¿Cómo comer bien?

Comer bien es un auténtico reto en estos tiempos que corren. Ya no hablamos desde un punto de vista estrictamente nutricional, que también, sino que hablamos de comer respetando mínimamente nuestro cuerpo y nuestra salud y nuestro entorno.

Este post nace de la conjunción de tres sucesos concentrados en la última semana: la aparición en español del libro de Michael Moss Adictos a la comida basura, el programa de La Sexta Equipo de Investigación sobre la agricultura ecológica, y el estudio presentado en Estados Unidos que niega que los transgénicos afecten en absoluto a la salud de los humanos. Visto/leído todo, nos preguntamos ¿cómo podemos comer bien en un mundo bombardeado por mensajes contradictorios sobre lo que es bueno comer? Podéis leer toda la introducción que nos ha llevado a reflexionar sobre esto, o bien pasar directamente a los consejos.

El libro de Moss explica cómo la industria de la alimentación ha utilizado el azúcar, la sal y la grasa para crear productos conscientes de su insalubridad. De como esas empresas no han movido un dedo por poner su grano de arena en la lucha contra la obesidad y la diabetes, mas al contrario, han hecho lo posible por encontrar los recovecos que les permitieran seguir produciendo engendros para comer (me niego a llamarles alimentos) a bajo coste, sin preocuparse en exceso por la calidad. Basta pasarse por el lineal de los quesos procesados, mirar las grandes marcas de quesos untables y revisar sus ingredientes: prácticamente ninguna lleva queso.  [En los ingredientes, efectivamente, aparece leche y nata y diversos estabilizantes, pero eso no es queso en realidad, es decir no sigue el proceso de maduración de un queso de verdad, de la misma manera que unas patatas fritas con huevo llevan los ingredientes de una tortilla de patatas pero no son una tortilla de patatas]. Estos productos, en general, superan con creces el contenido en azúcar, sal y grasa recomendado para un adulto en una dieta equilibrada, pero las empresas que los producen usan casi siempre el mismo argumento: «Nosotros no obligamos a nadie a que coma nuestros productos». Mientras, la televisión y el resto de medios ametrallan con publicidad de alimentos que las instituciones que tienen que mirar por nuestra salud saben positivamente que son perjudiciales. Y ametrallan a cualquier hora, en especial, dentro del horario infantil.

A modo de ejemplo de estas estrategias de marketing que nos conducen a comprar sin pensar dos veces lo que hacemos, basta contraponer este post, publicado en un blog sobre cuidados infantiles realizado por una empresa de publicidad y entendemos (no sabemos ciertamente, pero sospechamos por la cantidad de productos que se promocionan) ideado para apoyar a las marcas de productos infantiles, y este otro post, sobre el mismo producto, hecho por un portal de consumidores y avalado por nutricionistas.

Mientras lees el libro y vas viendo productos Frankenstein, como la Velveeta o los Lunchables, piensas, «bueno, pero eso solo pasa en Estados Unidos». ¿Es eso cierto? ¿O en realidad, esas marcas que aquí no existen, sí hacen otros productos con otras marcas que aquí sí existen? Incluimos la imagen, que fue en su momento viral, en la que se distingue como 5 o 6 grandes conglomerados industriales controlan prácticamente todas las marcas famosas de alimentación  (y cosmética, salud, etc).

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Con esto en mente, nos sentamos frente a la televisión a ver el programa de La Sexta, interesados como estamos en la agricultura ecológica. La sorpresa no es tanto el contenido del programa -que resulta un poco superficial y en algunos casos enfocado a buscar la anécdota y con el tono amarillete y medio apocalíptico habitual- sino la reacción que vemos en Twitter. Muchos usuarios de la red social muestran sus recelos sobre la agricultura ecológica o la tachan simplemente de timo. Se quejan de los precios, o de que son todo cosas de «hippies» trasnochados. De que en realidad, la agricultura ecológica (y la alimentación ecológica en general) es un camelo. Pues sí, una parte es un camelo. Ya lo comentamos en un artículo previo sobre las grandes marcas que de repente se han vuelto superecológicas y hacen productos superecológicos. Efectivamente, esas marcas solo están haciendo greenwashing de la montaña de productos altamente perjudiciales para el medio ambiente y para el desarrollo humano que siguen fabricando sin ningún tipo de rubor.

Pero de ahí, a pensar que toda la agricultura y la ganadería ecológica es un engaño va un mundo. Y nos preocupa ver con qué ligereza se acusa a los pequeños agricultores y a los proyectos sostenibles y con qué ferocidad se defiende a las grandes marcas. Y cómo esto lo hacen personas con perfiles profesionales destacados, que son líderes de opinión y a los que mucha gente cree a pies juntillas.

La tercera pata de este post es el estudio presentado por la Academia Nacional de Ciencias que asegura que los OGM (organismos genéticamente modificados) no comportan ningún riesgo para la salud humana. Según este estudio, que aglutina y analiza más de 900 estudios al respecto, los humanos no sufrirían ninguna consecuencia a la hora de consumir OGM.

Pero, esta recopilación de estudios, imagino que incluirá también los estudios patrocinados por las grandes empresas que se dedican a la generación es estas semillas (y que de hecho, son una buena parte de los estudios existentes). Teniendo en cuenta que en el libro de Michael Moss se explica que, en otros casos, las agencias gubernamentales estadounidenses han sido muy laxas a la hora de valorar los estudios patrocinados por marcas ¿por qué ahora nos tendríamos que creer este?

Es más, y en el caso de que fuera cierto, y que los OGM fueran inocuos, ¿son realmente necesarios? Una de los grandes argumentos para la inclusión de los OGM en la agricultura es que aumentan la producción (cosa que, por cierto, niega el propio informe de la Academia de Ciencias) y por tanto, contribuirían a acabar con el hambre en el Tercer Mundo. Que digo yo que si las grandes corporaciones no hubiera expulsado a los campesinos de sus tierras del Tercer Mundo para llenarlas de cultivos hiperrentables como el café, el cacao o la soja a lo mejor ahora estos campesinos no estarían pasando hambre. Que también digo que si en el primer mundo no compráramos mucha más comida de la que realmente necesitamos (en general, además, comida vacía nutricionalmente, de la que habla Moss en su libro), tampoco haría falta generar más producción para repartir el alimento entre todos. En Estados Unidos, cada año se tiran 40 millones de toneladas de comida, ¿cuánta gente podría comer con ellas?.

Vivimos totalmente desinformados en un mundo de sobreinformación. Cuando más conocimiento tenemos al alcance, y cuando más noticias e informaciones llegan a nuestros oídos, más fácil parece ocultarnos datos clave y más perdidos parecemos.

Entonces, al grano ¿cómo podemos comer bien? Estos son algunos consejos que ya hemos puesto en práctica y que funcionan. Requieren motivación, pero los resultados motivan, vaya que sí.

  • En primer lugar, olvídate de los alimentos procesados y, especialmente, de los platos preparados. Es muy difícil y, obviamente, lo vas a tener que hacer paulatinamente, y no podrás olvidarte de todos, porque actualmente hay muchas cosas que ya no existen de otra manera que no sean procesadas. Pero te aseguramos que es posible llegar a un porcentaje altísimo de independencia. Eso sí, para luchar contra los procesados, lo primer es luchar contra la pereza: va a haber muchas cosas que vas a tener que hacerte tú que antes comprabas cómodamente ya listas para consumir. En internet encontrarás muchas recetas para hacer casi todas las preparaciones que más te gustan sin depende de los alimentos frankenstein, desde crema de chocolate, hasta queso untable, pasando por los gnocchis o los bizcochos de desayuno. Dedica un rato de tu fin de semana, por ejemplo, a preparar un hummus para ponerle en el bocata a la chavalería, o dejar lista para congelar masa de pizza.
    Te sorprenderá ver como muchas de estas cosas no son difíciles de preparar y salen mucho más baratas que las procesadas. En el caso del hummus biológico, por ejemplo, el coste de hacerlo en casa no supera los 3 euros para casi un kilo, mientras que cualquier hummus procesado no baja de los 2 euros los 100-150 gr.
  • Piérdele el miedo a las cestas de frutas de cooperativas ecológicas. Mucha gente se queja, y no sin razón, de que las cestas ecológicas traen fruta y verdura que no siempre son lo que nos apetece. Y es más, que no siempre conocemos ni sabemos qué hacer con ellas. Pues bien, perdedle el miedo a esa fruta y verdura desconocida o a la que no estáis habituados. Buscad ayuda en libros especializados en cocina de las verduras, Las verduras de muchas maneras de Karin Leiz, que es una auténtica biblia de la reconciliación con las verduras. Montado como un diccionario en el que las verduras aparecen en orden alfabético, Karin Leiz nos facilita un montón de recetas, la mayoría facilísimas, para cocinar las verduras. Y no es nada macrobiótico, si eso te echa para atrás, al contrario, encontrarás desde recetas aptas para veganos hasta recetas con chorizaco de pueblo. Para todos e insistimos superfáciles de hacer y súper cómodas de consultar.
    Y vamos, no me digas que no puedes hervir tus propias judías o tus propios guisantes, que son diez minutos. Ni cortar tu cebolla o tu tomate… Igual nos estamos volviendo gastronómicamente analfabetos, pero resulta de risa que compremos cebolla o ajo cortados.
  • Come de temporada. Tanto la fruta y la verdura, como los pescados.
  • Los embutidos, con garantías. Quien más y quien menos, tiene un pueblo, o un amigo que tiene un pueblo. Tira de ellos para hacerte con embutidos. Nutricionalmente es algo de lo que no debemos abusar, así que tampoco hace falta lanzarse a lo loco al supermercado a llenar el carro de salchichones de marcas de gran consumo. Y si no tienes amigos con pueblo, confía en un buen charcutero, serio, que te facilite mandanga de la buena, de la que se hace con cariño y con carne (e incluso grasa, of course) de verdad.
  • Apuesta por lo ecológico siempre que puedas, especialmente en el terreno de lácteos y huevos. España es un país de quesos maravillosos, así que por favor, cómelos. Resulta doloroso ver como la gente compra queso de plástico en un país en el que tenemos 150 variedades y 26 denominaciones de origen y que además, tiene al ladito otro país, Francia, con 320 variedades, muchas de las cuales se pueden adquirir fácilmente en nuestras tiendas. Pasa un poco lo mismo con los yogures. Tenemos grandes productores de yogures de calidad, optemos por ellos. Se nota tanto la diferencia entre un yogur «de plástico» y uno de verdad… Y si eres un valiente (o vives por el norte, donde es fácil encontrar cuajo), hazte tus propios yogures y cuajadas. Esa yogurtera que tu madre tiene abandonada desde el día de la boda puede darte unas alegrías tremendas.  No solo es una cuestión de sabor, también es una cuestión de bienestar animal: comprar leche, yogures, quesos y huevos de explotaciones sostenibles implica que los animales que producen la materia prima han vivido mejor que los pobres que sufren la ganadería industrial.
    Lo mismo se aplica para las carnes. Prioriza la carne blanca (y dentro de esta, cuando elijas pollo, mejor de corral o ecológico) y el pescado. En el caso del pescado (sobre todo el que está en conserva) puedes informarte sobre su origen mediante la guía del Marine Steward Council o la campaña por el pescado sostenible de WWF . Si tienes una lonja cerca, eres afortunado. Si no, busca un pescatero de confianza y que te guíe, no solo en calidad, sino en temporalidad de los pescados. Y huye del pescado embolsado.
  • Legumbres y frutos secos, ¡a la saca! Literalmente, déjate de bolsas de plástico y packagings. Cada día hay más oferta de compra a granel, con lo que puedes comprar solo lo que necesitas, y en el caso de legumbres y frutos secos, por su buena conservación, puedes gestionar mejor tu despensa. Seguro que en casa tiras botes cristal que podrías usar para comprar y almacenar las legumbres y otros productos no perecederos. Vale la pena la inversión en una olla exprés para cocer tus legumbres de forma rápida, y evitar caer en las legumbres precocidas y envasadas, que siempre van fuertes de sal.
  • Haz tus propios snacks. Desde galletas saladas, hasta picoteos de todo tipo. Con verduras, o con carne y pescado, hay mil cosas sencillas de hacer para picar que nos alejan de los snacks hipergrasientos de las estanterías del súper.  Antes, las palomitas las hacíamos en casa con una sartén y nadie se moría. Ahora en cambio, las hacemos con una bolsa en en el microondas, y en lugar de comer solo grano de maíz, comemos un montón de acelerantes, grasas, sal y otras delicias que nos embotan las arterías. Y ni hablemos de la cantidad absurda de residuos que provocamos.
  • Déjate de dietas milagro y alimentos prohibidos. Cualquier alimento natural no procesado está permitido. El truco está en la mesura. Y en disfrutar comiendo. Hay movimientos como el Mindful Eating que promueven el comer de todo, disfrutando tanto a la hora de prepararlo como de comerlo. Cuando uno es capaz de paladear y no de engullir, disfruta más y queda satisfecho antes. Comer sano y equilibrado no implica comer solo tofu y semillas. Ni, desde luego, comer cosas light, otra de esas grandes trampas de la industria alimentaria. Implica comer de todo y disfrutarlo.
  • Premia a las empresas que lo hacen bien. Para poder premiarlas tendrás que tomar por costumbre leer las etiquetas. Apuesta por las que usan más productos naturales, las que sean de proximidad y las que den el máximo de información.  Como decíamos en el punto 1, no vamos a poder prescindir de todos los productos procesados, pero podemos elegir los que se hagan con responsabilidad, nutricional y ambiental. Por ejemplo, en el caso del pan. Busca panaderías cercanas que hagan su propio pan -cuidado con las boutiques del pan– y si no tienes tiempo de comprarlo diariamente, congélalo. El buen pan, además, siempre se puede usar para hacer salmorejo, gazpacho, sopas de pan, púdings e incluso confitura.

Cambiar de hábitos cuesta mucho, porque nos han «programado» para seguir las instrucciones de la publicidad, para priorizar la comodidad de uso y de consumo a la calidad y para creernos que nuestra ajetreada vida nos obliga a comer así, pero no es verdad. Está comprobado. Yo estoy consiguiendo hacerlo, una vez roto el muro de la pereza. Intentadlo, porque los beneficios son inmensos.