Estas semanas estamos asistiendo a una guerra política medioambiental que se libra en el terreno de los gestos. Pero esta vez no hablo de los pequeños gestos de los que suelo hablar en este blog. Esta vez voy a hablar, humildemente, de los grandes gestos, de los que pueden cambiar las cosas al por mayor.
Cada uno de nosotros podemos hacer miles cosas para respetar el medioambiente. Desde reciclar, hasta consumir conscientemente. Desde cambiar nuestras viejas bombillas por otras que consuman menos, hasta cerrar el grifo cuando nos cepillamos los dientes. Hay mil pequeñas cosas que cambian poco a poco la forma en la que nos relacionamos con nuestros entorno. Y la cambian para mejor.
Pero luego están los grandes gestos. Los que tienen poder de cambiar las cosas definitivamente. Y estos días se han dado dos de los que querría que quedara constancia en el blog y que os invito a comentar.
Yo, que vivo en un país que no tiene ministerio de medioambiente como tal (está incluido dentro del Ministerio de Agricultura), no puedo hacer más que quitarme el sombrero con la decisión de Emmanuel Macron de nombrar ministro, y no un ministro cualquiera sino Ministro de Estado, a Nicolas Hulot, destacada voz en defensa del medioambiente. Este periodista, que ahora será el Ministro de Estado de la Transición Ecológica y la Solidaridad, creó en 1990 la Fundación Nicolas Hulot por la Naturaleza y el Hombre, una organización que lleva desde entonces luchando por concienciar, educar y dar a conocer la lucha por un medioambiente mejor.
Es la voz de referencia en Francia en estos temas. Y no es la única, ya que en nuestros vecinos del norte, las reivindicaciones medioambientales tienen portavoces diversos, serios y creíbles, y también mediáticos, que hacen lo posible por concienciar a sus conciudadanos. En España, por desgracia, no tenemos ningún personaje con un carisma parecido que represente la voz de las personas que, como por ejemplo, las que formamos el colectivo Hola Eco, queremos poner la protección de la naturaleza en la agenda mediática.
Que un presidente de la República tenga los arrestos de poner en una posición así de privilegiada a un líder ecologista es una acción que honra al nuevo máximo mandatario francés. Y justo él, Macron, es el protagonista del otro gran gesto que creo que vale la pena resaltar y, sobre todo, copiar.
El segundo gran gesto de Macron es su actitud firme y frontal ante el supervillano ecológico en el que se ha convertido Donald Trump. Digo supervillano, con perdón de otros supervillanos serios, porque cuesta creer que sea un ser humano real.
Donald Trump dirige el país en el que el huracán Katrina se llevó la vida de más de 1700 personas, y ha quedado prácticamente demostrado que si el huracán llegó con esa virulencia a Nueva Orleans fue por el incremento de las temperaturas del agua del mar, que permitieron que se desarrollara con mucha más fuerza y virulencia que fenómenos similares anteriores. Trump es el presidente del país que se desertifica, que sufre sequías intensas y tormentas de nieve espectaculares en grandes ciudades como Nueva York. Y Trump es el presidente del país que, si diera el ejemplo adecuado, arrastraría a otros países del mundo a tomarse en serio el cambio climático. Si no alcanzo a entender como la China que se despierta cada mañana cubierta con un manto de polución densa como una sopa de pollo no es capaz de dar pasos serios y convencidos hacia la reducción de emisiones, menos aún puedo entender que alguien llegue al poder y se retracte de hacer algo por salvar el planeta.
Trump renuncia a contribuir a un mundo mejor por una cuestión de orgullito -¿en qué cabeza cabe que Obama pueda haber hecho algo bien?- y, sobre todo, por una cuestión económica. Veía el otro día a un minero de las minas de carbón de algún lugar indeterminado de la America Profunda celebrando la decisión de Trump de dejar de suscribir los acuerdos de París, y no podía evitar pensar en lo grande que podría ser este planeta si la educación ambiental (y la otra) llegara a ese lugar que se supone que todos tenemos que admirar pero que se va convirtiendo, cada día más, en el tarro que reúne lo peor de todas las cosas.
El gesto de Macron, absolutamente físico y visual (falta por ver si todos estos gestos son, al final, algo más que gestos o se quedan solo en eso), me pareció de una rotundidad absoluta. Una bofetada a con la mano vuelta en la cara de alguien que piensa que, siendo presidente de Estados Unidos, es el rey del mundo. Los franceses bajitos son así, muy chulos. Y, sinceramente, me alegro de que esa pantomima a la hora de dar la mano a Trump en Bruselas, y la contundente declaración en inglés tras las decisión de Trump de menospreciar los Acuerdos de París sirvan al menos para animar e inspirar a los franceses, a todos los europeos y todos aquellos estadounidenses que aún se preguntan por qué tienen a ese señor como presidente, a dar un paso firme al frente, a cambiar su formar de actuar en relación con el medioambiente, a luchar por proteger nuestro planeta y por revertir los dos siglos de uso indiscriminado de energías, recursos y todo aquello que, aunque haya servido para hacernos la vida casi cómicamente cómoda, ha acabo por discapacitar a nuestro planeta y por poner en peligro quizás no nuestras vidas, pero seguro que las de las generaciones futuras.
Parafraseando a Macron: Make our planet great again