La Tierra bien vale unas risas (No viajo en avión, y tú no deberías)

Habitualmente tengo que viajar por España. Generalmente son viajes

Mi amigo el TrenHotel foto: www.sextraestrella.com (gracias)
Mi amigo el TrenHotel foto: http://www.sextraestrella.com (gracias)

cortos, incluso de ida y vuelta en el día, y no siempre a distancias cortas. Y tengo una costumbre que genera no pocas risas por debajo de la nariz de algunos de mis amigos: procuro viajar siempre en tren.

Reconozco que no es una cuestión puramente de conciencia ambiental, hay un ingrediente de respeto, de miedo y de que no acabo de ver claro el tema «cielo lleno de máquinas»; sin embargo, creo que cada día más, el peso que tiene en mi decisión el hecho de que resulta infinitamente más sostenible viajar en tren, es mayor.

De hecho, el otro día, y tras otra sesión de risitas respecto de mi miedo a volar y mi preferencia por viajar en tren, fui a echar un vistazo a una calculadora de emisiones de CO2 por viajero para darles un argumento contundente respecto de mi decisión y las emisiones que esta comportaba. ¿Cuál sería el resultado si dos personas hiciéramos un mismo viaje optando yo por el tren (Trenhotel, 9 horas nocturnas por trayecto [ese largo tiempo de viaje aún provocaba más risas] durmiendo plácidamente) y la otra persona por el avión (ida y vuelta en el avión, una hora y poco en vuelo, más dos horas de embarques, y otra de traslados al centro de las ciudades)? En primer lugar el precio sería prácticamente el mismo, con diferencias de menos de 10 euros.

Según la calculadora de CO2 de Arboliza.es:
Tren — 600 km — 9 horas ida— 9 horas vuelta (nocturnas) : 13,8 kg de CO2 en el ambiente.
Avión– 600 km– 3,5 horas ida— 3,5 horas vuelta (diurnas): 272 kg de CO2 en el ambiente.

Podría decir la típica frase de ‘¿quién ríe ahora?’, pero, desgraciadamente, de momento hay poca gente a la que estas cifras impactan realmente. Viajar en avión contamina la atmósfera 20 veces más, pero el tiempo que tardo viajando en él no es veinte veces menor que el tiempo que tardo en el tren más lento del que se puede disponer en España. Es más, tratándose de un Trenhotel, no hago más que aprovechar las horas nocturnas para desplazarme, lo que me permite disfrutar del día entero en mi destino.

Hagamos lo mismo pero con un tren de alta velocidad, en lugar de con un Trenhotel, que, cómo decíamos, es el tren más lento de larga distancia de los que disponemos en España. Calculemos un trayecto Madrid-Barcelona, de ida, por ejemplo, que también son unos 600 km. El avión emitiría 136 kg de CO2 por trayecto, y el AVE 7,4 kg. Algo más que el Trenhotel, pero, de nuevo, infinitamente menos que el avión. Y en este caso, los tiempos de trayecto son prácticamente iguales.  No sé si hacen falta más demostraciones.

Si miramos el mismo trayecto (600 km) en coche, veremos que con un gasolina se emitirían 84 kilos y con un diésel 96. Mejores resultados que el avión, está claro. Pero imbatibles ante el tren.

No entraré ya en otras cuestiones, como el placer que supone viajar en tren, poder caminar por el convoy, ir a la cafetería y tomarte algo, ver el paisaje, ver una película (a veces, buena y todo), trabajar con el ordenador, o en mi caso, dormir en movimiento que es algo que me encanta.

Si lo enfocamos desde un prisma puramente ecoconciente, viajar en tren reduce las emisiones de CO2 y a día de hoy, con los servicios de AVE que hay en España y otros países, y a falta de urgencias, bien vale perder un par de horas más (o dedicar horas no laborables) en un viaje que va a reducir de forma tan drástica nuestra huella.

No decimos que no se viaje en avión. Está claro que, por ejemplo, ir a Argentina en barco son meses de viaje (aunque probablemente implicara la mitad de gasto de CO2 que en avión). Pero viene siendo hora de que nos planteemos usar el avión, y cualquier otro medio de transporte altamente emisor solo cuando no tengamos más remedio.

Para que esto no suene a diatriba contra el avión de una miedica (y reconozco que lo soy), cabe recordar que, por ejemplo, y siempre según Arboliza.es , hacer un recorrido de unos 20 kilómetros -que es lo que hay de mi casa al trabajo- diariamente (dos trayectos), emite medio kilo de CO2 si lo hago en metro/cercanías y más de 5,5 kilos si lo hago en coche. Pensad en esas emisiones al cabo de un mes:
Metro/Cercanías  0.5 kg x 24 días laborales = 12 kilos de CO2 al mes
Coche gasolina   5,6 kg x 24 días laborales = 134.4 kilos de CO2 al mes

Para verlo más gráficamente: Si un árbol grande y vigoroso fija unos 90 kg de CO2 al año, las emisiones mensuales de un trayecto diario al trabajo en coche precisarían de 18 arboles grandes, filtrando a tope. Un viaje en Cercanías, solo 2 (90 kg al año son 7,5 kilos al mes, en un calculo grosso modo y reconozco que es un poco patatero). El viaje en avión de 600 kilómetros necesitaría 1133 árboles vigorosos trabajando a tope durante un día. 1133 árboles por cada pasajero. Unos 70.000 árboles si contamos que en un avión normalito viajen 60 personas. Casi tres veces Central Park. O la misma cantidad de árboles que se deforestan diariamente en Paraguay.

En resumen, que me encanta que mis colegas se rían de mí por debajo de la nariz cuando decido hacer cualquier viaje, por largo que sea, en tren. Me encanta que se lleven las manos a la cabeza si les digo que prefiero ir de Madrid a París sobre raíles, aunque me cueste 10 horas largas y cambiar de tren en Hendaya. Que prefiero sentarme cómodamente a mirar el paisaje en un Alvia, a estar corriendo por interminables pasillos y arcos detectores en un aeropuerto lejos del centro. Que prefiero dormir en mi literita 9 horas a desgastar casi 700 campos de fútbol de árboles, usando esa comparativa de medidas un poco chusquera, pero tan típica de la prensa, de un campo= una hectárea.

Se ríen, pero algún día conseguiré que también se paren a pensar cuál es su papel en la destrucción de la atmósfera. Y qué sencillo sería dividir por 20 su huella. Solo tendrían que dejarse de reír, y probar el placer del tren.

¿Cómo ser sostenible con un presupuesto en crisis? (I)

Help the EarthHay quien pone como excusa el alto precio de los productos ecológicos para no asumir gestos sostenibles en su día a día. Es cierto que la compra bio resulta más cara  -aunque tiene otros beneficios que, puestos en la balanza, equilibran bastante el coste- pero es que tener un estilo de vida sostenible no se reduce a comprar bio. De hecho, solo comprando bio nuestra aportación real a reducir nuestra huella ecológica y acabar con las desigualdades laborales y sociales es relativamente pequeña.

¿Qué puedo hacer sin gastar demasiado dinero y que sea beneficioso para el entorno? Muchas cosas, que no solo revertirán en nuestro medioambiente y en la vida de los que no rodean, sino que, en muchos casos, nos permitirán ahorrar unos cuantos eurillos… Mira, igual los podemos dedicar a comprar alguna cosita bio de vez en cuando

En este post y otros que vendrán iremos añadiendo nuevos pequeños gestos que nos permitirán, sin coste, y poco a poco, cambiar nuestras costumbres.

En casa:
– Cambia progresivamente tus bombillas a las de bajo consumo o a las LED.  Sube las persianas y deja entrar la luz natural, intenta no encender la artificial hasta entrada la tarde.
-Apaga siempre todos los electrodomésticos después de su uso, no dejes la tele o el DVD en stand by, si tienes vitro, apaga un rato antes de acabar la cocción para aprovechar el calor acumulado.
-Asegúrate que tus ventanas y puertas exteriores están bien aisladas. Puedes mejorar el aislamiento con cintas aislantes o bien colocando toallas o mantas en invierno en los resquicios para evitar que se cuele el frío. De esta forma, podrás tardar más en tener que activar calefactores y estufas, y el calor que estas generen se mantendrá por más tiempo en tus habitaciones.
-Cómprate una buena chaqueta de lana, un buen jersey o calentadores, y con eso y una mantita, puedes pasar la tarde en el sofá sin pasar frío y sin usar calefactores.
-En verano, abre puertas y ventanas, viste ropa ligera por casa, y usa abanicos y otros sistemas para ahorrar en aire acondicionado.
– Regula la temperatura de la nevera según las necesidades reales de tus alimentos. En invierno no es necesario que esté a toda potencia, por ejemplo.
-Procura no tener la nevera totalmente vacía. Si llega fin de mes y queda poca cosa, rellena con botellas de agua, así también gastas menos. Tampoco pongas cosas calientes, espera a que se enfríen al natural antes de introducirlas en el frigorífico ¡Y abre y cierra la puerta rápido!
-Lava la ropa siempre que puedas con agua fría.
-Controla tu gasto de agua. Cierra los grifos cuando no los uses, cambia el botón de la cisterna por uno de dos intensidades, no te afeites o depiles dentro de la ducha (usa la pila o un barreño), al lavarte los dientes, usa un vaso para enjuagarte al lavarte los dientes.  Pon un filtro reductor de caudal en los grifos para aumentar la presión del agua, reduciendo consumo.

En la compra:
– Intenta comprar los productos frescos de forma más periódica (cada día, cada semana) en lugar de hacer una gran compra mensual. Así calcularás mejor lo que te hace falta y se estropeará menos la comida, generando menos residuos y desaprovechando menos los alimentos.
-Si algo está empezando a estropearse, cocínalo (hiérvelo, hazlo al vapor, etc.) y congélalo. Te durará un poco más y tirarás menos comida.
– A la hora de comprar, selecciona productos con caducidad lo más larga posible, y recuerda, la fecha de consumo preferente no indica que el producto no se pueda consumir, sino que habrá perdido alguna de sus propiedades organolépticas pero seguirá siendo consumible.
– Pregunta siempre de dónde proceden los alimentos que compras. Cuanto más lejos, más huella ecológica. Resulta sorprendente que en una país como España, rico en vegetales y frutas, por ejemplo, consumamos naranjas turcas o manzanas chilenas, en resumen, comida que ha viajado más que nosotros. Si puedes, compra productos lo más locales posibles. Lo ideal es que hubieran podido viajar en Cercanías o en un bus interurbano.
-Si en el paquete no indica de dónde procede el alimento o qué empresa lo fabrica (típico en las marcas blancas), podéis consultarlo a través de su número de registro sanitario.
– Compra en los pequeños comercios de tu barrio. Igual el precio es un poco más caro que en las grandes superficies, pero verás la diferencia en el servicio, en la confianza y en los pequeños detalles que tendrán contigo. Además, alimentaras el tejido comercial de tu zona.
– Lleva tu propia bolsa (una plegable en el bolso, por ejemplo), y ahorrás en dinero y en residuos.
-Lo mismo que es aplicable a la alimentación, lo es también al resto de productos (ropa, calzado, etc.), lo ideal es buscar el «made in Spain», o al menos, de países de la UE. No es fácil, pero vale la pena ante sucesos como los de Bangladesh. Nadie quiere vestir ropa manchada de sangre.

En la ciudad:
-Utiliza el transporte público. Ahorrarás en contaminación, en estrés, en dinero… Aunque a veces el trayecto sea más largo, le sacarás más provecho.
– Sé cívico. Respeta el mobiliario urbano, respeta el orden en las filas, sonríe, saluda a tus conocidos y vecinos, cumple con las normativas, no tires papeles al suelo, no abuses del uso de lo que la ciudad pone a tu disposición, comparte… Parece que eso no tienen nada que ver con la sostenibilidad, pero el respeto con tu entorno no puede limitarse a lo material. También lo inmaterial como la amabilidad y la educación mejoran nuestra calidad de vida.
-Haz deporte. Cuida tu salud y tu cuerpo y contribuirás a la reducción tanto del estrés como de los problemas de salud en la ciudad, contribuyendo al ahorro del sistema sanitario, a la vez que, obviamente, tú te sientes infinitamente mejor.
-Anima a tu municipio a promocionar que taxistas y transportistas usen medios menos contaminantes.
-Pon flores y plantas en tus balcones, alegra tu barrio y contribuye a aportar algo de oxígeno.
-Enrólate en actividades de barrio. Te ayudará a mejorarlo, a conocerlo y amarlo… Y las cosas que se aman se cuidan mejor.
– Separa los residuos en casa y lleva cada uno a su contenedor. Recuerda que hay cosas que hay que llevar al punto limpio, es verdad que suelen estar lejos y es un poco coñazo, pero vale la pena.

En el trabajo:
– Propón usar material reciclado como material de oficina. Probarlo al menos no cuesta nada.
– Reduce tu consumo de papel, imprimiendo a dos caras, asegurándote de que necesitas lo que imprimes, pasando documentos en pdf a tu ebook, por ejemplo…
– Apaga siempre el ordenador al irte, así como las luces, climatización, etc.
– Mantén limpio tu puesto de trabajo. Facilitarás la labor del personal de mantenimiento y limpieza, tendrás siempre a mano lo que necesites, no gastarás material extra porque no encuentres el otro…
– Si trabaja sentado, tómate un par de minutos de vez en cuando para estirar las piernas, cerrar un poco los ojos, etc… Cuanto más cansado o estresado estés, rendirás menos y estarás de peor humor lo que generará mal ambiente. Obviamente, uno hace lo que puede, pero tiene que lidiar con el resto. De todas formas, que por ti no quede.
-Usa vasos reutilizables, estilo Keep Cup, para tus cafés, o si tienes máquina de vending, sugiere que se provea de café y azúcar de comercio justo.

El silencio como bien escaso

Dado que este blog está orientado, principalmente, a los urbanitas, no podíamos pasar por alto uno de los mayores problemas de contaminación y a la vez una de las más baratas y mejores maneras que tenemos los ciudadanos de contribuir a una ciudad más sostenible: el silencio.

En el corazón del concepto de ciudad, y más aún en nuestra cultura de calle y de jarana, se encuentra el ruido. Estamos tan acostumbrados a él que lo que nos sorprende es que, de repente, no se oiga nada.  Aunque nuestro instinto de supervivencia urbana nos haya hecho inmunes al bullicio descontrolado de la ciudad, lo cierto es que nos afecta tanto a nivel psicológico, como a nivel físico. Y además, contribuye a la erosión de las ciudades de forma directa e indirecta, ya que la agresividad que puede provocar en nosotros la presencia de ruido, puede conducirnos a no ser cívicos y por tanto, a tomar actitudes que perturben a nuestros conciudadanos y a nuestro entorno.

Nadie da ya valor al silencio. Y nadie educa en el valor del silencio, lo cual, es más preocupante. Al contrario, se promocionan actividades que invitan al ruido, se disculpan algunas actitudes con cosas como «los jóvenes son ruidosos» o «si vivo en esta calle, es normal que haya ruido en casa».

En el caso de la ciudad de Madrid, la legislación de la comunidad autónoma pone un objetivo de calidad acústica (algo así como el límite máximo deseable) en 73 decibelios, cifra que es válida para zonas industriales (a priori, no habitadas).  En zonas residenciales, el objetivo va de los 55 a los 65 dB. La Organización Mundial de la Salud indica que el límite saludable es de 50dB. O sea, ni siquiera la legislación se ve capacitada ya a recortar el ruido a niveles contrastadamente seguros. Pero aunque existe ese límite, os invito a bajaros cualquier medido de dB a vuestro Android o iPhone. Probadlo en una calle de Madrid, normalita, a una hora del día normalita. La medición oscila entre los 67 y los 74 decibelios, y en según que casos, llega tranquilamente a los 90 dB.  Según está demostrado científicamente, 90dB de forma sostenida, durante 2 o 3 horas al día y durante un periodo de tiempo produce sordera. Estar sometido a ruido por encima del límite de la OMS de forma continuada afecta a nuestro estado de ánimo, a la calidad del descanso y puede conducir a ansiedad, angustia, agresividad, depresión y también a enfermedades orgánicas, sobre todo, las relacionadas con el aparato digestivo.

Pero ya no es solo cuestión del ruido que genera la ciudad en su conjunto. Sino del ruido que generamos nosotros. Hay mucho trabajo que hacer a nivel ciudadano en ese aspecto. En primer lugar, la autocrítica. Escuchemos nuestro hogar. ¿A qué volumen tenemos la tele? ¿Y la música? ¿Cuánto ruido hacen nuestros electrodomésticos? ¿Hay alguna manera de reducirlo?

  • Cambia la aspiradora por la escoba
  • – Reduce el uso del microondas.
  • – Revisa el estado de tus electrodomésticos y cuando se rompan, cómpralos A o A+, ya que producen menos ruido (al cambiar mi nevera hasta me asusté, porque pensé que no funcionaba de los silenciosa que era).
  • – Usa auriculares inalámbricos cuando quieras escuchar música, o ponla a un nivel bajo.
  • – Insonoriza tu casa (será un templo de paz para tí, y no molestarás a los vecinos).
  • – Aísla las ventanas, usa doble acristalamiento (también te permitirá ahorrar energía a la hora de calentar tu casa).
  • – Pon alfombras en el suelo, o elige suelos aislantes del ruido como el corcho o el bambú (que además, es sostenible).

Pero no solo hay cosas «técnicas» que se pueden hacer. Recuerda que tú también produces ruido, y que además, estás conviviendo con otras personas a las que hay que respetar.

  • -Reduce el volumen de los aparatos multimedia, tanto en casa como en la calle, el transporte público, el coche.
  • -Revisa las emisiones de tus vehículos.
  • -Habla en un tono sosegado cuando estés en un espacio público compartido o en la calle.
  • -Educa a tus hijos en el valor del silencio.
  • -No uses el móvil o el reproductor de MP3 sin auriculares.
  • -Al abandonar restaurantes, clubes, bares o instalaciones deportivas durante la noche, reduce el tono de voz a un susurro, recuerda que hay gente durmiendo, o haciendo lo que le dé la gana que no tiene porque aguantar tu euforia.
  • -Conciénciate y denuncia. Si en tu calle hacen botellón, si un vecino tiene la tele a tope a horas que no tocan, etc… Da el paso. El silencio es un derecho al que hemos renunciado demasiado alegremente.

Para finalizar, os invitamos a ver el programa Naturalmente de RTVE, en el capítulo que dedicaron al ruido y la contaminación acústica y reflexionar sobre nuestro papel en luchar contra este fenómeno. Para los que dicen que ser sostenible y consciente es cosa de gente con dinero y que es caro, un nuevo elemento que demuestra que cuidar de nuestro entorno es gratis.

¿Cuántos planetas necesito?

calculo huella ecológica

calculo huella ecológicaEn esto de cambiar nuestra actitud cotidiana, todos necesitamos un punto de partida para saber por dónde empezar.

Una buena manera es calcular nuestra huella ecológica, es decir, saber cuántos planetas necesitaríamos para mantener esto en marcha si toda la humanidad hiciera el mismo uso que nosotros de la energía, del transporte, de los recursos alimentarios o si todo el mundo gestionara los residuos como nosotros.

Esta sencilla y completa encuesta de la Fundación Vida Sostenible nos ayuda a saber cuál es nuestro impacto cotidiano y además nos da consejos para reducirlo. Cuantos menos planetas «necesitemos» más conseguiremos que dure el nuestro. ¿Te atreves a saber qué le estás haciendo a la Tierra?