Ha pasado ya una semana del día sin coches y creo que es buen momento para hacer una reflexión sobre lo que implica una iniciativa así en una ciudad como Madrid, que es en la que tengo el placer de vivir.
Lo primero que me sorprendió fue el tratamiento de los medios de comunicación. En lugar de dar espacio a las actividades que se hicieron ese día (y durante toda la semana), se centraron en resaltar los embotellamientos de ese día en las grandes vías de circunvalación de Madrid. Flaco favor hacemos por la sostenibilidad si de un evento así solo destacamos los «errores» y lo hacemos además desde un enfoque dramático (vaya, que solo faltó decir, a lo Piqueras, que las colas eran dantescas).
En alguna tertulia radiofónica nocturna prácticamente se planteaba que el Día sin coches era poco menos que una provocación de un gobierno de cierto tinte ideológico. Para empezar, el Día sin coches se ha celebrado con gobierno de todos los colores, porque, entre otras cosas, es una iniciativa europea que se celebra en ciudades de todo el continente. Y para seguir, entender esa celebración como una provocación es garantía de que nadie se lo va a tomar como la ínfima y simbólica oportunidad de empezar a solventar uno de los problemas más graves que tenemos en las ciudades. Entender esta celebración como una provocación, y por tanto, decidir sacar el coche como «reivindicación», generando enormes embotellamientos no solo demuestra la total falta de sentido común de los ciudadanos, sino una ignorancia francamente preocupante.
Hoy mismo, una nueva evaluación de la OMS indica que anualmente la contaminación mata a 7.000 personas en España, y más de un millón en China. Los espabilados que «no le van a seguir el juego a la Carmena o a la Colau», y sacan sus coches, incluso innecesariamente, para que se vea que el Día sin coches es una tontería, no hacen más que reflejar su propia estupidez.
Probablemente Madrid no tenga un sistema de transporte público óptimo -no olvidemos que su red de metro tiene 90 años, y precisamente ahora se están empezando a mejorar las instalaciones más antiguas- pero es suficiente en la mayoría de los casos para poder ir de un punto A a un punto B en un plazo de tiempo razonable. Lo que no parece razonable es llevar a los niños al colegio cada día en coche (no solo por lo que contamina, sino porque además reducimos la actividad física de los pequeños), aunque el cole esté a menos de un kilómetro de casa. Lo que aún es menos razonable es que cuando llueve aún salgan más coches a la ciudad, como si el agua que cae del cielo fuera a encogernos a todos. Lo que no es nada razonable es que cuando se intentan hacer campañas para sensibilizar a la gente sobre nuevas formas de movilidad que ayudarán a que todos, en la ciudad, podamos vivir de manera más saludable, la reacción sea la que ha sido: un «no respiro» de parvulitos incapaces de renunciar a su juguete ni un solo y triste día del año.
Precisamente, esos parvulitos que no respiran son los que, además de no dejar en casa el coche un día al año, cuando conducen por la ciudad no respetan a los que sí hemos optado por sistemas de movilidad sostenibles: los que acosan a los ciclistas conduciendo a escasos centímetros de ellos, los que aparcan en doble fila sin importarles si aquello es un carril bus, los que se saltan los semáforos en rojo sin preocuparse por si un peatón tiene que cruzar. Pero eso, por lo visto, está bien, es lo correcto, lo adecuado, lo normal. Lo que es una soberana tontería es organizar un Día sin coches.