender el examen con nuestro comportamiento?

Actualmente diversas universidades de todo el mundo estudian precisamente este fenómeno. Somos más éticos «de boquilla», pero no actuamos en consecuencia. Sabemos lo que es políticamente correcto opinar, y en muchos casos coincidimos con esa opinión de forma expresa, no solo por convención, pero a la hora de actuar «algo» nos frena. Cuando se nos pregunta sobre nuestras convicciones, coincidimos en considerar intolerable la explotación infantil o la explotación de trabajadores, mostramos preocupación por la contaminación o el medioambiente, nos concierne la durabilidad y calidad de los productos, el crecimiento de la economía local… Pero a la hora de coger el cesto de la compra no nos informamos de si lo que compramos cumple con esas convicciones y simplemente, nos dejamos llevar por otras circunstancias.

El tema de este post surgió de una conversación con nuestros amigos de Biocottoniers, que reconocían que, si bien se detecta más interés en la moda ética, cuesta venderla, aunque los precios sean más o menos competitivos. Clientes potenciales por su discurso no acaban finalmente comprando la ropa que sería coherente con sus convicciones.

¿Dónde está la fractura? ¿Qué nos frena? Comienza a haber estudios sobre el perfil de los comportamientos de consumo, como el publicado en el Journal of Business Ethics y conducido por Oliver M. Freestone y Peter J. McGoldrick , Motivations of the Ethical Consumer, que estudia las convicciones y las motivaciones negativas y positivas que se producen en el proceso que va desde el convencimiento «mental» hasta la compra efectiva. Aunque lo hemos leído bastante en diagonal (la falta de conocimientos y de tiempo no nos permite hacer un análisis más profundo) , sí que hemos podido observar algunas datos sobre qué elementos son los que más contribuyen a no completar el proceso. Entre ellos destacan que el hecho de tener que discernir qué productos son éticos hace menos cómoda la compra, o incluso que el acto de ir de compras es  menos divertido si se tienen que tener en cuenta variables como el país de producción, el material que se usa, etc.

Hay otros elementos más sociales, como la creencia de que intentar presionar a las grandes empresas para que tengan en cuenta estos elementos no conduce a ninguna parte, que sería una molestia tener que preocuparse de esas cosas cuando estamos comprando, o que nuestro entorno puede pensar que somos poco modernos por pensar en estas cosas. Tampoco parece tener demasiada aceptación un escenario en el que se limitara o prohibiera la comercialización de productos que no tuvieran en cuenta cuestiones como el comercio justo, la sostenibilidad, la dignidad laboral, etc.

Ethical intentions, unethical shopping baskets, de Carrington, Neville y Whitwell, de la Universidad de Melbourne, apunta a una serie de condicionantes, entre ellos el contexto situacional que incluye elementos como el entorno físico, el entorno social, la perspectiva temporal, la definición de tareas o situaciones del momento (como el estado de ánimo o la presencia o ausencia de capacidad económica).

Estos estudios se enfocan en definir los comportamientos con la intención de abrir el camino hacia nuevos trabajos que pueda identificar las causas exactas, donde se rompe la cadena. En el de Freestone y McGoldrick ya se apunta que se puede hablar de un punto crítico en el que las motivaciones positivas superan a las negativas, pero ¿cómo lograr llegar a ese punto cuando los condicionantes exteriores se antojan tan poderosos, según Carrington, Neville y Withwell?

En este punto, en Sentido y Sostenibilidad somos del parecer que hay varios factores a tener en cuenta. Por un lado, ser autocríticos.  Poniéndonos del lado del consumidor no ético, la industria ética y el consumo responsable aún arrastra vicios de un pasado en el que el público objetivo de estos bienes estaba enmarcado en una forma de pensar, actuar y vivir muy concreta y, en cierto modo, aislada del resto de la sociedad en tanto en cuanto despreciaba los comportamientos de la misma.

O lo que es lo mismo, aún a día de hoy hay demasiada ropa de comercio justo o ropa ética con aspecto «etniquero» o que desprende aroma a hippy, aún hay mucho bio vinculado a vegetarianismo y veganismo, y no se ha hecho, probablemente por falta de recursos, buenas campañas de marketing para desvincular estas cuestiones de viejos estereotipos (quien más y quien menos, al revelar que consume alimentos ecológicos o compra algodón orgánico acaba con el sambenito de vegetariano). Parte del trabajo que tenemos que hacer industria y consumidores es romper con esos clichés y contribuir a la normalización del uso de este tipo de productos.

Hay también un elemento educativo que está totalmente descuidado. En ningún momento de nuestro desarrollo personal (desde la infancia en adelante) se nos conciencia seriamente de algo tan simple como leer una etiqueta. Esto va vinculado, en el caso de España, pero también en otros países, a una carencia de promoción de la creación de opinión crítica entre los escolares. Eso se trasluce en cuestiones como el desinterés por la información o la política en muchos de nuestros jóvenes, pero también en cosas tan mundanas como el enfoque crítico a la hora de comprar. Ahí se muestra bien el gap entre intención y comportamiento, porque si bien se emiten mensajes que indican que la explotación infantil está mal o que los pesticidas contaminan el agua,  a la vez no se fomenta que se haga una interpretación crítica del momento de compra de, por ejemplo, unas zapatillas deportivas de marca, porque no se enseña a descifrar la información más allá de la campaña publicitaria.

De ahí se desprende también una selección de prioridades que, dados estos ‘contextos situacionales’ lleven al consumidor a poner por delante cuestiones como la proximidad, la comodidad o el precio por delante de otros como la justicia en la producción, la durabilidad o el reciclaje/biodegradabilidad, etc. No se nos malentienda. Obviamente, en una situación económica apretada hay retos de la sostenibilidad que es prácticamente imposible afrontar, pero hay otros que claman al cielo. Por ejemplo, comprar camisetas de 3-10 euros, comprar muchas y cambiarlas cada año, en lugar de optar por una sola, de 40 euros que tenga una mayor duración. O comprar leche a 50 céntimos, sin tener en cuenta ni la producción, ni la procedencia ni las condiciones del ganadero y llevar en el bolsillo un móvil de 600 euros. El factor económico puede influir, pero no es para nada definitivo.

Quizás lo más grave de todo esto es que una parte de las personas que verbalmente militan por cuestiones como la justicia social, laboral, etc., de ninguna manera estarían dispuestas a renunciar a algunas de, las llamémosle comodidades, que nos ofrece la vida actual en los países desarrollados. Que sigue habiendo gestos, como por ejemplo, cambiar de banco, que mucha gente que se lamenta del sistema financiero no hará porque el cajero de su banco le pilla más cerca de casa o porque le van a regalar una tablet o una vajilla (que, por otra parte, obviamente pagará). Y que, en realidad, no les supondría ningún coste y probablemente, mucha menos molestia de la que creen. Que aún hay mucha gente que apela a que consumir biológico es más caro sin haberlo comprobado, y que mientras nosotros compramos calcetines por 5.95€, ellos los comprarán por 6€ (o más, y por poner un ejemplo simple) por el simple hecho de no haberse tomado la molestia de moverse para encontrar un producto adaptado sus posibilidades económicas y para intentar ser coherentes con sus actos (aunque no lleven el último grito en calcetines que, por otro lado, estarán pasados de moda al mes siguiente).

Y por supuesto, es fundamental que las administraciones se tomen más en serio estas cuestiones y no las vean como una especie de «obligación» ligada a mantener el status de país desarrollado. No es una cuestión de chapa y pintura, sino una reparación que debe hacerse a fondo y desde el convencimiento, facilitando la comercialización, reduciendo las cargas impositivas proporcionalmente a la reducción del impacto en la degradación del entorno y de la mejora de la salud que supone este tipo de industria, promocionando su uso y siendo mucho más estricto en el control de procedencia de los productos comercializados, exigiendo etiquetajes completos, claros y transparentes, y persiguiendo la entrada de productos incontrolados procedentes de países que no respetan ningún tipo de normativa laboral, sanitaria o medioambiental.

Después de este chorreo, también cabe reconocer que la cosa ya no es negra negra, que poco a poco el gris va ganando terreno. Según el informe Ethical Consumer Markets de 2012, 9 de cada 10 británicos reconoce el sello Fairtrade, que cataloga a los productos procedentes del comercio justo y el 50% de los huevos que se venden en el Reino Unido proceden de gallinas no enjauladas (camperas/ecológicas). El informe también revela que se incrementa el consumo de comercio justo, de micro producción energética propia y la compra en comercio local y de proximidad. Muy poco a poco, el bichito de la sensibilidad por un consumo responsable se va inoculando en la sangre de los consumidores británicos, y confiemos, que en los del resto de países europeos, haciendo de nuestro continente una punta lanza y un ejemplo de desarrollo sostenible. Al fin y al cabo, hemos sido en buena medida culpables de la degradación.

¿Me gasto 100 euros en unos vaqueros?

página web nudiejeans.com

página web nudiejeans.comVivimos en la era de las camisetas a 1,99€ y de los pantalones de 12,99€. Entramos en las tiendas de las grandes cadenas y vemos cantidades industriales de ropa a precios muy asequibles, y de hecho, algunas de las grandes marcas ya han activado segundas líneas low cost para todos los bolsillos. Lo llaman la democratización de la moda. Nosotros lo llamamos derroche.

Derrochar, malgastar, consumir irresponsablemente. ¿Realmente tiene algún sentido comprar tanta ropa solo porque es barata? ¿Cambiar cada año de bolso, de vaqueros, de camisetas, de zapatos, aunque los del año anterior estén aún en condiciones? ¿Cuánto duran esas camisetas de 1,99€ ?
Seguro que todas vuestras madres aún tienen vestidos, chaquetas, pantalones, de los 70 y de los 80 en buen estado. En cambio ¿cuántos de vuestros vaqueros de hace dos o tres años están aún en condiciones de llevarse sin enseñar partes pudendas?

La «democratización de la moda» nos ha llevado a un consumo descontrolado de prendas que, o bien no llegamos a usar hasta el final o bien se estropean en un par de puestas. Materiales de mala calidad, patrones demasiado «temporales», y sobre todo, no hay que olvidar preguntarse cuánto debe cobrar el señor/la señora/el niño que ha hecho esa prenda que tu compras por 1.99€, y cuyo precio, incluye la promoción de la marca, el transporte, otros costes logísticos, las materias primas y esa preciosa bolsa con cuerdecitas que te dan.

En este marasmo de ropa y más ropa que aparece y desaparece de los escaparates en un sinsentido de tendencias, nos hemos encontrado con una iniciativa que nos ha encantado.  Se trata del Repair Kit de la marca de vaqueros fabricados con material orgánico y con procesos de fabricación responsables, Nudie Jeans.
La marca, que produce vaqueros y complementos para hombres, dedica un apartado completo de su página web a mostrar cómo reciclar y reparar sus vaqueros y sus productos, de manera que un simple enganchón no convierta a sus pantalones o camisetas en simple basura.

De acuerdo, sus vaqueros cuestan un media de 100 euros, pero, ¿has intentado alguna vez calcular cuantos euros te gastas en camisetas de 1,99€ y vaqueros de 12,99€? Probablemente, salga mucho más a cuenta hacer una buena inversión en un par de vaqueros «de confianza», hechos con responsabilidad y buenos materiales, y que además, puedes reparar cuando quieras con solo un poco de pericia.

Antes de salir de compras, piénsalo dos veces. ¿Necesitas todas esas camisetas y vaqueros? ¿Te los vas a poner? Entendemos que no todo el mundo está en disposición de comprar ropa a 100 o más euros (aunque a veces un simple cálculo de lo que nos gastamos low cost reporta muchas sorpresas), pero tenemos maneras no solo de comprar ropa «reparable», como esta de Nudie, sino también de comprar la ropa con un poco de responsabilidad.

Es tan sencillo como ir a los outlets y las tiendas vintage, de manera que reutilizamos ropa que ya ha sido rechazada por los grandes circuitos comerciales [cuidado con las marcas low cost que venden en algunos outlets y que en realidad no es ropa descatalogada, sino ropa fabricada ex profeso para el outlet] o bien revisar en las etiquetas dónde están fabricadas las prendas que compramos, priorizando siempre España y los países europeos. Y avisamos, no será fácil, en ocasiones, poder elegir qué comprar, pero al menos sabremos que está hecho con un poquito de sentido y sostenibilidad.

Y si, al intentar comprar ropa hecha en España o en Europa os dais cuenta de lo difícil que resulta y se os despierta un cierto malestar, os recomendamos que os informéis sobre la campaña Ropa Limpia que desde hace años lleva a cabo SETEM