Tras un descanso, vuelvo a darle a la tecla, esta vez inspirada por un artículo que tuve la ocasión de leer este verano en la revista francesa Nexus relacionado con los modelos agrícolas y el impacto del aumento de interés en los productos ecológicos. (Podéis consultar extractos del artículo aquí)
En resumen, el artículo se preguntaba si, realmente, la eclosión del consumo de productos biológicos estaba significando una mejora en la vida agraria. Me pareció un tema muy interesante y que merece una reflexión seria por parte de aquellos que hemos optado por la alimentación sostenible.
Porque una vez más, el sistema económico voraz en el que vivimos ha pervertido el sentido de lo que podría (y esperemos que aún pueda) ser una solución para dignificar la vida agrícola y abrir nuevas posibilidades de crecimiento tanto a nuestro medio rural como al de los países del Sur.
Y es que es evidente que la agricultura ‘bio’ se está industrializando. Aferrados a unas certificaciones que básicamente exigen cuestiones relacionadas con el cultivo y el producto y no con las formas de producción, algunas empresas de explotación agraria pueden ofrecer al consumidor productos certificados que han sido producidos cometiendo los mismos «errores» que la agricultura convencional.
La agricultura y la ganadería bio no puede ser solo una cuestión de producto. Ha de ser una cuestión de concepto. No vale de nada que el tomate que tengo ahora en mi tupper sea ecológico si se ha cultivado en un enorme invernadero de Almería, aplicando técnicas de la agricultura industrial intensiva, con enormes beneficios para las compañías y con la misma precarización de sus empleados. No me sirve de nada que tal o cual gran empresa alimentaria o gran cadena de distribución me ofrezca su chocolate (de marca o de marca blanca) con el sello de agricultura ecológica, pero que para producirlo se siga empobreciendo una zona de un país subdesarrollado.
Como aborda el artículo de Nexus, a los que estamos concienciados con un acercamientos sostenible al desarrollo humano no nos vale con tener productos bio. Nos hace falta un cambio de paradigma. Una nueva forma de producir, una agroecología, que garantizará no solo el abastecimiento de todos (es una falacia lo de que no hay comida para todo el planeta, cuando se desperdicia lo que se desperdicia) sino que salvaguardará el planeta y dotará de dignidad al trabajo rural.Resulta muy curioso que, el aumento de consumo bio no implique un aumento proporcional de agricultores o ganaderos que cambian a este sector, porque en realidad, las condiciones y las esclavitudes de la agricultura industrial no se lo permiten.
¿Cómo cambiar el paradigma? Aquí cito algunos de los elementos que sugiere el artículo:
- Alimentar el suelo en lugar de alimentar a las plantas (modificar los procesos de fertilización y el respeto a la tierra).
- Producir alimentos, más que derivados industriales.
- Elegir un tipo de explotación agraria a tamaño humano, más que solamente productivista.
- Privilegiar los circuitos cortos de transformación y comercialización.
- Recuperar las antiguas semillas de especies locales, adaptadas al clima y las condiciones y que garantizan la biodiversidad.
- Reducir el consumo de agua.
Tenemos un ejemplo reciente de lo que implica no cambiar el paradigma en lo que está sucediendo en el Mar Menor. La industrialización y la explotación indiscriminada, con fines productivistas, de la huerta murciana y sus recursos hídricos han convertido a una zona única en el Mediterráneo, de gran valor medioambiental, en un enorme pozo negro. Y total, ¿para qué? Si cuando vas al gran distribuidor alimentario a hacer la compra te vas a encontrar con pimientos marroquíes o turcos, si los ingredientes de la mayoría de alimentos procesados que vas a consumir proceden de la otra punta del mundo.
La gran industria alimentaria nos asustará diciendo que es imposible alimentar al mundo con un sistema agrario orientado a lo local y a la conservación del entorno. Por supuesto, tienen su culo en juego. Pero no hay razones para dar pábulo a ese bulo. Eso sí, nosotros, los consumidores, tenemos que ser los primeros que forcemos ese cambio de paradigma.
Lo hemos dicho mucho en este blog, y no nos cansaremos de repetirlo. Somos los que pagamos y por tanto, si nos concienciamos, vamos a ser los que decidamos. Renunciar a manzanas brillantes y rojas, y comer manzanas deformes y abolladas no va a suponer un trauma en nuestras vidas. Que nuestros hijos crezcan comiendo yogures de leche española y no yogures de leche francesa, holandesa o alemana (basta echar un ojo a la etiqueta) no solo no les va a traumatizar, si no que va a hacer que valga la pena dedicarse a la agricultura y que valga la pena dejar atrás los modelos industriales y abrazar la agroecología.
Y la experiencia nos dice, además, que en un hogar medio es económicamente sostenible. Porque las grandes empresas alimentarias no han reducido precios en sus productos bio, y usando materia prima y sistemas de producción industriales, cobran sus productos a precios muy similares que las pequeñas empresas o explotaciones agrícolas, incluso más caros. Total, sus estudios de mercado les demuestran que el creciente interés por lo bio, tiene entre sus filas a muchos consumidores cuya actitud responde a moda postureo y por tanto, no tienen problema en pagar más por su producto (y no, no voy a entrar en toda la moda postureo de negocios «ecológicos» pensados solo para el consumidor de alto poder adquisitivo)
Haz la prueba. Busca por internet o en tus mercados locales a los productores de la zona, que, a través de una pequeña o mediana explotación, producen alimentos biológicos. Mira el precio y compara. Verás que no hay tanta diferencia para tu bolsillo, y en cambio si hay una gran diferencia para el futuro de nuestro planeta. ¡Imaginaos el sur de Almería y Granada, sin parecer una gran bolsa de basura!
Last but not least, las administraciones públicas tienen que meter mano urgentemente en el asunto. Luchar con las normativas europeas para proteger el producto local, apoyar económicamente (mediante las reducciones fiscales, por ejemplo) a los agricultores y ganaderos que apuestan por cambiar de modelo, controlar las importaciones de productos que ya son excedentarios en España (como la leche), exigir etiquetas que expongan claramente qué ingredientes tiene un producto y de donde proceden, para poder multar a las engañosas, por ejemplo, «alcachofas Navarras (origen Perú)», educar a los niños sobre el entorno agrario y no dejar esa labor en manos de la gran industria que dibuja una especie de perfil bucólico de dibujos animados [por ejemplo, casi diría prohibir las visitas «culturales» a grandes empresas de alimentación y promocionar las visitas a explotaciones conscientes], crear zonas de protección agroecológica, endurecer las inspecciones respecto del uso de los términos, las certificaciones y los procesos productivos…
Y sobre todo, dar ejemplo. Dar mucho ejemplo. Porque cuando incluso los nuevos partidos que, supuestamente, defienden un cambio de sistema y hacen del bienestar de los trabajadores un eslogan, siguen diciendo públicamente sin reparos que compran en grandes centros de distribución (y aún más grave, ropa que probablemente haya sido fabricada de forma poco halagüeña), es que a las instituciones y los que nos representan aún les queda mucho que hacer.