Hace un par de meses, y después de leer en varios blogs experiencias de (prinicipalmente) chicas que habían dejado de usar champú por razones tanto de salud como de sostenibilidad, decidí hacer la prueba.
No era un reto muy difícil, está claro, porque si la cosa no marchaba era tan simple como volver a usar champú, y tampoco parecía nada tan arriesgado como sugerían los comentarios de mi entorno cuando anuncié a través de Facebook (precisamente para captar reacciones) que dejaba de usar champú.
Los blogs que había leído por ahí ofrecían dos formas de abordar esa decisión: el No poo y el Rinse Only Method (ROM).
El No poo abandona el uso del champú de forma paulatina y lo sustituye por una combinación de bicarbonato y vinagre de manzana.
El ROM abandona el uso del champú de forma paulatina, hasta usar solamente agua en el proceso de lavado del pelo. Ambos métodos dan gran importancia al cepillado, al masaje en el momento del lavado y la distribución de la grasa capilar a través del repaso mechón a mechón.
Andando justa de paciencia como ando, decidí saltarme lo de «paulatinamente», y además, decidí optar por el ROM (con variaciones) ya que había leído en algunos de los blogs sobre el tema que el bicarbonato y el vinagre protagonizaban un juego de cambios de ph de acidez del cuero cabelludo que no me acababan de convencer.
Así, un buen día, dejé de usar champú. Cada dos tres días (y después de mi entrenamiento en el gym) me daba solo con agua. Eso sí, con un buen masaje, bien frotadito el pelo, bien seco, y una vez seco, bien cepillado. Cada noche, me cepillaba concienzudamente con un cepillo de cerdas naturales y poco más.
¿Por qué tomar una decisión así? Hay dos tipos de motivos. Por un lado los de salud, es decir, el uso continuado de champús con ingredientes químicos y detergentes, agrede a los aceites naturales de nuestro cuero cabelludo, y tiene efectos sobre la calidad de nuestro pelo, pero de la misma manera que prácticamente cualquier elemento sintético que usemos en nuestra vida cotidiana tiene efectos sobre nosotros y nuestro entorno.
También están los motivos de conciencia. Lavarse diariamente el pelo implica verter a las aguas de deshecho de nuestras ciudades importantes cantidades de tóxicos y detergentes que van a ir a parar a las cuencas fluviales con su consiguiente impacto en las especies de las mismas y en la calidad de la propia agua.
Y puede que uno lo haga por una combinación de ambos factores, y porque, en un momento dado, se siente a pensar y reflexione desde cuando se ha ido imponiendo el uso de champú de manera cotidiana y descubra que coincide, misteriosamente, con la llegada del marketing al mundo de la cosmética. Lo que nos lleva a preguntarnos ¿usamos champú cada día (o simplemente, usamos champú) porque es bueno, o porque nos venden que es bueno? Basta con preguntar a madres y abuelas cómo cuidaban su pelo antes de la llegada masiva del champú para darse cuenta de que, a lo mejor, no es tan imprescindible. Es más, basta con ver que el uso del champú nos reseca el pelo, lo que provoca que usemos un acondicionador que, a la larga, recomienda el uso de una mascarilla, y así ad infinitum…
Lo que más cuesta a la hora de decidir abandonar el champú es, precisamente, luchar contra ese esquema mental que te han metido en el coco que dice que si no te lavas cada día, llevas el pelo sucio. No es verdad. El pelo que no se lava se puede engrasar (especialmente si llevas años sobreproduciendo sebo para equilibrar lo que has quitado diariamente con champús agresivos), y claro que puede acumular polvo, etc, pero eso con un poco de agua y un buen cepillado se va.
Superado el punto de la «comida de coco marketiniana», uno entra en un periodo muy interesante de descubrimientos y sorpresas. Empecé esta experiencia con una melena de casi 40 centímetros, y a pesar de eso, y de la cantidad de pelo que tengo, en ningún momento tuve la sensación de tener el pelo sucio. Ni lo tuve sucio. Los primeros días sí que se notaba algo más pesado, pero lo achaqué a que mi cabeza aún estaba sobreproduciendo grasa. Poco a poco, esa pesadez fue desapareciendo, y en cambio entró en juego el gustazo y la comodidad de ducharte en nada y menos, de no tener que cargar con tropecientos botes de cosas en el gym, etc.
En ese momento, colgué un vídeo en Facebook para mostrarle a la gente que había seguido mi periplo (al que llamé Diario de una desertora del champú), cómo estaba mi pelo a las dos semanas de haberlo abandonado. La sorpresa del resultado para mis «seguidores» fue importante. Aunque había quien aseguraba que no podía «vivir sin el champú», y que toda esta historia le daba asco, muchos vieron la evolución de mi pelo y se llegaron a plantear si, a lo mejor y solo a lo mejor, tenía yo razón en que esto de lavarse con champú cada día estaba sobredimensionado.
Es cierto que hay momentos de debilidad. O días de esos que los ingleses llaman Bad Hair Day. Entonces entraron en juego tres soluciones: la maizena (espolvoreada sobre el pelo y luego cepillada), como champú en seco, el huevo batido de toda la vida y la infusión de saponaria y hammamelis.
Y sí, efectivamente, he vuelto a usar champú. Pero ni de la misma manera, ni del mismo champú ni por los mismos motivos. Al llegar el calor decidí cortarme el pelo, y para peinarlo me compré una espuma/laca natural de Santé, que incorporaba, entre otros ingredientes biodegradables, la goma arábiga y otras sustancias de origen natural que, al tener una misión fijadora, se quedan en el pelo. Tras un buen cepillado y un poco de agua (en ese orden, para aligerar las sustancias del pelo), quedó bien y con aspecto limpio, pero al paso de los días (casi una semana) lo note ya demasiado pesado.
Con lo cual, decidí regresar al champú (también de Santé, y también basado en sustancias naturales y totalmente biodegradables), para acabar con los restos que hubieran podido quedar.
La sorpresa llegó cuando, al ponerme solo un poquito de champú, la reacción del pelo fue la misma que tenía cuando me lavaba el pelo de seguido, es decir, que enseguida hizo espuma y enseguida estuvo limpio. Eso que dicen las madres de que cuando está muy sucio, el jabón no coge y hay que enjabonar dos veces, no se cumplió. El pelo se comportó como se comportaría un «pelo limpio» al estilo de lo que nos sugieren los anuncios de champús y otros gurús del pelo. Fue una especie de confirmación de qué, efectivamente, mi pelo estaba básicamente limpio. Cinco días después, sigue exactamente igual.
Ahora, vuelta al agua y las infusiones hasta que alguna influencia externa me recomiende volver a usar champú de forma puntual.
Conclusión: Lavarse el pelo con champú cada día no está hecho para mí, ni para mi pelo. El champú solo tiene que ser un apoyo que se use muy de vez en cuando y respondiendo solo a hechos que lo requieran, y así va a ser en mi caso. Y, desde luego, siempre con un champú biodegradable y formulado con ingredientes naturales, no tóxicos. Desde que no me lavo el pelo con champú, éste está en mejor forma, más sano, con mejor aspecto. Hay menos Bad Hair Days, menos gasto de agua, menos gasto en potingues y menos residuos plásticos. Para mi, ha sido un acierto. No lo he hecho siguiendo los cánones pero el resultado es magnífico.